Mario Camus (Santander, 1935) forma parte de lo mejor del cine español de los últimos sesenta años. Su cine siempre tuvo interés, incluso cuando tuvo que ponerse al servicio de la estrella de turno (por ejemplo, del cantante Raphael en Cuando tú no estás, o de Sara Montiel en Esa mujer). Es autor de una numerosa filmografía llena de títulos interesantes, de lo mejor del cine español de su época: La cólera del viento, Los días del pasado, La colmena, Los santos inocentes...
Su primera película fue esta Los farsantes, que ya marcaría las líneas generales de su filmografía: progresismo, realismo, compromiso social. La historia se centra en una compañía de comedias que lleva el teatro por los pueblos de la España de principios de los años sesenta, representando obras como “Genoveva de Brabante”. En ese contexto, vemos que uno de los integrantes de la compañía ha fallecido y se le está velando en el local de teatro donde estaban realizando sus representaciones. Veremos también que los cómicos, con su jefe a la cabeza, Don Pancho, no son precisamente apreciados en el pueblo por las costumbres un tanto licenciosas para la época (vale decir sexo entre personas no casadas) y por su pertinaz tendencia a dejar deudas sin pagar. Así veremos también cómo la compañía irá de pueblo en pueblo, siempre con historias que contar en cada uno de ellos, conociendo a sus integrantes, desde la pareja a la que acosa, encelado, otro de los comediantes, hasta los novios en la que él quiere consumar y ella se resiste, pasando por la amistad “especial” de otro de los actores con el bailarín del grupo.
En el fondo un homenaje a los llamados “cómicos de la legua” (humildes actores y actrices en compañías de teatro ambulante que representaban obras teatrales a lo largo de interminables gira), como lo fueron también, entre otras, Cómicos, de J.A. Bardem, o El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, la película de Camus se inserta en un cierto neorrealismo a la española, en una época en la que el cine español buscaba nuevos terrenos que explorar, en una década nueva que prometía algo más de libertad en las pantallas nacionales, también en una sociedad que empezaba a intentar pasar página de la Guerra Civil y la dura postguerra. Así, con Los farsantes Camus presentaba en pantalla esa otra España que normalmente no aparecía en las triunfalistas muestras de cine que fomentaba el régimen, y que en aquellos años, con la progresiva aparición del llamado Nuevo Cine Español (Saura, Camus, Patino, Borau, Regueiro...), comenzaba a tener ya su lugar dentro de la cinematografía del país.
Formalmente, la película presenta una puesta en escena clásica, no se nota en absoluto que sea una ópera prima; aparece ya el gusto de Camus por los temas “fuertes”, por hacer otro cine distinto al que permitía la censura, siempre en el límite de lo tolerado, como en las relaciones sexuales entre sí de los miembros de la compañía teatral, incluso con una relación homosexual sugerida, y un humillante “strip-tease” que, ciertamente, tenía de todo menos de sensual. Hay también una pintura realista, casi naturalista, de los pueblos de la España de los años sesenta, como marco y paisaje de un acre retrato de la farándula de la época, con sus penurias constantes, siempre con el agua al cuello en lo tocante a la economía, en el filo del alambre, incluso llegando a pasar hambre. Con una parte final que resulta casi existencialista, con todos los miembros de la compañía que esperan la llegada salvadora de Don Pancho, como si esperaran a Godot, Los farsantes es una excelente muestra del cine a la vez estiloso y bronco que gustaba a Camus, formalmente exquisito pero de temáticas duras, sin concesiones a la galería.
Sirve la película también, por supuesto, como documento de la época, con la presencia omnímoda de la Iglesia católica en todo, con la mojigata moral de los lugareños, con las ínfulas de la incipiente pequeña burguesía y su desdén para aquellos muertos de hambre del teatro, en un país que empezaba a desperezarse de una pesadilla, la dictadura franquista, que duraba ya más de dos decenios, y que todavía tardaría otro decenio largo en terminar. Habrá también lugar para las pugnas de machos por la misma hembra, dentro de los esquemas habituales de la época, en la que la mujer tenía un papel subsidiario si no era en función de su hombre, en la que ella era un objeto más propiedad del varón. Por haber, habrá incluso lugar para que los comediantes visiten pueblos en los que las casas están en su mayoría deshabitadas, demostrándose que lo de la España vacía no es un fenómeno de nuestros días, ni mucho menos.
Buen trabajo actoral en general (Camus siempre fue un buen director de actores), descollando Margarita Lozano, poco antes de comenzar su etapa italiana.
(22-12-2020)
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