Estreno en Filmin.
Sucedió el 2 de julio de 1816. La fragata de la marina francesa Méduse encalló frente a las costas de Mauritania. Tras algunos intentos para liberar el casco y careciendo de botes de salvamento para todos los tripulantes, se improvisó una balsa de unos 12 metros de largo y 6 de ancho donde se hizo subir a 147 hombres, la mayoría militares, algunos pasajeros. Una cuerda permitía el arrastre desde un bote hasta la costa. Pero la cuerda se rompió o tal vez alguien la cortó por torpeza, por exceso de confianza en las posibilidades de la balsa, o por pánico. Durante trece interminables días los cada vez menos supervivientes debieron afrontar la deshidratación, la desesperación, el miedo, la locura, el hambre y la sed, hasta el punto de tratar de masticar el cuero de sus cinturones y alimentarse con los restos de los cadáveres.
El suceso se convirtió en un escándalo internacional, dio origen a un impresionante lienzo del pintor francés Théodore Géricault, La balsa de la Méduse, realizado entre 1818 y 1819, considerado como una obra fundamental de la pintura romántica, adquirido poco después de la muerte del artista, en 1824, por el Museo del Louvre. En 1993 Alessandro Baricco se inspira en aquellos hechos para uno de los tres libros que componen su obra Oceano Mare, y en él se basa la película de Agustí Villaronga El vientre del mar, que de momento ha obtenido en 2021 el Premio de la Crítica en el Festival de Moscú y la Biznaga de Oro al mejor largometraje, la Biznaga de Plata a la mejor dirección y 4 premios más en el Festival de Málaga, que la han convertido en la cinta más galardonada en la historia de dicho festival.
Villaronga parte del texto de Baricco que, según manifestaciones del propio director, ha respetado escrupulosamente, y organiza la película a base de tensiones dialécticas entre personajes y conceptos. La discrepancia desde la primera secuencia del film entre un oficial y un timonel por el relato del desastre naval convive con dos diferentes concepciones acerca de la reconstrucción cinematográfica de hechos históricos, la que convencionalmente llamamos realista y la reproducción teatralizada del mismo suceso, si bien esta segunda se dedica de manera preferente a mostrar la situación física y psicológica del oficial al que seguimos en su monólogo. La yuxtaposición de ambos procedimientos enriquece la propuesta y amplia por tanto el significado de la misma.
No se trata, sin embargo, de una elección manierizante por parte del director, ni mucho menos de un simple juego narrativo. Cierto que la voluntad de multiplicar los significados conduce también a una nueva tensión entre los dos grandes precedentes en la recreación de aquel trágico episodio naval: el pictórico, es decir, el cuadro de Géricault, reproducido en un plano del film, y el literario, la novela de Baricco: lo que equivale a decir que asistimos a una confluencia entre elementos espaciales y conceptos temporales. Pero más allá de los aspectos formales, narrativos, estéticos, sobre los que pivota su nueva película, Villaronga nos conduce a reflexiones sobre cuestiones sociales analizadas desde una perspectiva histórica. El pasado y el presente se dan cita en las secuencias dedicadas a la vida del timonel en África y en la inclusión, un tanto sorprendente, de imágenes actuales, que muestran a migrantes a bordo de pateras. Es obvio que los habitantes del África subsahariana de hoy, como los de hace dos siglos, se ven impelidos a lanzarse al mar para tratar de superar condiciones de miseria.
La coordinación del cineasta Agustí Villaronga ha favorecido que los diferentes equipos que trabajan en la película hayan dado lo mejor de sí mismos. El Festival de Málaga, además de la Biznaga de Oro al mejor largometraje español presentado en el certamen y de sendas Biznagas de Plata a la mejor dirección y al mejor guión (Villaronga y Baricco), ha concedido otras tres Biznagas de Plata a los impecables trabajos del actor Roger Casamajor, del músico Marcús JGR y de Josep Maria Civit y Blai Tomàs como directores de fotografía. Son también fundamentales y de una insólita brillantez el montaje, de Bernat Aragonés, el vestuario, de Pau Aulí y Susy Gómez, esta última al frente también del diseño de producción, así como es justo reconocer la fuerza que aportan las miradas de otros integrantes del equipo artístico, como Òscar Kapoya, Muminu Diayo, Marc Bonnin, etc.
Actor, guionista, director, Agustí Villaronga ha ido formulando desde su ópera prima como cineasta, Tras el cristal (1987), una trayectoria insólita y sugestiva. Su siguiente título, El niño de la luna (1989), le valió su primer Goya, en este caso al mejor guión original. Por desgracia, no todas sus películas encontraron una respuesta tan cálida y algunas de ellas, en particular para quien escribe estas líneas El mar (2000), merecerían una revalorización. Parecía que con Pa negre (2010) había llegado a la cima de reconocimientos (9 Goyas, Premio Nacional de Cinematografía), aunque es posible que El vientre del mar modifique esta situación. En cualquier caso, Villaronga nos ha vuelto a sobrecoger con un relato sobre la capacidad depredadora del hombre contra su propia especie, al tiempo que nos ha fascinado una vez más a partir de la sugestión hipnótica de sus imágenes.
78'