Cuando en 1980 John Carpenter rueda La niebla (habrá una segunda versión partiendo de este mismo guión, que rodaría en 2005 Rupert Wainwright, con el título en España de Terror en la niebla, muy inferior a este su original), el cineasta neoyorquino ya ha conseguido fama dentro del género de terror gracias al gran éxito de crítica y público de su anterior La noche de Halloween, que dará origen a un copioso venero que ciertamente se fue degradando con respecto a las evidentes virtudes de la primera y genuina muestra de talento del director.
La niebla parte de una supuesta leyenda según la cual los muertos en un naufragio vuelven a la vida para acosar a los habitantes del pueblecito en cuya costa perecieron. Con un mecanismo no muy diferente al utilizado en La noche de Halloween, pero también en su anterior Asalto a la comisaría del distrito 13, Carpenter consigue otra vez una obra extrañamente horripilante, donde la atmósfera de inquietud y desasosiego comienza en los títulos de crédito y casi no se extinguen con la palabra “fin”. Otra vez la opresión, el ambiente de malignidad reconcentrada, son las mejores cualidades de una cinta mejor acabada que las anteriores, aunque curiosamente en ésta quizá falte la chispa que convirtió a La noche de Halloween en un referente del cine de “psychokillers”, pero también en un filme especial, un filme genuinamente de culto.
Entre los intérpretes, además de Jamie Lee Curtis, que saltó a la fama de la mano de Carpenter en la mentada La noche …, aparece su madre, una leyenda del cine, Janet Leigh (y el padre era Tony Curtis, la cosa va de leyendas…).
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