Michael Curtiz (Budapest, 1886 – Los Ángeles, 1962) fue uno de los más notables cineastas norteamericanos llegados desde Europa. Empezó a rodar en su país, Hungría, en fecha tan temprana como 1912, cuando el cine empezaba a descubrir las reglas que lo regirían durante un cuarto de siglo, hasta que Orson Welles lo reinventó en Ciudadano Kane. Curtiz emigraría a Estados Unidos en 1926, donde haría el resto de su carrera, hasta poco antes de su muerte.
El cine de Curtiz es, fundamentalmente, un cine sencillo, popular, clásico en las formas, impersonal en la autoría, con frecuencia vibrante, poderosamente narrado siempre. El cine de aventuras le iba como anillo al dedo (véanse no solo esta El capitán Blood, sino también otros títulos míticos como La carga de la caballería ligera, Robin de los Bosques y El halcón del mar), pero también lo hacía estupendamente en otros géneros como el drama (Alma en suplicio, El trompetista), el musical (Yanqui Dandy) y, por supuesto, el cine mítico (Casablanca).
La acción se desarrolla durante el siglo XVII, durante el reinado de Jacobo I Estuardo, en el contexto de la guerra civil que asoló el país en aquella época. El protagonista, el doctor Peter Blood, no ha tomado partido en la contienda, sino que atiende a unos y otros cuando están heridos. Los partidarios del monarca lo entienden como alta traición y es juzgado y enviado al Caribe como esclavo. Allí será comprado por Arabella, sobrina del rígido coronel Bishop. Cuando el doctor atiende al gobernador de la isla y le cura la gota que secularmente padece, su situación mejora. Pronto tendrá ocasión de escapar de la isla...
Tiene El capitán Blood un aliento liberal, casi ácrata, contrario al poder establecido, del rey y de los señores aristocráticos. Por supuesto, se trata de una historia romántica al uso, con los tópicos desencuentros iniciales entre los enamorados, que no saben que lo son, hasta que finalmente se den cuenta, conforme a lo previsto en este tipo de cine entre lo aventurero y lo romántico, que hacía furor en su tiempo. El hecho de que el protagonista sea irlandés añade unas gotas del típico irredentismo de su tierra contra Inglaterra y su poder, una de las constantes de las relaciones siempre complicadas entre Irlanda y el Reino Unido.
Es interesante la descripción de la angustia de la esclavitud, pero también la humillación, mofa y befa de las autoridades, vistas aquí como los bellacos que son, en comparación con la campechanía, la naturalidad, la bonhomía de los piratas en los que se convierten Blood y sus compañeros de esclavitud. Una utilización oportuna del “deus ex machina”, también conocido como “efecto Séptimo de Caballería” (“estamos rodeados, estamos perdidos...”, y entonces aparecen los salvíficos refuerzos) está justificada porque no se abusa del recurso, como hoy día es tan habitual (y tan increíble, claro)
Como curiosidad, cabe citar la utilización reiterada de varios intertítulos, reminiscencias de los usados profusamente en el cine mudo, que había acabado solo 8 años antes. Por supuesto, brilla con luz propia el vigoroso ritmo narrativo, marca de la casa, en la que Curtiz era un maestro. El film se beneficia de una entonada pareja protagonista, un Errol Flynn en su mejor momento físico, y una Olivia de Havilland también en excelente forma, cuatro años antes de hacer el papel de su vida, la Melanie (o Melita, como se tradujo en su momento en España) de Lo que el viento se llevó.
(17-02-2020)
119'