Este film pertenece a la primera etapa del guionista y director Eloy de la Iglesia, la que va desde su debut en el largometraje de ficción en 1969 con Algo amargo en la boca, hasta 1975, cuando, con Juego de amor prohibido, cierra esta primera etapa de su carrera, que se caracteriza por thrillers con voluntad de estilo, muy influidos por el giallo italiano.
El techo de cristal plantea la historia de una joven casada cuyo marido parte con frecuencia de viaje de negocios o trabajo. Ambos viven en el campo, en una casa en cuya planta superior vive otra pareja, siendo el marido un hombre de salud delicada. Cuando el marido de la protagonista se marcha de nuevo de viaje, la esposa, en su soledad, da en imaginar que la vecina de arriba ha matado al marido enfermizo, quizá porque tiene un amante, y se quiere deshacer del cuerpo. El casero de las dos viviendas, un escultor que tiene su taller en un edificio anexo, será el confidente de la protagonista en esta elucubración, aunque cree que son cosas de su imaginación…
El film de Eloy de la Iglesia tiene virtudes que nos parecen apreciables, sin que por ello se pueda decir que sea una gran película: utiliza con efectividad los recursos del cine (angulaciones extrañas, contrapicados, truco de manivela, juegos de luces y sombras) para crear una atmósfera malsana, una sensación de que, efectivamente, hay algo maléfico, perverso, en el ambiente, que lo que parecen imaginaciones calenturientas de una mente solitaria y aburrida tienen realmente fundamento, tienen una base verídica.
Metáfora sobre los peligros de la soledad, sea esta vital o (como en este caso también) sexual (dado de forma obviamente pudibunda: todavía existía la Censura en España, aunque desde principios de los años setenta sus dictámenes se habían relajado), la película es posiblemente una de las más interesantes de Eloy de la Iglesia de este período. Sin ser un exquisito como guionista y director, el film planteaba congruentemente su historia esquinada, este thriller que gustaba de rozar el gore (esos restos humanos que aparecen de vez en cuando, e incluso son devorados por cerdos), una película muy de su tiempo, que conoció una doble versión para su exhibición fuera de España, donde las féminas, Carmen Sevilla, Patty Shepard y Emma Cohen, dejaban ver más centímetros de sus anatomías que en las copias que se proyectaron dentro del territorio nacional.
Y es que el tema sexual es uno de los más evidentes en el film, incluso con escenas en las que el personaje de Carmen Sevilla tiene ensoñaciones eróticas con abundante banda sonora (de gemidos, se entiende), añorando al marido ausente, aunque también sintiéndose tentada por el macho cercano, tan a tiro.
Carmen Sevilla, por cierto, iniciaba con este film una nueva etapa en su carrera, con papeles alejados del tono folclorizante que con frecuencia había sido su marca de fábrica hasta entonces. Películas como esta, No es bueno que el hombre esté solo, o La loba y la paloma, marcaron un antes y un después en su filmografía, buscando ser antes actriz que estrella. Del resto del reparto subrayaremos el lamentable hieratismo de Dean Selmier, en un papel de macho-que-las-enamora ciertamente poco convincente, por más que De la Iglesia lo hace pasearse media película con el torso desnudo.
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