El asunto de la inmigración hacia España (y en general, hacia Occidente y su supuesto paraíso económico) y los eventos que ello produce está poco tocado, aún, en cine. En nuestro país, en concreto, apenas se ha tocado a fondo en films como Bwana, de Uribe, o tangencialmente en otros como Flores de otro mundo, de Icíar Bollaín (ésta no es una exposición exhaustiva, por favor). Por eso, la existencia de El próximo Oriente es, en sí misma, positiva, porque habla de algo que está en la calle como uno de los temas recurrentes de la sociedad de hogaño y del futuro.
El acercamiento de Fernando Colomo (con la ayuda de Joaquín Oristrell en el guión, lo que le confiere un andamiaje robusto, ya que no precisamente original) se hace sobre la comunidad bengalí (de etnia hindú, pero musulmanes de religión) en Madrid, con un pánfilo de paradójico nombre Caín (mientras que su hermano, un pequeño canalla, es un contradictorio Abel), metido en un fregado que le supera: su hermanito ha dejado preñada a su amante, joven bengalí hija de estrictos padres musulmanes, y el mentecato decide casarse con la bella de creciente barriga. Ahí vienen los enredos, como en cualquier comedia que se precie, a vueltas con las muy distintas costumbres de la familia bengalí y las tan relajadas maneras de la sociedad española del siglo XXI.
Pero, como preanunciábamos, el guión, que tiene sólidas estructuras (esa mano de Oristrell, tan buen libretista como mediocre director), carece de originalidad: cada paso que da el memo o su familia política se ven venir a distancia; la inclusión de algunos apuntes a lo Good bye, Lenin (en clave morisca) no ayuda precisamente a mejorar la creatividad del texto; y la sorda lucha de opuestos, con ese crápula de hermano que, lógicamente, terminará llevándose su merecido, no es tampoco un prodigio de innovación.
Es cierto que el protagonista, el poco conocido Javier Cifrián, borda su personaje de infeliz superado por los sucesos que le acontecen, y que la joven Nur Al Levi se perfila como una presencia estimulante en el cine español, quizá un tanto limitada en sus posibles papeles por su exótico rostro oriental. Hay también un mensaje benévolo (como todo en el cine de Colomo, es verdad) sobre la coexistencia de culturas, con ese católico compañero del protagonista que se pasa al pensamiento sufí, cambiando de nombre su nombre de Cristo (de Cristóbal) por el de Abdul, y ese himeneo multicultural que recuerda, por qué no, a Mi gran boda griega. Ojalá todo fuera siempre como en esta especie de mejor de los mundos posibles que nos presenta el cine de Colomo: mucho mejor nos iría. Pero el conjunto no termina de ser la película sobre inmigración, en clave de comedia, que está por hacer.
(24-08-2006)
93'