Roberto Rossellini reinventó el cine tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial en dos películas clave de la época, “Roma, città aperta” y “Germania anno zero”. Junto a cineastas como De Sica, Germi, Lattuada, Visconti y Comencini, inventó una forma de entender el cine, el Neorrealismo, pero al igual que todos ellos, pronto le insufló a su obra un sello personal, inconfundible.
En “Europa 51” Rosellini es ya un maestro consagrado, un hombre que ha sido capaz de atraer a la diva sueco-americana Ingrid Bergman con la sola fuerza de su cine, hasta formar ambos una pareja no sólo artística, sino también sentimental; las películas en las que ambos colaboraron están marcadas siempre por el desarraigo del forastero fuera de su tierra, un desarraigo doble en Bergman, de Suecia a USA. En “Europa 51” se cuenta la tragedia de una mujer americana que vive en Italia de forma frívola e irresponsable, a quien el suicidio de su hijo, falto de su atención, supondrá un cambio brutal en su existencia. El itinerario vital desde la hembra mundana hasta la mujer preocupada por sus semejantes está admirablemente trazado por Rosellini, en una de sus más interesantes películas de los años cincuenta.
Al interés del filme no es ajena la formidable interpretación de Ingrid Bergman, bien secundada por un reparto en el que, al lado de algunos nombres americanos, se destaca como secundaria de lujo Giulietta Massina, la esposa de Federico Fellini. Un bien construido argumento, de la mano de una legión de guionistas, apoya la sólida realización de Rossellini, como siempre teñida de un fuerte tono humanista, uno de los rasgos que mejor han definido al maestro italiano, uno de los nombres que siempre hay que reivindicar como artífice del cine tal y como hoy lo conocemos.
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