Franklin J. Schaffner tiene un lugar en la Historia del Cine fundamentalmente por ser el director de El planeta de los simios (1968), la original, la primera, la mítica distopía que inició una larga (y decreciente en interés) serie cinematográfica y otra televisiva, todo ello durante el siglo XX, y que indirectamente también ha propiciado el “reboot” de la muy entonada serie cinematográfica en el siglo XXI.
Pero además de director de aquella película mítica, prístina y de culto, Schaffner fue un notable realizador norteamericano (aunque nacido por accidente en Japón), perteneciente a la llamada “generación de la televisión”, como Sidney Lumet o John Frankenheimer, cineastas que se foguearon en el novedoso medio catódico y que después explotaron artísticamente en la gran pantalla. En ese gran formato Schaffner, además de la versión de la simiesca película basada en la novela de Pierre Boulle, sería autor de una serie de buenos films, en la mejor tradición del cine clásico de Hollywood, como Patton (1970), biografía del volcánico general norteamericano, por la que ganó el Oscar, o Nicolás y Alejandra (1971), acercamiento a la familia Romanoff, la estirpe reinante en Rusia a la caída del imperio.
Antes de ello Schaffner también brilló en esta peculiar El señor de la guerra, ambientada en el siglo XI en la francesa Normandía, donde un señor feudal, Chrysagon, es enviado por el Duque que es su dueño a gobernar una zona pantanosa donde los frisios (belicoso pueblo holandés de la época) realizan periódicas incursiones para saquear a la comunidad local. Allí se enamorará de una bella paisana, que está a punto de contraer matrimonio con su novio...
El señor de la guerra (basada en la obra teatral homónima, original de Leslie Stevens, autor del guion de El zurdo, de Arthur Penn) tiene varias curiosidades: una, quizá la más evidente, una historia de amor que sin embargo apenas puede disfrazar un volcánico deseo carnal: el señor del castillo usará del aberrante privilegio de la época conocido como derecho de pernada: puede ser, si así lo desea, quien yazca primero con una recién desposada. Aunque el protagonista está nimbado de las habituales nobles cualidades de los personajes del cine clásico de Hollywood (y que en el caso de Heston eran consustanciales a sus personajes), en el tema sexual sin embargo se pone el mundo por montera y hace suya (aunque esta le corresponde, todo sea dicho) a la mujer del prójimo prevaliéndose de su posición, en una fórmula argumental escasamente hollada por el cine americano de la época; por otro lado, las escenas de acción están realizadas con una fuerza inusitada: se entiende así por qué eligieron a Schaffner cuando hubo que poner en escenas las batallas de Patton. Con un ritmo vibrante, con una pujanza arrolladora, todo el asedio al castillo por parte de los frisones es de lo mejor del film, jugando Schaffer con un montaje brillante pero también con una puesta en escena vigorosa y potente.
La denuncia de la felonía de los regímenes feudales, sotto voce, también está en el film, aunque se haga como de pasada y dentro del contexto de la historia que se nos cuenta. La música de Jerome Moross, vibrante y belicosa, aporta el tono necesario para que la película, definitivamente, brille como el film poderoso que resulta ser. Charlton Heston, pasada su época de juventud de los años cincuenta, en la que se encumbró con obras míticas como Los Diez Mandamientos (1956) y Ben-Hur (1959), había hecho en el primer lustro de los sesenta varios films de corte histórico, como El Cid (1961) y El tormento y el éxtasis (1965), por lo que este El señor de la guerra encaja dentro de ese mismo corte argumental. Entre los secundarios, además del siempre seguro (aunque era más habitual encontrarlo en westerns) Richard Boone, destacaremos a James Farentino, un actor que se haría popular en los años setenta al protagonizar la serie televisiva Cool Million.
123'