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(El lector interesado en la figura de este director y productor puede consultar también en Criticalia el tríptico titulado Steven Spielberg: el Rey Midas navega por el Guadiana, pinchando en los siguientes enlaces: I, II y III).
La idea de hacer una película autobiográfica, o semiautobiográfica, como se define en las gacetillas, le rondaba a Spielberg desde los años noventa, pero el temor a que poner en imágenes su infancia y adolescencia hiriera a sus padres, que se divorciaron en los años sesenta, le hizo posponerla indefinidamente, hasta que, fallecidos sus progenitores, afrontó a principios de los años veinte de este siglo XXI la tarea de rodar la que sin duda es su película más personal. Claro que otra cosa es que, siendo la más personal, sea también la más conseguida, porque nos parece que no ha sido así.
La historia, ambientada inicialmente en los años cincuenta del pasado siglo XX, sigue a Sammy Fabelman (heterónimo del propio Spielberg) desde que, con apenas 8 años, asiste fascinado a la primera película que vio en una sala de cine, y cómo desde entonces se sintió llamado por la vocación de filmar. La familia estaba compuesta por su padre, Arnold, relacionado con los inicios de la computación; su madre, Mitzi, pianista; y tres hermanas menores que él. Paralelamente a su crecimiento, siendo Sammy ya adolescente, rueda con una cámara casera las vacaciones de la familia; en el montaje de la película, Sammy se da cuenta de que la relación entre Mitzi y el mejor amigo de la familia, Bennie, tiene todas las trazas de ser mucho más que una mera relación amistosa. Enojado con su madre, pero sin querer decir nada a su padre, la relación entre progenitora y vástago se hace imposible, mientras la familia se muda varias veces siguiendo al paterfamilias y los sucesivos ascensos que consigue en su carrera, a la par que la salud mental de la madre, alejada ahora de su secreto amor, se va deteriorando...
Antes del comienzo del film, el propio Spielberg aparece en pantalla para decirnos que esta película es, además de una carta de amor a su familia, también una carta de amor al cine en pantalla grande, agradeciendo al espectador su asistencia a una sala de cine tradicional. Lo cierto es que Los Fabelman es, como decíamos, el proyecto más personal de Spielberg, al involucrar en la narración, apenas disfrazados, los hechos fundamentales de su infancia y adolescencia: su fascinación desde niño por el cine y, en especial, por cómo hacerlo; la trashumancia de la familia tras el padre y sus empleos progresivamente mejores a la par que el clan se iba desmoronando; el adulterio (o quizá la sombra de adulterio) de su madre con el mejor amigo de la familia; sus problemas en el instituto, con constante acoso por ser judío; la devastación que el divorcio de sus padres genera en la familia... Pero también nos parece que lo que mejor funciona en esta historia tan personal, curiosamente, es la parte en la que Spielberg recrea sus filmaciones, aquellas cutres películas rodadas en formatos amateurs, como el 8 mm, filmaciones en las que, evidentemente, germinó su vocación de director de cine: las mejores escenas de Los Fabelman son, así, aquellas en las que Spielberg tiene una relación directa con el cine, desde la inicial y seminal escena del choque de trenes en una película, que fijó para siempre en su mente infantil el deseo de hacer “eso”, hasta el montaje de la cinta de las vacaciones, en la que ese mero montaje funciona espléndidamente como narración, sin palabras, simplemente con las imágenes, recurriendo inteligentemente a la profundidad de campo. En cambio, casi todas las trifulcas familiares resultan extrañamente ajenas, como si el director, en vez de (re)crear su vida, pareciera que filma la de otros que no son él, que no son los suyos, que no le atañen. Eso por no hablar de la tendencia spielbergiana a la cháchara hueca, a la palabrería que parece trascendente pero que, ¡ay!, no lo es.
Así las cosas, Los Fabelman (aparte de un monumental fiasco de taquilla, amortiguado por haber contado con un presupuesto modesto para Hollywood –aunque en España se podrían hacer diez películas con ese dinero...--, 40 millones de dólares, recaudando en todo el mundo, a la fecha de este texto, poco más de 30 millones) resulta ser un auto-biopic irregular, con cosas interesantes y otras que lo son bastante menos. Por supuesto, le sobran al menos 20 minutos de las extenuantes dos horas y media de metraje, pero ese es un pecado capital típico del cine actual, y no digamos ya del de Spielberg: Steven, miarma, ¿es que ya no te acuerdas de cuando hacías pelis de menos de dos horas? El diablo sobre ruedas, En busca del arca perdida, E.T., el extraterrestre, entre otras películas de tu primera etapa, no alcanzaban esa duración, y ya ves qué bien te salieron...
Mención aparte para la última escena, que recrea el (este totalmente verídico, sin fabulaciones) encuentro de un jovencísimo Spielberg de 18 años, optante a su primer trabajo audiovisual, con John Ford, en el que se reproduce el famoso diálogo entre ambos y el consejo fordiano sobre el horizonte en el plano y dónde situarlo para que la escena tenga interés... una delicia, además, adornado por la interpretación que del maestro tuerto del wéstern hace el cineasta David Lynch, toda una creación.
Interpretativamente hablando, a Gabriel LaBelle le ha tocado el “gordo”: todos los días no te fichan para hacer de Spielberg, aunque sea con otro apellido; está claro que ha influido el notable parecido de este veinteañero actor canadiense con el famoso director y productor en su edad adolescente, pero nos parece que su composición, además de esforzada, ha sido acertada. Del resto se ha hablado muy bien del complejo papel de Michelle Williams como la madre de Sammy/Steven, pero nos parece que el doblaje al español no le hace ningún favor. Paul Dano, que tiene en su haber un buen número de personajes más bien tarados, aquí encarna justamente lo contrario, un hombre cabal, amable y generoso, que sin embargo habrá de hacer frente, desolado, al creciente desamor de su mujer. Bonita partitura del nonagenario y spielbergiano John Williams, en un “score” que (probablemente junto a la futura Indiana Jones 5) quizá sea el canto del cisne del gran músico.
(18-02-2023)
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