He aquí una de las películas españolas míticas de los años setenta, una de las cintas que marcaron a toda una generación de jóvenes que se encontraron de repente con un doble cambio: de niño a hombre y de súbdito a ciudadano, (o, al menos, a intentar ser un ciudadano..). El amor del capitán Brando conectó extraordinariamente con el público de su época porque ofrecía justamente lo que ansiaba el pueblo español: libertad, reconciliación, paz, progreso. Ése fue el acierto de Jaime de Armiñán y de Juan Tébar en el guión, que se articulaba sobre un triángulo insólito: una maestrita rural de ideas avanzadas, un apenas adolescente hipersensible enamorado de su profesora, y un viejo republicano que vuelve del exilio para encontrarse con una España que ni es la de la Guerra Civil, ni tampoco la de la noche oscura de Franco.
Con esos mimbres, Armiñán realizó un más que estimable cesto, una obra que se reconoce en su propio tiempo, un filme íntimamente ligado a la sociedad, a la gente que lo engendró, quizá sin saberlo. Mención aparte para el trío protagonista, en especial para Ana Belén, en un papel que le va como anillo al dedo, y también para la espléndida fotografía del malogrado Luis Cuadrado.
Pero además de la lectura sociológica evidente, hay en El amor del capitán Brando una hermosa historia de amor imposible, una historia que todo niño ha vivido alguna vez. El enamoramiento pasará, pero el recuerdo permanecerá más allá de las sensaciones físicas. La película es, además, el cénit de su director: nunca más llegaría a estas cotas de calidad, ni de reconocimiento en taquilla. Años más tarde retomaría el tema en El nido, pero nada sería ya igual. Era otro tiempo, casi otro país, y la sociedad demandaba ya otras historias.
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