Pelicula:

Esta película forma parte de la Sección Oficial del 46 Festival de Cine Iberoamericano de Huelva.

Guatemala es un país con un bajísimo nivel de producción audiovisual: la IMDb censa, hasta el momento en el que se escribe este texto, un total de 218 títulos en toda su historia, entre largos, cortos, series y miniseries de televisión, documentales, TV-movies... una muy escasa producción en un país pequeño en extensión (la quinta parte de España, para entendernos) y con un bajo nivel de renta. Sus películas además tienen serios problemas para ser vistas en el exterior, y cuando lo hacen suele ser gracias a los contactos de sus productores, como en este caso, Los fantasmas, film guatemalteco hecho en coproducción con Argentina y Líbano, cuya génesis, rodaje y postproducción han estado evidentemente influidos en sentido positivo por los contactos de su director y productor, Sebastián Lojo, en la ciudad en la que reside desde hace años, Londres.

Lojo hace con este su primer largometraje como director, tras haberse graduado en cine en la capital británica y haber ejercido como cámara y director de fotografía en algunos cortos. De la película se ha dicho, quizá en un hiperbólico rapto poético, que es un relato urbano de asfixia, hostilidad y desconexión en la Guatemala contemporánea. No dudamos que esa fuera la intención de Lojo y que haya quien lo ha visto así, pero lo cierto es que, tras contemplar esta Los fantasmas, no vemos tal cosa por ninguna parte.

Guatemala, en nuestro tiempo. Conocemos primero a Carlos, luchador de “cátcher” (ya saben, esa especialidad que combina una supuesta lucha libre con teatro, mucho teatro...), en torno quizá a la cincuentena, al que vemos en una pelea contra otro adversario (a la vez amigo, con el que ensaya todos los días los presuntos golpes que se propinan entrambos). Después conocemos a Koki, veinteañero que se dedica por las mañanas a ejercer de guía turístico para guiris, y por las noches a seducir, como chapero, a hombres a los que lleva al hotel donde Carlos es gerente, con su complicidad, hombres a los que después otro socio desvalija. Más tarde conoceremos a Sofi, la novia de Koki, a la madre de este y a su hijo, de quizá 3 años. Las andanzas de Koki como chapero que embosca a sus víctimas, como cabía esperar, terminan pasándole factura en forma de tremenda golpiza, como dicen por aquellos lares...

Tiene dicho Lojo que buscaba hacer una película que mezclara ficción y documental. De hecho, los actores son no profesionales, y Carlos es efectivamente “cátcher”, Koki ejercita el “breakdance” por las calles de Guatemala, y la madre e hijo del personaje que aparecen en la cinta lo son del actor en la realidad. Pero lo cierto es que la intención es loable, pero no así los resultados. Agrada el tono recoleto, sin estridencias (salvo una escena, la de la golpiza al protagonista, realizada con nervio y buen sentido), pero mucho nos tememos que no hay nada más en pantalla, más allá de un relato costumbrista un tanto bostezante. Y es costumbrista porque a los personajes principales los veremos, reiteradamente, realizar tareas cotidianas elementales: a Carlos lo vemos vistiéndose, limpiando sus trofeos de “catch”, comiendo, viendo la tele, lavando su ropa en un fregadero... fascinante, vamos. A Koki lo vemos fumando en varias ocasiones, en silencio y con la mirada perdida (antes y después de la paliza, o sea, que no es porque esté traumatizado), bebiendo cerveza, comiéndose un plato de comida enterito, conduciendo la moto y detenido en un semáforo en rojo (lo que duran los semáforos en Guatemala, mecachis...), lavándose los dientes, tumbado en la cama mirando al techo... lo dicho, apasionante. Pero es que a su novia, Sofi, la vemos tendiendo la colada, de la que no nos ahorran ni una camiseta, y después desayunando... Así todo. Mucho costumbrismo con escaso propósito, o al menos sin que ese propósito se exprese en la película. Porque lo hemos dicho muchas veces: lo que se quiera decir, o contar, o expresar, a través de un film, tiene que estar en ese film, no puede estar en las gacetillas de la productora; podrá expresarse de forma más explícita o elíptica, de forma críptica o por las claras, dejando huecos o rellenándolos; lo que no se puede es pretender que el espectador se crea una historia de la que no se dice prácticamente nada.

Por supuesto, estamos ante una obra voluntariosa, esforzada, que sin duda ha costado mucho poner en pie. Por eso mismo da coraje que, con el trabajo que habrá costado hacerla, después tenga tan poca chicha. El metraje es corto, apenas 76 minutos, pero lo cierto es que la materia con la que se ha contado se podría haber despachado en media hora (títulos de crédito incluidos...), y no solo no se hubiera echado en falta nada, sino que el escaso mensaje habría llegado mucho más nítido al espectador.

Film tal vez relativo a la dificultad de vivir en un país como Guatemala (vale decir cualquier otro país de Centroamérica, y desde luego de otras amplias áreas de la región latinoamericana), Los fantasmas evidencia su endeblez en una trama difusa, confusa, alicorta. En la forma, Lojo demuestra su gusto por los planos estáticos: la cámara apenas se mueve, no sabemos si por falta de presupuesto o se trata de un recurso estilístico.

No hay tensión dramática, ni emocional, más allá de rostros hieráticos fatigosamente escrutados por la cámara sin encontrar nada. No sabemos qué piensa, con qué sueña Koki (finalmente el protagonista absoluto, aunque la escena inicial, con la pelea de “catch” de Carlos, pudiera hacer pensar que era este el personaje central), no sabemos nada, no hay personajes, solo miradas perdidas sin sentido. Ojalá Lojo tenga una larga carrera como cineasta, porque es evidente que tiene muchas ganas; pero ojalá también que el director guatemalteco afine mejor sus historias y nos las haga llegar con un mínimo de interés.

(21-11-2020)


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76'

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Los fantasmas - by , Nov 21, 2020
1 / 5 stars
Solo miradas perdidas