Enrique Colmena

El año 2018 nos ha traído en España el estreno, con apenas tres meses de diferencia, de los dos últimos films dirigidos por Steven Spielberg, Los archivos del Pentágono (estrenada en los USA en 2017, aquí a inicios de 2018) y Ready Player One, de muy reciente estreno. Ello nos da pie para hablar de la carrera de quien, como dice acertadamente la IMDb, es una de las personalidades más influyentes de la Historia del Cine.

Habría muchas formas de enfocar el análisis de la filmografía de Spielberg; hemos optado por hacerlo desde la perspectiva de su doble faceta de director y productor (las más significativas de su carrera, aunque ha tenido otras de menor calado), pero también desde la peculiar circunstancia de que en ambas disciplinas se le ha motejado con frecuencia como un nuevo Rey Midas, por aquello de que todo lo que toca lo convierte (metafóricamente) en oro, pero ya veremos que eso no es exactamente así; o lo que viene a ser lo mismo, que como todo hijo de vecino también el todopoderoso Spielberg ha tenido pifias de mucho cuidado, que han afectado incluso a la continuidad de su obra. Al lector español no habrá que aclararle la referencia al Guadiana con la que titulamos esta serie de artículos; al foráneo le diremos que el río Guadiana, que surca el suroeste de la Península Ibérica, discurriendo entre España y Portugal, tiene como peculiaridad el fenómeno conocido como Los Ojos del Guadiana, una zona en la que el río parece desaparecer de la superficie para reaparecer kilómetros más adelante: ese fenómeno permite, en español, adjetivar de guadianescos aquellos elementos o personas que tan pronto están en la cresta de la ola como desaparecen como si se los hubiera tragado la tierra: de igual forma, también Spielberg ha pasado sus malos ratos, pareciendo entonces que su estrella se ocultaba definitivamente, aunque nada más lejos de la realidad, como veremos...

Pero también hay otra forma de analizar la carrera de Spielberg, y que combinaremos con esa guadinesca e involuntaria manía del cineasta de meter la pata y después resurgir: hay dos directores que conviven en una sola persona, en Steven, uno que gusta de hacer cine popular, cine que, sin renunciar a la calidad, busca reventar las taquillas; y otro en el que Steven se pone serio, sesudo, reflexivo, y busca hablar de temas trascendentes, de temas importantes, sin por ello quitar el ojo (aunque sea con el rabillo...) a las recaudaciones.

Hablaremos entonces en esta primera entrega sobre la carrera de Spielberg en esa faceta suya de director de cine popular, para hacerlo en un segundo capítulo sobre su dimensión de cineasta de cine serio, y una tercera parte en la que glosaremos su amplia trayectoria como productor en los films no dirigidos por él.

Steven Spielberg nació en Cincinatti, Ohio, en 1946. Tras estudiar en la Universidad de California, empezó a trabajar en los estudios Universal, aunque ya había hecho varios cortos amateurs en su adolescencia y primera juventud. Entre esos cortos figura Amblin’ (1968), que de alguna manera se puede considerar su primera película “profesional”, y que años más tarde daría nombre a su productora, Amblin Entertainment. En televisión rueda episodios de series tan populares (y que se vieron en España) como Marcus Welby, doctor en Medicina, Audacia es el juego y Colombo. Pero cuando realmente empieza a llamar la atención es con su TV-movie El diablo sobre ruedas (1971), un angustioso thriller con elementos tan simples como un coche y un camión que le persigue por causas desconocidas; en Europa se distribuye en cines, y conoce un moderado éxito comercial pero, eso sí, impacta poderosamente en el público que lo contempla. Su siguiente film, ya hecho para pantalla grande, se titulará en España Loca evasión (1974), en la que un presidiario escapa de la cárcel y emprende con su joven mujer un viaje para intentar recuperar a su hijo, dado en adopción. El film tiene cierta repercusión, sobre todo ante el moderado éxito de su anterior propuesta, pero no nos prepara para su posterior (e inesperado) triunfo.

Hablamos, claro está, de Tiburón (1975). La trama, sobre una localidad veraniega en la que un gigantesco tiburón blanco hace estragos entre los desprevenidos bañistas, hace historia, al convertirse en un hit inusitado que la convierte en la película más taquillera del mundo hasta ese momento. Spielberg, con gran habilidad, dosifica la aparición del escualo para generar tensión, miedo y adrenalina en el espectador sin apenas mostrar al tiburón, en una película modélica en cuanto a su capacidad para aterrorizar al espectador con recursos puramente cinematográficos.

