La película del rey

El caso de Carlos Sorín, guionista y director argentino nacido en Buenos Aires en 1944, es cuando menos curioso. Se inició en el cine en la década de los setenta como director de fotografía, aunque su labor en esa actividad apenas se prolongó. Su debut en la dirección cinematográfica no se produce hasta este film, La película del rey, en 1986, cuando ya había cumplido los 42 años, edad en la que, normalmente, los cineastas tienen ya una parte de su carrera hecha. Fue un debut fulgurante, ganando varios premios, entre ellos los Cóndor de Plata del cine argentino (el equivalente al Oscar en aquel entonces en el país de la Pampa), además del Goya al Mejor Film Hispanoamericano y obteniendo también galardones en festivales de prestigio como Venecia y La Habana.

Ese éxito le sirvió para ser fichado por el cine norteamericano, bajo cuyo paraguas hizo Sonrisas de New Jersey (1989), con Daniel Day-Lewis, que entonces era una figura emergente, pero esta película fue un fracaso absoluto, tanto comercial como artístico, no interesando a nadie y sumiendo a Sorín en una depresión de la que tardó más de una década en reponerse. Ya a principios del siglo XXI volvió con su cine interesante, ya en su país de nuevo, con películas como Historias mínimas (2002) y Bombón, el perro (2004). Su filmografía posterior no ha tenido mayor repercusión fuera de sus fronteras, por lo que se desconoce si ha mantenido ese nivel de interés.

Pero este su primer film, La película del rey, sí que fue buen cine, una obra hermosa y estimulante, la doble epopeya de un director de cine que quiere llevar a la pantalla la vida de otro visionario, un viejo francés, tal vez loco, que como un Quijote cualquiera creyó ser el rey de la Patagonia, y comenzó así una dramática aventura a mediados del siglo XIX. Pero esta peripecia vital del director y de su personaje biografiado irá concerniendo progresiva e implacablemente a los miembros del rodaje, hasta alucinar todos en una historia en la que maravillosamente apenas si se puede distinguir la ficción de la realidad.

Esta primera película de Carlos Sorín, entonces, supone un bellísimo exponente del cine poético sin cursilerías, una compleja introspección en el deseo de poder del ser humano, en el anhelo por descollar de entre los demás. La imbricación de ambas historias, la del personaje alucinado del siglo XIX y la de los miembros del rodaje que pretendían recrear su historia, irá confluyendo hasta difuminarse una historia con la otra, con un entonado reparto en el que descuella el gran Ulises Dumont, uno de los estupendos actores argentinos de la segunda mitad del siglo XX, pero también Villanueva Cosse, intérprete uruguayo que se funde con su papel del que creía ser monarca de la nada.