Se puede uno preguntar por qué esta película ha tardado dos años en llegar a España, cuando es evidente que no carece de interés; para ser más exactos, tiene mucho interés. Lo que pasa es que, ciertamente, no es nada complaciente con el llamado sueño americano, ése que, con alguna frecuencia, resulta ser una pesadilla. Su historia está basada en un hecho real: en 1974, en vísperas de que se destapara el caso Watergate, que terminaría con la dimisión del presidente Nixon, un pobre diablo intentará secuestrar un avión para estrellarlo contra la Casa Blanca; aparte de la escalofriante similitud que ello supone con respecto a la tragedia del 11-S, confirmando de paso la extremada patosidad del Servicio Secreto más poderoso y mejor pagado del mundo, lo que ocurrió con este infeliz no tenía nada que ver con los supuestos motivos de Al Qaeda para perpetrar tan horrible crimen. En el caso de este pánfilo, se mezclaron varias circunstancias: un matrimonio fracasado, en el que su ex mujer intenta rehacer su vida con otro hombre; un trabajo frustrante, en el que se prima la venta sobre cualquier otro tipo de consideración, honestidad incluida; una percepción asqueante sobre un gobierno (la Administración Nixon) que operaba de espaldas al pueblo, cuando no directamente en su contra. Así las cosas, este pobre carajote, inopinadamente tan lúcido en su análisis sobre las relaciones comerciales, laborales y sociales, dará en la idea, como un moderno Don Quijote, de acabar con los gigantes, aunque sean molinos de viento, acariciando la posibilidad de que tal vez él, ese grano de arena que se autoproclama, pueda cambiar la historia, la vida del mundo.
Sobre este empeño evidentemente inútil, máxime cuando en su camino hacia la locura se llevará por delante a infelices como él, el neófito (que no lo parece) director Niels Mueller construye un filme seco, duro, austero, narrado en un “flashback” pespunteado por el contenido “en off” de las cintas de audio que el protagonista envió, antes de acometer su intento, al compositor Leonard Bernstein, explicándole los motivos del acto que iba a ejecutar. Bellísima dentro de su espartana escenografía y de su cortante historia, la de un hombre pequeño, inseguro y apocado que dio en pensar que él también podría ser alguien importante, la película está rodada con una firmeza inusual, con una mano de hierro que presagia que en Mueller hay un cineasta personal, ambicioso sin por ello ser soberbio, un hombre de talento que, si las cosas no se tuercen y la industria no se lo traga, puede hacer mucho y buen cine.
Por supuesto, hay que hacer una mención especial para Sean Penn, cuya composición del personaje principal linda con la genialidad. No deja de ser curioso que un año antes, en “21 gramos”, también consiguiera un nivel altísimo, y que el mismo año en que protagonizó este “El asesinato de Richard Nixon” consiguiera un merecidísimo Oscar por “Mystic River”: y es que el polémico actor californiano, con la madurez, está llegando a ese punto de excelencia que sólo los muy grandes son capaces de alcanzar.
El asesinato de Richard Nixon -
by Enrique Colmena,
Jun 14, 2006
4 /
5 stars
Un pobre (y lúcido) diablo
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