Tengo escrito que para mí el cine de espías tiene un plus especial. Me ocurre como con el género de terror o el de ciencia ficción, que me gustan con independencia de la calidad de los filmes que se inscriben en los mismos. Cuando, además, el cine de espías está bien hecho, como pasa con este La deuda, resulta especialmente gratificante. La historia parte de una película previa, Ha Hov (inédita en España, por cierto), dirigida por Assaf Bernstein, filme israelí de 2007 revisitado ahora por el cine yanqui (por supuesto, auspiciado por los judíos de Hollywood, que son muchos y muy poderosos; of course, esta apostilla no supone ningún tipo de antisemitismo, sino la expresión de una realidad incontrovertible).
La historia en ambos filmes es similar: a finales del siglo XX en Israel se venera a un pequeño grupo de espías del Mossad que treinta años atrás acabaron con la vida de un criminal nazi en el Berlín ocupado por los soviéticos; sin embargo, la historia oficial no se corresponderá exactamente (a veces, el diablo, en vez de en los detalles, está en los adverbios…) con esa versión. Ese esqueleto en el armario, que este caso equivale precisamente a la ausencia literal de tal esqueleto o cadáver, pesa sobre la conciencia del pequeño grupo de espías y, finalmente, servirá de catalizador para una nueva búsqueda del monstruo, vieja ya la espía que le odió (no me he podido resistir, James Bond…) y carcamal artrítico la propia bestia nazi.
Rigurosamente filmada, con sobriedad y sin embargo amenidad (cualidades no siempre coincidentes), la película demuestra que el director John Madden, al que admiramos por su estimable Shakespeare in love pero al que le perdimos el respeto con su infumable La mandolina del capitán Corelli, es un buen cineasta cuando tiene una apropiada materia guionísticas, pero carece de resortes para mejorar una historia inane.
Porque La deuda fía muchas de sus virtudes precisamente a esa historia a doble vuelta, la de un grupo de idealistas reclutados por la temible inteligencia israelí, que habrá de ejecutar en dos partes lo que en la primera pareció resuelto pero no lo fue, y tendrá que volver al oficio de matar cuando a lo que más se aspira es a oír amablemente el ruidoso trajinar de los nietos o, alternativamente, a tomar sopitas, a ser posible con buen vino, como afirma la frase hecha.
Helen Mirren, como siempre, está excelente, aquí en un papel tan distinto al que habitualmente suele desempeñar, una espía de la tercera edad con un turbio pasado que la persigue hasta las puertas mismas del Hades; Tom Wilkinson resuelve con su habitual soltura su rol, el espía un punto felón que se quedó con la bella pero no con su corazón; Sam Worthington, el héroe de Avatar y Terminator Salvation, confirma que es uno de los más interesantes actores jóvenes de Hollywood, una poderosa mezcla de masculinidad física y fragilidad anímica; Jessica Chastain, la joven espía que tendrá la cara de Helen Mirren treinta años después, representa con verosimilitud el papel de la mujer que habrá de ser otra para engañar, y con ello capturar, al monstruo de los ojos azules y el corazón negro.
113'