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Agustí Villaronga es un cineasta mallorquín que a lo largo de las tres últimas décadas viene desarrollando una obra irregular, con algunos films estimulantes, como su debut en la realización de largometrajes, Tras el cristal (1986), turbadora y brutal, y Pa negre (2010), que obtuvo nueve Goyas. Entre medias ha tenido films mucho menos interesantes. El rey de La Habana pertenece a esa mayoritaria parcela de su cine que no alcanza la calidad de sus cimas, aunque tampoco está desprovista de interés.

Sobre la novela homónima del cubano Pedro Juan Gutiérrez (primera de este escritor nacido en Matanzas que se lleva al cine), publicada en la isla en 1999, Villaronga, como guionista y director, nos cuenta la historia de Reynaldo, al que todos llaman Rey (y, más tarde, como consecuencia de sus portentos sexuales, “el Rey de La Habana”...), un huérfano ingresado en un correccional por un delito que no cometió; cuando se hace mayor, huye del centro para embarcarse en una espiral de supervivencia, yendo de los brazos de Magda a los de Yunisleidi, este último un transexual. Estamos en la Cuba de los años noventa, en lo que en la isla caribe se conoce como “el período especial”, por perder a partir de entonces el apoyo económico de los países de la órbita soviética al implosionar al principio de la década los regímenes comunistas de la URSS y compañía, lo que, unido al bloqueo de Estados Unidos, sumió al país en una situación de verdadera ruina.

El rey de La Habana, como película, sigue la historia imaginada por Pedro Juan Gutiérrez y sirve, a la manera de este, un film en clave de realismo sucio, una historia de pura supervivencia, en la que los personajes malviven como pueden, siempre al filo del desastre, casi siempre sobreviviendo fuera de la ley: en palabras del narrador, será una historia de pobres en un país de pobres. Es fácil ver qué interesó a Villaronga de la historia, esa mezcla de miseria y sexo explosivo y continuo, desprejuiciado, pero también una mirada hacia los más desfavorecidos, una mirada compasiva y solidaria que busca poner en primer plano a aquellos que nunca abren los telediarios, ni siquiera tienen una vida de “aurea mediocritas” en cualquier urbe del mundo desarrollado.

Irregular en su ritmo, aunque Villaronga filma con la profesionalidad habitual en él, quizá demasiado decantado hacia ese sexo sucio que es una de sus señas de identidad, El rey de La Habana queda como una película sobre un durísimo momento histórico en Cuba, sobre las personas que tuvieron que superar esas dificultades como buenamente pudieron, y de cómo las relaciones personales, en ese contexto, se hacen aún más difíciles de lo que habitualmente ya lo son.

Buen trabajo de los desconocidos intérpretes, muy adecuados a sus respectivos personajes. La producción cuenta con los estándares de calidad habituales en el buen cine español, descollando la fotografía de Josep M. Civit, que se adapta con facilidad al tono de sordidez que el film exige, a ese realismo sucio que es el santo y seña de la literatura de Gutiérrez y, en este caso, del cine de Villaronga.


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125'

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El rey de La Habana - by , Nov 21, 2018
2 / 5 stars
Pobres en un país de pobres