Con ese inenarrable éxito, Spielberg puede hacer la ambiciosa Encuentros en la Tercera Fase (1977), vagamente inspirada en uno de los trabajos amateurs de su etapa juvenil. El film, que plantea el bonancible contacto con una civilización extraterrestre, es de nuevo un acontecimiento cinematográfico y comercial. A partir de ahí, los estudios dan carta blanca a Spielberg, y entonces aparece, por primera vez, ese metafórico Guadiana al que hacíamos referencia: su siguiente film, 1941 (1979), pretende ser una comedia en clave negra sobre la supuesta aparición de un submarino japonés en las costas de California tras el ataque a Pearl Harbor, pero resulta un fiasco absoluto: ni comercial ni artísticamente la película tiene recorrido alguno, se da el gran batacazo, y parece que la estrella de Spielberg se ha eclipsado, tal vez para siempre.

Pero como quien tiene un amigo tiene un tesoro, George Lucas, que entonces estaba en la cresta de la ola con la primera trilogía (segunda si la contamos en sentido cronológico de la trama) de Star Wars, le echa un cable a través de su productora Lucasfilm, y ambos lanzan En busca del Arca perdida (1981), un regreso al universo “`pulp” de cine de aventuras barato, con grandes dosis de ingenio y hecha en estado de gracia, barriendo en taquilla y estableciendo un afortunado arquetipo que tendrá continuación en lo que se constituirá en una franquicia de (es cierto) menguante interés artístico aunque manteniendo elevadas recaudaciones. Restablecido el crédito de la industria, Spielberg acomete uno de sus films más significativos, E.T., el extraterrestre (1982), una nueva pero innovadora vuelta de tuerca al tema del contacto con alienígenas, que consigue dar otra vez en la diana en una aventura en la que los niños son protagonistas y personajes fundamentales en la historia.

En un tiempo en el que la nostalgia era importante en el cine de Spielberg (y, me temo, también en la del público medio de la época), hace En los límites de la realidad (1983), un film de episodios en homenaje a la mítica serie televisiva The twilight zone, que en España se conoció (mal y por el UHF, que era como se llamaba entonces La 2) como La quinta dimensión. Indiana Jones y el templo maldito (1984) será la continuación de la saga del arqueólogo más aventurero que haya dado jamás universidad alguna, de nuevo con gran acogida comercial aunque bajará un punto en el gran interés de la primera parte.

Como hemos dicho, en esta primera entrega solo hablaremos del cine popular de Spielberg, así que su primer film “serio”, El color púrpura, y el resto que hemos catalogado como tales, serán comentados en el próximo capítulo. El siguiente film de corte “popular” de su filmografía será la tercera parte de la saga iniciada con En busca del Arca perdida, en este caso Indiana Jones y la última cruzada (1989), donde los elementos autoparódicos ya son muy evidentes y también que la franquicia veía su interés reducirse a marchas forzadas, en una historia que ya empezaba a ser autorreferencial y reiterativa.

Así las cosas, Spielberg deja en barbecho la franquicia y cambia de registro. Hace entonces, de nuevo en clave nostálgica, Hook (El capitán Garfio) (1991), sobre el universo de Peter Pan creado por J.M. Barrie, una historia con personajes de carne y hueso que funciona razonablemente bien y le permite incorporar a otro de los mitos de su (nuestra) infancia al imaginario de su cine. Poco después inicia otra nueva y exitosa franquicia con Parque Jurásico (1993), sobre la novela de Michael Crichton que imagina la posibilidad de clonar dinosaurios y crear un parque temático sobre tal circunstancia, en un film que, de nuevo, llega muy bien al espectador, una intriga hábilmente dosificada en la que los prodigiosos “dinos” recreados por ordenador (con las nuevas técnicas digitales que desde entonces se han convertido en socio imprescindible en toda peli de aventuras, acción y catástrofes) eran lo mejor de una historia con actores y actrices bastante endebles (menos sir Richard Attenborough, claro, pero él jugaba en otra liga...). El mundo perdido: Jurassic Park (1997) es la segunda entrega de esta franquicia, ya inferior en interés, con esa tendencia tan habitual en estos casos de intentar rizar el rizo, aunque en taquilla sigue funcionando bastante bien.

