Andrzej Zulawski fue un cineasta polaco que rodó la mayor parte de su obra (o al menos la más importante) fuera de su país, en una tradición bastante enraizada en la tierra del papa Karol Wojtyla; basta recordar los nombres de Roman Polanski, Jerzy Skolimowski o Jerzy Kawalerowicz, entre otros. Incluso el gran patriarca Andrzej Wajda hizo algunos films fuera de su país, como fue el caso de Danton. Quiere decirse que, fundamentalmente por problemas de restricciones a la facultad de crear arte, muchos de los cineastas polacos de primera línea emigraron a Occidente durante la dictadura comunista.
Zulawski hizo, a nuestro entender, su mejor película con Lo importante es amar (1975), una extraña historia entre el drama y el romance fou, de estilo excesivo pero realmente atractivo. Seis años más tarde rodaría esta La posesión, alucinante historia que combina con notable potencia temas que bordean el terror con una intriga de celos muy particular. En su momento fue saludada, no sin razón, como un delirio cuasi onírico, en permanente estado de tensión, un cine nada complaciente y destinado a golpear duramente en el estómago del espectador: una mujer separada, su marido que la busca, la sombra de un amante desconocido, una locura, una abominación que tal vez ella misma haya creado, a resultas de sus carencias afectivas, sexuales.
Isabelle Adjani hizo aquí probablemente el papel de su vida (sí, quizá junto al personaje de la hija de Víctor Hugo en Diario íntimo de Adele H., de Truffaut), y se despacha a gusto, ella, que fue en su época el colmo del histrionismo en actriz. Sam Neill, recientemente llegado de su Australia natal, resulta paradójicamente un prodigio de hieratismo, probablemente porque su personaje (el marido engañado por su mujer con algo que no se sabe muy bien qué es, ni cómo surge) era demasiado complicado, sin asideros.
Zulawski nunca volvió a brillar a igual altura; su siguiente film, La mujer pública (1984), evidenció sus carencias y una tendencia cada vez más exagerada al exceso superficial, a la banalidad hueca. El resto de su filmografía se fue agostando hasta final del siglo XX, cuando prácticamente dejó de dirigir cine, hasta que en 2015 hizo su canto del cisne, poco antes de morir, con Cosmos.
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