Pelicula:

Jean-Jacques Annaud se hizo un nombre con sus películas de los años ochenta: En busca del fuego (1981) fue una llamativa indagación sobre la infancia del género humano, cuando aún andábamos en cueros vivos (sin ser nudistas, se entiende) y acabábamos de bajarnos de los árboles, seguramente la primera película de cine comercial que intentaba hacer un acercamiento realista a la Edad de Piedra, lejos de los taparrabos de diseño de productos como Hace un millón de años (1966). Con El nombre de la rosa (1986) no estuvo a la altura del original de Umberto Eco, un auténtico acontecimiento en la literatura popular de la década, pero es cierto que el filme se dejó ver y visualizó a personajes inolvidables como Guillermo de Baskerville (con la efigie inmortal de Sean Connery) y Adso de Melk (el adolescente monacal al que le puso su estrábica jeta Christian Slater). El oso (1988) fue la particular aportación al ecologismo de Annaud, una historia de ficción que se desarrollaba enteramente con animales, en uno de esos complicados “tour de force” a los que son dados algunos directores de vez en cuando. A partir de ahí su cine pareció decaer en interés, y El amante (1992), Siete años en el Tibet (1997) y Enemigo a las puertas (2001) fueron sus últimos títulos de cierto relieve, para después hacer naderías que no tuvieron repercusión alguna.

Tampoco parece que esta El último lobo lo saque del marasmo artístico al que está confinado desde hace ya quizá demasiado tiempo. Y no es que el film carezca de interés “a priori”. Plantea una historia ambientada hacia 1967, en tiempos de la llamada Revolución Cultural (que ni fue revolución, ni mucho menos cultural) instigada por Mao Zedong en su país, la China Popular, cuando dos pequineses (hablamos de seres humanos nacidos en Pekín, o Beijing, como la llaman ahora, no de perros pequineses…) son enviados a Mongolia para ejercer como maestros de los niños del lugar, a cambio de manutención y alojamiento. Allí los dos estudiantes se implicarán en la vida y costumbres de los lugareños. Uno de ellos, compadecido del atroz fin que dan los mongoles a las crías de los lobos (a los que matan para que, de mayores, no ataquen a sus ganados), se queda a escondidas con uno de esos cachorros, al que alimenta y cría hasta convertirlo en un hermoso ejemplar lobuno. Como era de prever, esta actividad clandestina le deparará graves problemas…

Parece que Annaud intenta con este El último lobo una aproximación protoecologista a obras mayores que se ambientaban también en zonas telúricas, como la magistral Dersu Uzala (1975), de Akira Kurosawa, o la notable Urga, el territorio del amor (1991), de Nikita Mijalkov. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, y en este film franco-chino nunca se llega a esa sensación de estar asistiendo a una historia cuasi documental, como ocurría con los filmes mencionados, ni causa, ni de lejos, la tremenda impresión emocional en el espectador que aquellas conseguían. Sólo algunas escenas logran acercarse a la excelencia, como la extraordinaria persecución de los lobos a la manada de caballos que intentan pastorear, sin gran éxito, sus cuidadores, una secuencia fantasmagórica por su ambientación nocturna, realizada con un más que interesante tratamiento de intriga creciente, de tempo en progresiva aceleración, una escena ciertamente modélica.

Lástima que el resto no esté a esa altura y tenga un corte mucho más mediocre, como desganado. A ello contribuye un elenco no precisamente afortunado. Los intérpretes chinos (y que se salve quien pueda: ahí están los estupendos Chow Yun-Fat, Michelle Yeoh, Zhang Ziyi, Gong Li, Tony Leung Chiu Wai, Tony Leung Ka Fai, Chang Chen, y poco más) no son precisamente Laurence Olivier, y perdón por la forma de señalar: su escuela es la del histrionismo antes que la interiorización, como si estuviéramos todavía en el cine mudo, y entonces su capacidad para hacer verosímiles las historias que cuentan deja mucho que desear.

Así las cosas, El último lobo resulta ser una bienintencionada fábula filoecologista, con el lobo como centro y eje de esta historia un tanto desvaída, en la que el canis lupus queda, como era de esperar, como el bellísimo (a fuer de misterioso) animal que es. Y es que pocos seres tan hermosos como este primo salvaje de nuestros perros; pocos animales han alimentado tantas leyendas, tantos cuentos infantiles (esa Caperucita, esos Tres Cerditos, entre otros muchos relatos similares que arrullan los primeros años de todos los niños); pocos, también, tan incomprendidos, culpabilizados por una mitología de maldad que, por supuesto, no se corresponde con su realidad, la de un depredador que, lógicamente, caza para comer y sobrevivir. Por eso algunas de las mejores escenas de El último lobo son aquéllas en las que estos hermosos animales campan a sus anchas por las vastas estepas mongolas, uno de esos paisajes que todavía (el adverbio me temo que no durará mucho) mantiene el aspecto que tenía antes de que el ser humano empezara a demoler su propio planeta con una saña digna de mejor causa.


(19-04-2015)


 


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El último lobo - by , May 03, 2022
2 / 5 stars
Telurismo fallido