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Bi Gan es un todavía muy joven cineasta chino (Kaili, 1989) que llamó la atención con su primer largometraje, Kaili Blues (2015), galardonado con varios premios en su país, pero también en Occidente (certámenes de Locarno, Lisboa y Las Palmas, entre otros). Su segundo film, mucho más ambicioso, es este Largo viaje hacia la noche, que se ambienta en su Kaili natal (al parecer una localización geográfica constante en su todavía menguada obra), donde conoceremos a Luo, un hombre que vuelve a esa localidad china tras 12 años fuera, al funeral de su padre; allí intentará reencontrarse con al amor de su vida, del que no sabe ni siquiera como se llama...

Bi Gan puede ser en el futuro un cineasta interesante. Me temo que todavía no lo es. Aquí ha jugado con numerosas influencias culturales, siendo las tres fundamentales, a nuestro juicio, la nominal del título, homónimo al del famoso drama teatral de Eugene O’Neill, pero sin nada que ver, más allá de que en esta película y en el texto oneilliano hay un personaje capital que vuelve tras una larga ausencia; otra de las referencias evidentes parece ser el existencialismo, la corriente filosófica que intenta explicar al Hombre, al “anthropós”, a través no solo de un pensamiento científico sino sobre todo de un acercamiento auténtico hacia la condición humana, aquí quizá tangencialmente tocado en reflejos de Sartre, o de Camus; la tercera de las influencias nos parece que puede ser de corte temático y estético, relacionada con el film de Park Chan-wook In the mood for love (en España Deseando amar), de la que toma el amor evanescente e inasible y los planos (aparentemente) vacíos.

Hay otras muchas influencias, por supuesto, desde los amantes que desconocen su nombre, tomada de El último tango en París, a la morosidad narrativa típica del cine del húngaro Béla Tarr, del que toma las lentas panorámicas que puntean constantemente el relato de Bi.

Pero el problema del film del cineasta chino quizá sea que no ha sabido conjugar todas esas influencias (y otras que no citamos para no hacer demasiado largo este texto) de una forma acorde, armoniosa. Queda un batiburrillo de escenas deslavazadas, algunas más brillantes que otras, alguna incluso en la que parece que Bi ha descubierto América (como la de la lluvia en el interior de una habitación, que ya estaba en Corredor sin retorno, de Fuller, allá por los años cincuenta, o el trávelin circular alrededor de los amantes, que ya lo hizo Lelouch en Un hombre y una mujer, en los sesenta), y, sobre todo, queda el alarde de la última hora, rodada en plano-secuencia, con la dificultad añadida de tener que filmar incluso un viaje en moto y hasta en una especie de tirolina. Alarde técnico ciertamente notable, brillante, pero que sin embargo, temáticamente, tampoco termina de enderezar una historia confusa, voluntariamente abstrusa, con frecuencia incluso ininteligible.

El juego entre realidad y sueño, entre realidad y ficción (la segunda parte parece una película vista por el protagonista, pero también podría ser una escena onírica) está dado con una tan evidente voluntad de estilo que el medio se come el mensaje: Bi juega no solo con la morosidad como clave de su narrativa, sino con movimientos de cámara despaciosos, con un tempo lentísimo que juega en contra de la narración. Es cierto que tiene elementos valiosos, como una brillante exploración del movimiento horizontal para explicar la historia entre la vigilia y el sueño del protagonista, pero el conjunto dista mucho de convencer, empeñado su guionista y director en demostrar su ególatra personalidad cinematográfica. Según ha declarado, Bi se aficionó al cine tras ver Stalker, de Tarkovski, lo que arroja luz de por dónde van los tiros en su idea sobre el cine, confirmado por esta película, en la que el cineasta chino evidencia que, aunque ha visto y se ha sentido fascinado por su homólogo ruso, no ha entendido que no hay nada menos tarkovskiano que la fatuidad de la que el chinesco hace gala, la arrogancia de quien quiere apabullar con su personalidad “artística”. Porque nada hay más lejano a la humildad, al profundo humanismo de Tarkovski, que esta película seudorromántica que estéticamente es todo un monumento a la (im)pericia de su director.

Jugando con cierto realismo sucio, con un regusto por los ambientes estéticamente degradados, preferiblemente herrumbrosos, como una metáfora de las vidas de sus personajes, en constante proceso de degradación, Largo viaje hacia la noche se puebla de personajes tristes, torvos, pensativos, unos personajes que parecen sacados de un “spot” publicitario, personajes en los que prima la “posse” antes que el carácter, antes que la verdadera humanidad. Bi busca la poesía en su película, pero no está claro que la encuentre: la distancia entre el verso y el ripio es mínima, y parece claro hacia donde se decanta su cine. Las largas parrafadas en off, supuestamente poéticas, o existenciales, tampoco ayudan en ese sentido. El misterio falso, impostado, de la historia que se nos narra, no es tampoco la mejor de las cualidades del film.

Estilísticamente, aparte de las despaciosas panorámicas horizontales y los lentos travelines, Bi Gan, en su afán por subrayar ampulosamente su personalidad cinematográfica, juega mucho con la profundidad de campo, sin que quede demasiado claro qué busca con ello; y es que la tendencia al vacío gratuito es una de los defectos de los cineastas que se creen poetas y no llegan ni a malos prosistas. Tampoco Bi parece que haya aprendido el arte de la elipsis: aparte del larguísimo plano secuencia final, antes tampoco nos ahorra nada, sea útil o fútil.

Temáticamente, Largo viaje hacia la noche quiere entroncar con eso que se ha dado en llamar “neo-noir”, una puesta al día de los códigos del cine negro americano, sin mucho éxito; las digresiones supuestamente profundas de los personajes, en la realidad banales y huecas, no ayudan demasiado, como el hecho de que los intérpretes, buscando aproximarse al cine negro clásico yanqui, fumen constantemente, como si eso les otorgara la profundidad, de la consistencia de la que en puridad carecen sus roles.

De la inanidad del film baste decir que el director hace que uno de sus personajes se coma, entera, una manzana en primer plano. Y cuando decimos entera, quiere decir, literalmente, entera... El añorado Tony Leblanc dio una muestra de su inmenso talento rompedor comiéndose una manzana en directo en un programa de televisión de los años setenta. No parece que Bi conociera esa genialidad del cómico español, pero aquí ciertamente esa manzana sobraba, como buena parte del metraje de una película demasiado larga, que quiere ser (sin serlo) poética, romántica y existencialista, para ser solo un monumento a la personalidad de su director, que podrá llegar a ser alguien en cine si modula su narcisismo cinematográfico y aprende, con humildad, de los grandes. No es el caso, todavía...

(13-04-2020)


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132'

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Largo viaje hacia la noche - by , Apr 13, 2020
1 / 5 stars
Comerse una manzana entera (literalmente...)