CRITICALIA CLÁSICOS.
Disponible en Filmin y Prime Video.
Si estamos escribiendo ahora de esta olvidada, atípica y curiosa cinta de los años ochenta es por una serie de circunstancias que se dieron desde una década antes en la trayectoria de su director, el inglés John Boorman, nacido en enero de 1933, y que por aquel entonces estaba totalmente enfrascado en un ambicioso proyecto para adaptar y llevar a la pantalla nada menos que El Señor de los Anillos (escribiéndose y manteniendo contactos con J.R.R. Tolkien), una obra monumental que tardaría varias décadas en materializarse hasta que el neozelandés Peter Jackson filmó su excelente trilogía, cosa que Boorman no llegó a hacer por lo voluminoso del presupuesto y los recelos de varios productores que tanteó.
Pero en esos momentos no era ya ningún desconocido, había rodado un excelente policíaco, A quemarropa (gran trabajo de Lee Marvin), un film bélico, Infierno en el Pacífico, y también un éxito de taquilla como Deliverance, una dura historia de supervivencia con Burt Reynolds y Jon Voight. Hay un bache con las fallidas Zardoz -a pesar del protagonismo de Sean Connery- o El exorcista II: el hereje (pese a sus buenas intenciones y el trabajo de Richard Burton), pero en 1981 vuelve con uno de los mejores y más originales acercamientos a las leyendas artúricas, Excalibur, con Nicol Williamson y una joven Helen Mirren, y que sin proponérselo sirvió para popularizar una cantata del alemán Carl Orff, Carmina Burana, sobre textos medievales y con unos acordes rítmicos y pegadizos.
Su siguiente film ya es el que nos ocupa esta crónica, tras el que vendrán aún obras interesantes, como Esperanza y gloria, hermoso y muy británico cuadro costumbrista, de 1987, El General en 1998 (premio al mejor director en el festival de Cannes), o ya en 2001, El sastre de Panamá (con Pierce Brosnan, Jamie Lee Curtis y Brendan Gleeson), sobre una interesante novela de John le Carré, completando su carrera con Reina y patria, en 2014, como prolongación o secuela de la citada Esperanza y gloria.
Tomando por base lejanos y distintos casos reales, en 1985 Boorman rueda su obra más diferente y original, esta La selva esmeralda, y nos traslada a la Amazonía, donde un ingeniero estadounidense (Powers Boothe) vive con su familia para construir en el Matto Grosso una gigantesca presa que permita el posterior uso agrícola y urbano, destruyendo -obviamente- la selva original. Vive lindando con zonas pobladas por los nativos, y en un descuido su hijo de siete años es raptado por uno de ellos, siendo inútil su búsqueda, prolongada durante diez años. El niño se adapta a la vida salvaje de una tribu y tutelado por un viejo y cariñoso mentor aprende a vivir entre Los Invisibles, que habitan desnudos en una zona de arroyos, cascadas y agua, enemistados con Los Feroces.
Allí Charley (interpretado por el hijo de Boorman) toma parte en todos los rituales y ceremonias, con el uso de drogas y alucinógenos que les llevan a experiencias extremas, siendo acaso la parte más interesante de la cinta, narrada con soltura y cercanía, y discurso ecológico frente a la destrucción que genera el hombre blanco. Convertido en adolescente y unido a su pareja india, el chico blanco se topa un día con su padre que sigue internándose en zonas salvajes, reconociéndose ambos, y yendo luego a ver a su madre a la ciudad, subiendo por la fachada de donde viven sus padres (como quien escala un árbol), madre e hijo se abrazan, pero Charley tiene ya otra vida y vuelve a su paraíso selvático, ahora en peligro.
Con un segmento menos conseguido, cuando muchas chicas indígenas son raptadas y prostituidas en los barracones de los obreros de la presa, el tramo final nos lleva a un tono de acción que desemboca en una llamada de la tribu de Los Invisibles a sus dioses para que las ranas croen y provoquen (según sus leyendas) una gigantesca lluvia e inundación que rompa la inacabada presa, mientras el padre ingeniero (convertido al ecologismo) ayuda con explosivos a esa destrucción.
Cinta imperfecta pero atractiva, fue un claro ejemplo de posturas adelantadas a su tiempo, contando con una excelente fotografía de Philippe Rousselot, un trabajo magnético de Charley Boorman (que ya participó en un pequeño papel en Deliverance), y tuvo en su momento una excelente recepción de público y crítica. Pionera en la denuncia de la destrucción y deforestación en el espacio amazónico, hay en su tramo inicial planos sueltos -posiblemente documentales- en los que vemos maquinarias gigantes que con grandes cadenas arrastran y arrasan árboles de gran porte, sacándolos con sus raíces y mostrando la brutalidad del sistema "civilizador" que aplicó la sociedad industrial, con tal de conseguir sus frutos lucrativos. Sistemas que, por desgracia, siguen en nuestros días... pero ya hace varias décadas fueron valientemente denunciados por el olvidado John Boorman.
(22-10-2023)
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