Saltamos ya al siglo XXI en el cine popular del Spielberg como director. Se podría argüir que Minority Report (2002), sobre un relato corto homónimo de Philip K. Dick, es un tema serio, y realmente lo es, pero el tratamiento de Spielberg, con una estrella del nivel de Tom Cruise al frente, se acerca también poderosamente a la faceta popular, en un film que combina la filosofía y la reflexión dickiana con el cine de pura acción. La peli, sin ser un fracaso en taquilla, no cubre las expectativas despertadas y tal vez por ello Spielberg vuelve al cine popular puro con Atrápame si puedes (2002), con Leonardo di Caprio y Tom Hanks, en una historia al parecer basada en un hecho real, con un caco escurridizo y un agente del FBI que habrá de capturarlo, en una especie de antropomorfización de los personajes del Correcaminos y el Coyote, una historia muy americana que, me temo, en el resto del mundo nos resultó menos interesante.

El siguiente envite de cine popular a mediados de los años cero del siglo XXI será una nueva versión del clásico de H.G. Wells La guerra de los mundos (2005), de la que ya hizo medio siglo antes Byron Haskin otra homónima, La guerra de los mundos (1953), muy superior a la de Spielberg, que confundió la gimnasia con la magnesia y se extasió con los formidables efectos digitales que le permitían “coventrizar” los escenarios de la película, destruirlos hasta reducirlos a mero polvo, pero que descuidó, y mucho, la historia que se contaba, en la que de nuevo Cruise bastante tenía con parecer el Juan Nadie que interpretaba.

Spielberg, para hacer caja tras algunos de sus últimos films que no tuvieron una gran acogida comercial (hablamos de su “seria” Munich, por ejemplo), desempolva la serie del arqueólogo aventurero con la cuarta entrega de la franquicia, Indiana Jones y la calavera de cristal (2008), la más floja de todas (a la espera de lo que hará con la quinta que tiene en la recámara...), con una historia de lo más endeble y una realización de pegaplanos que no se corresponde con el genio spielbergiano; sin embargo, en taquilla funciona razonablemente bien y sirve para lo que sirve, llenar de dígitos la cuenta corriente para equilibrar números y seguir haciendo cine.

En un nuevo ejercicio de nostalgia, en el que en el siglo XXI no se ha prodigado demasiado, Spielberg hace Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio (2011), poniendo en pantalla con técnica de animación digital el famoso personaje infantil creado por Hergé, con un moderado éxito de taquilla, en una historia bien contada. Caballo de batalla (2011) será su aportación al tema de la Primera Guerra Mundial, vista desde la perspectiva de un chico que sigue a su equino hasta el frente, con una serie de vicisitudes dentro del angustioso marco de aquella que se llamó Gran Guerra hasta que una segunda de proporciones iguales, o mayores, le endilgó un ominoso numeral.

Mi amigo el gigante (2016) es, cuando se escriben estas líneas, uno de los últimos títulos de cine popular de Spielberg, una adaptación de la novela El gran gigante bonachón, de Roald Dahl, en la que sin embargo el cineasta judío se equivocó totalmente: ni funcionó en taquilla, donde tuvo un comportamiento tirando a desastroso, ni tampoco resultó ser un título de interés desde un punto de vista puramente cinematográfico. Quizá Spielberg, interesado por el universo del escritor, de Roald Dahl, otro de sus afluentes culturales en la niñez, quiso rendirle un homenaje, pero no estuvo acertado.

Ready Player One (2018) es su último film “popular”. Sobre la novela homónima original de Ernest Cline, Spielberg presenta un espectáculo ciertamente fastuoso, quizá la primera vez que se traslada con criterio al cinematógrafo el lenguaje del vídeojuego, en un film por lo demás muy entretenido, plagado de referencias cinéfilas, pasto para friquis mitómanos de toda laya; la taquilla parece estar respondiendo bien, así que, en este caso, parece que Spielberg se va a resarcir de su anterior patinazo comercial.

Ilustración: Roy Scheider en una potente imagen de la película Tiburón (1975), el primer gran éxito comercial de Spielberg.

Próximo capítulo: Steven Spielberg: el Rey Midas navega por el Guadiana (II). El cineasta preocupado por temas serios