Yorgos Lanthimos es un guionista y director griego que ha conseguido hacerse un hueco en el cine internacional gracias, sobre todo, a dos filmes que llamaron poderosamente la atención, aunque me temo que no por su calidad sino por la bizarría (por llamarlo de alguna forma) de sus propuestas. Uno fue Canino (2009), una especie de El bosque en lengua helena, con una pareja que mantenía secuestrado desde su nacimiento a sus hijos, para preservarlos del mundo (y del demonio, aunque no de la carne…), y que incluía alguna escena de dureza extrema. La otra fue Alps (2011), en la que un grupo de personas da en crear una asociación que presta sustitutos de seres queridos cuando estos mueren, una historia que puede parecer disparatada pero que, a la vista de la evolución de la sociedad, alguna vez puede ser real.
En cualquier caso, Lanthimos es un guionista de ideas originales, aunque su plasmación cinematográfica después no se puede decir que sea notable. En el caso de esta Langosta estamos en un caso parecido a sus anteriores filmes. Aquí la historia tiene tintes de distopía (que de alguna forma también se insinuaba en sus anteriores empeños, mundos extraños, antiutópicos): en un mundo futuro, o quizá paralelo, la sociedad establecida no concibe que las personas estén sin pareja (da igual que sea hetero u homosexual), por lo que aquellos que pierden a las suyas, tienen un período de tiempo, en un hotel, a modo de microcosmos de reciclaje, en el que habrán de conseguir otra, por afinidad intelectual, emocional, social…, o de lo contrario serán convertidos en un animal de su elección. El protagonista se encuentra en ese caso, e ingresa en el hotel (con un ritual que recuerda, libremente, al del ingreso en las cárceles que tantas veces hemos visto en cine y televisión), donde al ser preguntado por qué animal le gustaría ser si no consigue pareja, contesta que una langosta.
El filme de Lanthimos, entonces, parte de una peculiarísima premisa, juega con la convención de si los humanos somos capaces, o no, de vivir en pareja, y lo que es peor, si el estado, cualquier estado, puede obligarnos a vivir solos o emparejados. Metáfora sobre la forma en la que las administraciones públicas se inmiscuyen en el más íntimo de los círculos del ser humano, su decisión de vivir en soledad o en compañía, Langosta tiene dos partes claramente diferenciadas, pues a la primera, que se corresponde con la del “establishment”, le sigue la segunda, en la que veremos lo que podríamos llamar, con cierta liberalidad, la “resistencia”, un grupo de partisanos que reivindica justamente lo contrario, la prohibición de la vida en pareja.
Al final, la metáfora no es sino una (justa) reivindicación de que cada cual haga con su vida lo que quiera, y pueda vivir, o no, en pareja, cuando, donde y con quien le plazca. Pero lo que parece obvio, con las lentes de esta distopía, no lo parece tanto, y de hecho en nuestro propio mundo, en este mismo tiempo, existen sociedades que se meten hasta en la cama con sus conciudadanos (en ese caso, generalmente, súbditos…), como dijo, en frase afortunada, ese gran Fernando Fernán Gómez que tanto nos enseñó en cuestión de libertades.
Langosta, en su conjunto, resulta ser una curiosa apuesta por presentar conductas administrativas perversas, como una parábola de las sociedades humanas y su manía por meterse hasta en los charcos. Está rodada con una mayor calidad de lo que es habitual en Lanthimos, que no se puede decir que sea un exquisito, y es que es evidente que la coproducción de hasta seis países, entre ellos potencias cinematográficas como Estados Unidos, Reino Unido y Francia, ayuda a contar con los mejores técnicos. También la interpretación de estrellas de Hollywood, como Colin Farrell o Rachel Weisz, ayuda a la visibilización del filme, que sin duda tendrá una distribución mundial que no hubiera podido soñar Lanthimos si su producción hubiera sido exclusivamente griega, como hasta ahora. De todas formas, Farrell y Weisz, que son buenos actores, parecen aquí un poco despistados: y es que la historia, que es marciana con ganas, no les ha debido dar muchos asideros a los que agarrarse…
Y es que vivir, o no, en pareja, no puede ser, como dicen en la película, en el segmento vivido en el hotel aherrojado por el sistema, una cuestión de contar con alguien que, si te duele la espalda, te pueda poner pomada donde no te llegas… Aunque es evidente que se trata de una metáfora de las bondades de la vida en pareja, habría otras, igualmente válidas, para reivindicar lo contrario: cada persona, cada momento, tendrá que decidir qué quiere para su vida; tenemos una sola, y es tan corta…
P.S.: La película se abre con un plano en el que una mujer tirotea a un burro. Quiero creer que el plano está trucado. Si no es así, Lanthimos entra de lleno en la Historia Universal de la Infamia, en ese lamentablemente nutrido grupo de cineastas que creen, miserables, que sus películas valen más que las vidas o el sufrimiento de los animales que maltratan en ellas. Si es así, Lanthimos, ojalá ardas en el infierno que, a buen seguro, os espera en el otro mundo.
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