Jaume Collet-Serra es un catalán afincado en Hollywood desde 1992. Tras estudiar cine, hizo algunos spots publicitarios que le permitieron dar el salto a la dirección de largometrajes. Su primer filme, La casa de cera (2005), no se puede decir que fuera la octava maravilla: de hecho era bastante floja, aunque tenía detalles, sobre todo un potente final. Posteriormente, aunque en principio siguió con el género de terror, con La huérfana (2009), pronto se decantó por el thriller de acción con filmes como Sin identidad (2011) y Una noche para sobrevivir (2015). Ahora regresa al cine de terror, aunque en este caso con evidentes irisaciones de suspense, con esta Infierno azul que, inevitablemente, evoca a aquella estupenda Tiburón (1975) de Steven Spielberg, que abrió la veda para las películas con animales dispuestos a merendarse a cuanto humano se pusiera a su alcance.
Una joven surfera, con sus estudios universitarios en “stand by” tras la trágica muerte de su madre, viaja a una recóndita playa de México para reflexionar sobre su vida mientras practica su deporte favorito. Pero allí pronto será acosada por un enorme tiburón blanco, y queda atrapada en una roca que se sumergirá cuando suba la marea…
La cita a Tiburón no es ociosa, pues la influencia de aquella vieja pero tan buena película es obvia aquí, incluso en encuadres calcados. El cine de Collet-Serra no oculta su vocación de puro espectáculo, de entretenimiento sin más, y así debemos entenderlo y asumirlo. Es cierto que desde La casa de cera el catalán ha mejorado bastante: ahora ya domina todos los resortes de la filmación, sabe dosificar sus recursos y, en general, cuenta bien la historia. Otra cosa es que esa historia sea una inanidad, que argumentalmente sea flácida como un espárrago y que, una vez terminada, no quede poso alguno en el espectador, más allá del que podría haber tras hacer un crucigrama o un sudoku.
Pero como divertimento capaz de generar buenas dosis de adrenalina lo cierto es que funciona. También es verdad que con frecuencia Collet-Serra y su guionista, el no precisamente exquisito Anthony Jaswinski, tiran de recursos fáciles para provocar el susto o el sobresalto, pero en general queda un producto aseado (como para no serlo con tanta agua…), fotografiado preciosistamente por el vasco (la cosa va de españoles trabajando en Hollywood) Flavio Martínez Labiano, antiguo colaborador habitual de Álex de la Iglesia y desde hace varios años de Collet-Serra.
Curiosamente, la lujuriante playa donde se localiza la abrumadora mayoría del filme no está situada en México sino en Australia: y es que en el cine todo es posible, hasta que Óscar Jaenada haga (otra vez, y ahora con barba) de mexicano, como en Cantinflas (2014). Blake Lively, sobre la que recae todo el peso de la película, hace un trabajo apreciable, notándose una interesante evolución dramática desde anteriores (e inferiores) empeños, como su personaje de Salvajes (2012), de Oliver Stone.
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