CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin.
Hay un cine de claro aliento liberal que con frecuencia (sobre todo en Estados Unidos) hace una meridiana apuesta por la esencial tarea del periodismo en la defensa de la democracia y las libertades públicas. No hace falta más que recordar títulos tan conocidos como Todos los hombres del presidente, de Pakula, o la más reciente Los archivos del Pentágono, de Spielberg, para saber de qué estamos hablando, periodistas puestos en el dilema de hacer lo correcto, informando de las tropelías del Poder (así, con mayúsculas, porque el poder político es el Poder, por antonomasia, en Washington, Moscú o Pekín), o plegarse a las presiones insoportables de los que detentan temporalmente la autoridad (bueno, eso en las democracias: en las dictaduras lo de “temporalmente” hay que ponerlo en cuarentena…).
De esa misma estirpe, aunque con variantes, es esta valiosa El cuarto poder, título español que nos parece bastante mejor que el original norteamericano, que sería algo así como “Fecha límite – U.S.A.”, que más parece referirse a la caducidad de un yogur que a una película…
La historia se ambienta en su tiempo histórico, a comienzos de los años cincuenta del siglo XX, en Nueva York (donde están rodados los exteriores del film; los interiores se filmaron en los estudios de la 20th Century Fox en Los Ángeles), vemos la audiencia en el Senado a un peligroso mafioso italoamericano llamado Rienzi, al que acusan de haber intervenido en las elecciones, mediante sobornos. Paralelamente, vemos la redacción del periódico El día, donde el editor Ed Hutcheson se entera de que el diario va a ser vendido por los herederos del difunto propietario a una cabecera de prensa rival. Hutcheson se persona en la reunión con los herederos, en la que hace una encendida defensa del diario y de la ideología liberal y democrática que lo inspiró; finalmente la decisión de vender o no vender queda en manos de un juez al que se le ha planteado el tema. Entre tanto, uno de los periodistas que había enviado el editor a cubrir el tema de Rienzi resulta apaleado, pudiendo incluso perder un ojo. Entonces Hutcheson decidirá ir a por el mafioso, aunque sea lo último que haga el periódico antes de ser vendido (y cerrado, que es lo que parece que va a hacer el medio que lo va a adquirir).
Algún día habrá que hacer honor a Richard Brooks, el director de este percutante thriller entreverado de drama; Brooks (1912-1992) se inició como guionista a principios de los años cuarenta, para pasar pronto a dirigir; no tardó en notarse que iba a ser un cineasta a tener muy en cuenta…. Quizá su primer título realmente relevante fuera este El cuarto poder, pero a partir de ahí menudearon los títulos interesantes: en los años cincuenta, Semilla de maldad, Banquete de bodas, Sangre sobre la tierra, Los hermanos Karamazov, La gata sobre el tejado de zinc… en los sesenta también dirigió mucho material atractivo: El fuego y la palabra, Dulce pájaro de juventud, Lord Jim, el bronco y magnífico wéstern crepuscular Los profesionales, pero también el profundo drama introspectivo Con los ojos cerrados… En los setenta su estrella fue languideciendo, aunque aún tuvo arrestos para algún buen título, como Buscando al Sr. Goodbar. En su cine latió casi siempre (al menos cuando tuvo las manos más o menos libres) un aliento liberal, a veces con un fuerte compromiso social, y siempre con un tono profundamente humanista.
Aquí, como decimos, Brooks era todavía prácticamente un novato en Hollywood, pero ya se apeciaba que no era un mero pegaplanos (como había muchos en aquella época, dicho sea de paso… todos no fueron Ford, Hawks, Lang, Preminger o Wyler…). Bajo los auspicios de la entonces todopoderosa 20th Century Fox (ah, tempus fugit…), la película, en un precioso blanco y negro típico de la época, firmado por Milton R. Krasner, plantea una situación habitual en los films sobre periodismo, en la que un (a su escala) poderoso ejerciente de tan noble profesión se verá compelido a luchar contra un enemigo mucho más poderoso, peligroso y, sobre todo, carente absolutamente de escrúpulos ni sentimientos, pero también habrá de afrontar a la vez el hecho de que el capital (que ya se sabe que no tiene alma…) haya decidido acabar con la voz independiente del diario por una pura cuestión de perras (hablamos, de dinero, no de canes del sexo femenino…).
Hay muy buenos diálogos, típicos del género, con frecuencia acerados, originales del propio director, que actuó también como único guionista. Está también presente la plasmación de toda una filosofía del oficio de periodista y del papel esencial de los periódicos en una sociedad democrática; hay también, por qué no decirlo, una mirada sobre los periodistas como gente con un punto cínico; aunque en realidad lo que ocurre es que ya no son unos ingenuos, tienen todos los tiros dados en su profesión…
Brooks da ocasión a Bogart (que borda su personaje de editor enfrentado a la vez a los herederos de los propietarios que quieren vender el periódico y al mafioso que está sojuzgando la ciudad y lo tiene en el punto de mira) para lucirse con varios vibrantes alegatos sobre su profesión, en especial en la vista judicial sobre la venta del diario, ya en el tramo final del film, poco antes de que el juez haga público su dictamen, con un encendido alegato en defensa del periódico y, por elevación, del periodismo libre, de la libertad de prensa, de la independencia del periodista frente al Poder, frente a todos los poderes, como clave de arco de cualquier sistema que se precie en llamarse democrático
Habrá también lugar para algunas líneas argumentales secundarias aunque conexas, como la relación casi extinta del protagonista con su exmujer, que le ama pero está harta de que el periodismo (casi un sacerdocio, en realidad, como también la profesión de policía) sea su primera prioridad y ella la última.
El ya entonces marcado estilo cinematográfico de Brooks (formalmente uno de los mejores filmadores de su época, y los había muy buenos…), su clave liberal y progresista, además de un impecable ritmo narrativo, sin alardes ni extravagancias, redondean un poderoso artefacto “noir” sobre la función del periodismo en una sociedad moderna y compleja, en un film muy clásico, al que por supuesto la presencia de Bogart confiere un tono y una prestancia difícilmente igualables.
(05-09-2025)
87'