¿En qué piensan las mujeres?

En un mundo cada vez más feminizado, en el que el hombre (léase el macho humano) está desnortado, con los roles a los que estaba habituado puestos en solfa y la mujer batallando denodadamente por igualarle y superarle, el que un "sex-symbol" masculino como Mel Gibson haga una comedia sobre este tema no es raro; es más, me atrevería a decir que estaba cantado que terminaría haciéndolo.

Se trata de exprimir el limón de la taquilla, y en este caso ver al seductor y "machote" (lo dicen, "sic", al comienzo de la película, por si había dudas) Gibson "comprendiendo" a las mujeres, podía incrementar considerablemente, como así ha sido, el saldo de su cuenta corriente. La historia parte de un delirio, el imposible hecho de que un hombre empiece a escuchar en su mente los pensamientos de las mujeres, en una suerte de telepatía de sentido único (ellas no oyen, a la recíproca, lo que barrunta él) provocada por algo así como un "shock" eléctrico mientras Mr. Testosterona lleva panties y las uñas pintadas, por un quítame allá un caso de celos profesionales...sexista.

Si partimos de esa premisa disparatada, probablemente el resto esté a la misma altura (o "bajura", si me permiten el palabro). En efecto, casi todo se limita a aprovechar esa desprevenida cualidad que el macho recibe inopinadamente, y verle cómo, supuestamente, pasa a ser un hombre adorado por las féminas porque las entiende y sabe lo que les gusta (incluso en la cama...).

Nancy Meyers, la directora, orquesta con cierta habilidad el producto, si bien es cierto que desaprovecha las líneas argumentales más interesantes. Queda entonces una comedia endeblita, que hace sonreir alguna que otra vez, pero en la que el eterno tema de las complejas relaciones entre hombres y mujeres queda reducido a poco más que un juego de pensamientos robados en el entorno ferozmente competitivo de la empresa ultracapitalista de hogaño, con un Mel Gibson al que la comedia no le va nada, tan gesticulante como siempre, aunque, puestos a elegir, lo preferimos aquí depilándose las piernas (y dándose cuenta de hasta qué grado de masoquismo llega el sacrificio femenino por gustar a los hombres) y aplicándose rimmel con escaso estilo, antes que en sus machadas patrioteras de, por ejemplo, El patriota.