Prosigue Alex de la Iglesia con su pertinaz intención de suicidarse artísticamente hablando: tras el petardazo de Crimen ferpecto ha debido de pensar que, puestos a darse batacazos, cuanto más grande mejor; así las cosas, se ha embarcado en una megaproducción con localizaciones en Inglaterra, que resulta muy cosmopolita, y ha fichado para el reparto a toda una pléyade de actores de relumbrón, desde el Frodo de El Señor de los Anillos, Elijah Wood, hasta John Hurt, inolvidable en filmes como Alien, el octavo pasajero o 1984, más Anna Massey, que tuvo el honor de trabajar para Hitchcock en Frenesí y para Michael Powell para su filme de culto Peeping Tom/El fotógrafo del pánico. Pero De la Iglesia sigue sin enterarse de la misa la media: no puedes hacer un filme con intenciones de reventar la taquilla y después dar una historia con ínfulas intelectuales; porque los dos tercios iniciales de este Los crímenes de Oxford están repletos de diálogos inescrutables, ininteligibles, a vueltas con el pensamiento filosófico de Wittgenstein, que resultan tan reconocibles para el espectador medio como un tratado de metafísica escrito en chino mandarín… Así las cosas, el público bosteza, mira para otro lado, da una cabezadita… Vamos, lo ideal para llenar las salas a reventar y salvar al cine español de su marasmo… Pero es que, además, ni siquiera funciona como película de corte intelectual o exquisito: aparte de que los diálogos pasan por ser los más pedantes que se hayan escrito en un filme español en mucho tiempo, el guión es penoso, actuando los personajes al dictado del texto original de Guillermo Martínez, Los crímenes imperceptibles, y, lo que es peor, de las absolutamente arbitrarias ocurrencias de los propios libretistas, el mismo De la Iglesia y su habitual compinche, Jorge Guerricaechevarría; es decir, el guión no sigue una lógica verosímil, sino que da giros artificiales en función a lo que interese a sus autores; y eso, en cine, se paga con el descreimiento y el pasotismo del espectador, por muy culto y erudito que sea: esa relación absolutamente marciana entre los personajes de Wood y Watling (aparte de que el chico de los ojos de huevo no es precisamente Paul Newman…), una pareja que además carece totalmente de química (él, un pipiolo más crudo que una berenjena; ella, una voluptuosa hembra de armas tomar); el personaje que interpreta Julie Cox, que se comporta en una escena como una chiflada, para inmediatamente después ser la persona más centrada y comprensible del mundo; el papel de Hurt, supuestamente obsesionado con la muerte de la filosofía, según Wittgenstein, pero que vive de ella… La vuelta de tuerca final, que se espera aunque, es cierto, no se adivina, eleva algo el tono mortecino del filme, pero tampoco mejora su lógica (ya que estamos con Wittgenstein…): el protagonista averigua el quid de la trama porque los guionistas quieren que lo haga, no porque se nos dé verosímilmente ninguna explicación que le haya hecho llegar cabalmente a esa conclusión. Al final Elijah Wood es enteramente igual que el adivino Rappel (bueno, bastante más joven y con menos pinta estrafalaria…), y descubre el pastel por una chorrada… Y este chico, ¿por qué no juega a la Lotería Primitiva? Se iba a forrar…
Los crímenes de Oxford -
by Enrique Colmena,
Jan 19, 2008
1 /
5 stars
Otro crimen perfecto (o ferpecto...)
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