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Es curioso lo que ha ocurrido con la vida de Florence Foster Jenkins. Esta mujer fue una dama de la alta sociedad neoyorquina de la primera mitad del siglo XX que se hizo famosa por sus recitales de ópera en los que cantaba con un empeño digno de mejor causa, pero con horribles desafinamientos que convertían sus conciertos en algo parecido a una tortura. Su acción como mecenas musical le proveía de un selecto grupo de fans, más rendidos a sus dólares que a sus supuestos méritos belcantistas. Esta historia real ha sido llevada al cine dos veces, la primera en forma muy libre, en la estupenda Madame Marguerite (2015), que cambiaba de nombre (Marguerite Dumont), de país (Francia) y de época (los años veinte) a la diva de voz espantosa, y ahora en esta Florence Foster Jenkins.

Curiosamente, la mejor de las dos versiones es precisamente la más libre, la que más se aleja de la realidad, la francesa: y es que a veces (corrijo: casi siempre) la ficción le gana por la mano a los hechos auténticos. Florence Foster Jenkins no es, por supuesto, una mala película, pero tiene varios problemas: uno, un guión en exceso pegado a la realidad, que no siempre es el mejor elemento para una película, como hemos comentado; otro, el hecho de tener al frente del reparto a una diva (esta sí de verdad) como Meryl Streep, alrededor de la cual gira todo: es como un vórtice, como un “maelstrom”; todo empieza y acaba en ella, está permanentemente en pantalla, y cuando no lo está, su presencia es como una sombra que lo oscurece todo; por último, la historia resulta aquí excesivamente reiterativa, con los continuos gallos de la dama que cantaba como un grillo, sobre lo que se basa toda la comicidad del filme, en su parte de comedia, que también la tiene. En contraposición, Madame Marguerite es mucho más brillante, cosmopolita, exquisita, irónica, mejor dialogada, amena… No hay color, definitivamente.

Para remate de los tomates, si Streep es la cima, Hugh Grant es la sima, tenemos el cénit y el nadir: Streep es el no va más de la interpretación, y a su lado las muchas limitaciones de Grant quedan al descubierto; eso sí, aquí al menos no balbucea demasiado, como es su costumbre. Simon Helberg, que ha alcanzado la fama por su personaje de Howard en la serie televisiva The Big Bang Theory, aquí se pasa tres pueblos con los mohines del pianista que acompañó a Mrs. Jenkins durante buena parte de su vida.

El director Stephen Frears, que últimamente da más de arena que de cal, rueda con su reconocida profesionalidad, pero no parece haber dado en la tecla de esta historia, tan excéntrica que, seguramente, hubiera requerido un poco más de libertad sobre lo que realmente sucedió: y es que el cine, no se olvide, no es la vida. Es otra cosa…


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111'

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Florence Foster Jenkins - by , Sep 30, 2016
2 / 5 stars
Cuando la ficción supera a la realidad