Estamos ante un “western” un tanto tardío, ya de 1971, cuando las películas realizadas en Almería sobre el género habían prácticamente destrozado las reglas no escritas de los clásicos John Ford, Raoul Walsh, Howard Hawks o John Sturges, entre tantos otros grandes del género. “El gran Jack”, sin embargo, tenía la intención de mantenerse fiel a aquellas constantes que marcaron los mejores años del western, y para ello reclutó a un director especializado en el género, George Sherman, bien que no uno de los mejores, sino un artesano eficaz que, a lo largo de su centenar largo de filmes, rodados a lo largo de treinta y cuatro años, supo poner en imágenes prácticamente cualquier encargo que se le hiciera, aunque jamás con talento, pero sí con profesionalidad.
John Wayne interpreta el personaje de un viejo hombre del oeste, uno de los pioneros que colonizaron las tierras prometidas de Norteamérica; cuando su nieto es secuestrado, sacará fuerzas de flaqueza para seguir a los pistoleros. Se trata de un filme agradable de ver por intentar recuperar unas señas de identidad en trance de desaparición, y contar además con la presencia del siempre carismático, inolvidable Wayne.
Junto al mítico grandullón a quien se identifica desde hace décadas con el género que le dio fama aparece el excelente secundario Richard Boone, también ya fallecido, un actor característico de especial personalidad, ideal para papeles de facinerosos. La bella es Maureen O’Hara, y aparece también Patrick Wayne, el propio hijo de John, aunque es cierto que no tenía el talento de su progenitor.
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