Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN MOVISTAR+

Europa, aunque para el público medio quizá no lo parezca, es una de las zonas del mundo donde se produce más y mejor animación, tanto clásica como digital. El lector interesado en el tema puede consultar los cinco artículos publicados en Criticalia con el título genérico Europa como polo del “cartoon” tradicional en el siglo XXI: menos infantil, más adulto, pulsando en los siguientes enlaces: I, II, III, IV y V.

Sébastien Laudenbach (Arrás, Francia, 1973) es otro de los cineastas europeos que viene realizando desde hace tiempo una apreciable carrera dentro de la animación, aunque en su caso la filmografía no es demasiado extensa, estando compuesta de varios cortos (alguno de ellos de imagen real, aunque casi todos pertenezcan a la fórmula de la animación), algunos videoclips musicales, y dos largos, ambos ejecutados con dibujos animados tradicionales, los de dos dimensiones de toda la vida de Dios: el primero de ellos fue una adaptación de los hermanos Grimm, La doncella sin manos (2016), y el segundo este Linda quiere pollo (2023). Chiara Malta (Roma, Italia, 1977), por su parte, es también directora y guionista, en su caso más inclinada hacia el cine de imagen real (con títulos como Simple women, en 2019), aunque desde que se asoció con Sébastien, hace algunos años, también ha irrumpido en el panorama del “cartoon”.

Linda quiere pollo, de tan peculiar título, cuenta una historia no menos singular, aunque sea con los ropajes de la vida cotidiana: vemos en el prólogo una familia feliz (ya decía Tolstoi aquello de que todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera...), compuesto por el padre, la madre, Paulette, y una bebé, Linda. En el transcurso de la comida, en la que están tomando un pollo con pimientos, especialidad del marido, éste se atraganta con lo que está comiendo y muere. Ocho años después vemos a Paulette y a una ya crecidita Linda: ambas parecen haber superado aquella tragedia, aunque Linda es muy caprichosa y está empeñada en ponerse una sortija de la madre que tiene para ella un valor sentimental por habérsela regalado su marido. A la niña, en el cole, una compañera le deja una boina; ya en su casa, su madre, que ha echado en falta el anillo, cree que Linda se lo ha cambiado a su amiga por ese complemento, así que la interroga con dureza para que se la devuelva, e incluso le pega. Cuando la sortija aparece sin que la niña tenga nada que ver con esa desaparición, la madre se siente obligada a resarcirla y le dice que le pida lo que quiera: Linda pide entonces comer pollo con pimientos, la receta de su padre, pero para ello hay algunos problemas, especialmente una huelga general en el país, por lo que las tiendas están cerradas, así que no se puede comprar el pollo...

Formalmente, la película se presenta con un dibujo premeditadamente muy ingenuo, huyendo del canon habitual que busca generalmente la perfección en el trazo; esta técnica voluntariamente naif ya la utilizó Laudenbach con éxito en su anterior La doncella sin manos. En una decisión artística que nos parece acertada, Chiara y Sébastien optan por un dibujo que podríamos llamar impresionista, que huye de la línea firme y cerrada, buscando un trazo fugaz, que parece apenas esbozado, más evocativo que descriptivo. A pesar de esa tendencia a lo naif, los movimientos están muy bien captados, reproduciendo adecuadamente, con esos trazos apenas perfilados, la sensación de desplazamiento, de flujo de los personajes y vehículos. Por supuesto, los directores juegan en otra liga que en la del dibujo al uso: este es un dibujo artístico, en el sentido de que no intenta reproducir la realidad (aunque su tema sea cotidianamente urbano, las peripecias de una familia corriente y moliente), sino en todo caso sugerirla, contarnos una historia de esperanzador final con detalles tan creativos como presentar escenas con dibujos en negativo (a la manera de la fotografía) para dar la sensación de oscuridad.

Con un ritmo progresivamente frenético, en especial en su último tramo, la película resulta una agradable sorpresa, fresca, divertida, realista en su peculiar tono impresionista, que habla entre risas y bromas, entre leves peripecias y pequeñas aventuras protagonizadas por gente de a pie, sobre algo en el fondo tan serio como la necesidad de pasar el duelo, de ponerse en paz consigo mismo tras la pérdida de un ser querido. Ese duelo que la protagonista, la Linda del título, sin saberlo, vincula subconscientemente con aquel pollo con pimientos que cocinó su padre el aciago día de su muerte, y cómo comer ese plato se convierte en algo más fuerte que todo lo demás; el pollo será entonces su catarsis, la que recuperará el recuerdo del padre, la que le permitirá cerrar el círculo de su tragedia y empezar a vivir dejando atrás el trauma sin curar que calladamente la ha torturado durante sus todavía pocos años de vida, un trauma que se escenifica constantemente en el insoportable carácter caprichoso, veleta y rebelde de la niña. Y es que la película, en el fondo, trata de la nostalgia por la pérdida del ser querido, y cómo cada persona (aunque tenga ocho años y el recuerdo de la tragedia sea una nebulosa en su mente...) tendrá que pasar el duelo a su manera.

Con algunos toques que rompen prejuicios y estereotipos manidos, como ese camionero ilustrado, que no solo escucha música clásica mientras conduce, sino que recita a Ronsard cuando, con un flechazo, cae enamorado de la madre de Linda, el film no es muy políticamente correcto que digamos; más bien es irreverente con muchas de las pamplinas que en nuestro mundo de hoy nos parecen incuestionables, y esa heterodoxia es, también, otro de sus valores.

Linda quiere pollo tiene una larga lista de premios, todos de primera línea, como el de Mejor Película en el Festival de Annecy (el Cannes del cine animado, para entendernos) y el César a la Mejor Animación.

(12-02-2025)


Género

Nacionalidad

Duración

73'

Año de producción

Trailer

Linda quiere pollo - by , Feb 12, 2025
3 / 5 stars
Una catarsis para pasar el duelo