Esta película está disponible en el catálogo de Filmin, Plataforma de Vídeo bajo Demanda (VoD).
Samuel Kishi Leopo (Guadalajara, México, 1984) es un especialista en montaje cinematográfico con una licenciatura en artes audiovisuales; desde hace unos años también se viene desempeñando, y con éxito, como guionista y director. En esas facetas, tras rodar varios cortos, debutó en el largo con Somos Mari Pepa (2013), crónica de reminiscencias autobiográficas, hecha en clave de dramedia musical, sobre la adolescencia y el difícil tránsito hasta la edad adulta, rodada con sensibilidad y buen tino, lo que le valió ser aplaudida en la Berlinale y obtener premios en varios certámenes, entre ellos Toulouse y Miami. Con Los lobos Kishi vuelve a inspirarse en su universo familiar para contarnos la historia de la mexicana Lucía y sus pequeños Max y Leo, de 8 y 5 años, respectivamente, que tras separarse la madre del marido, se mudan a Alburquerque, en Nuevo México, en busca de un futuro mejor. Alquilan un apartamento tirando a infecto y carísimo, pero que resulta ser lo menos malo que pueden conseguir. La madre sale por la mañana y no vuelve hasta por la noche, haciendo varios penosos trabajos para sacar adelante la familia. Los niños se quedan en el apartamento, en teoría acatando una serie de reglas que ha establecido su madre y que les ha grabado en un viejo radiocassette; claro que la tentación para salir del apartamento, y con ello infringir la primera regla, es grande, cuando son tantas las horas en las que están allí solos...
De corte también apenas veladamente autobiográfico (el director y su hermano, a la sazón el músico del film, viajaron de pequeños con su madre efectivamente a Estados Unidos, y allí durante muchos días estuvieron solos en el apartamento mientras la mamá trabajaba fuera), lo cierto es que la propia vida puede ser un excelente venero de historias si se saben contar bien y con interés para el público: es el caso. Kishi nos cuenta esta historia en do menor, cuyos protagonistas reales son los dos niños, absolutamente extraordinarios, fresquísimos, naturales, como solo lo pueden hacer los niños que no actúan sino que, digámoslo así, juegan a actuar, a ser otros aunque en puridad sean ellos mismos: el mantenimiento de los nombres de los pequeños actores, Max y Leo, para sus personajes, así lo confirma.
A partir de ahí, la historia se vertebra desde sus pequeñas miradas, desde su universo infantil. Las horas pasan y los niños tendrán que intentar entretenerse en algo, desde jugar a los médicos con un viejo estetoscopio a pegar patadas a una pelotita de papel, o pintar en las paredes dibujos de sí mismos, que en su imaginación (y en pantalla) cobrarán milagrosamente vida para representar deliciosamente algunas de las mínimas aventuras del clan familiar, bajo la efigie de “los lobos”, como llama la madre a los niños para incrementar su autoestima e inculcarles el sentido de la unidad del clan. Desde la atalaya de la ventana de su nuevo hogar verán, quizá con envidia, la abigarrada fauna humana del bloque de apartamentos, un conjunto de viviendas donde cohabitan etnias de todo tipo, con el único denominador común de la pobreza, de la degradación, de la miseria.
Hecha de silencios, muy detallista, hermosamente sensible, Los lobos presenta el esfuerzo titánico de una mujer por intentar que la vida familiar fuera de su tierra sea lo menos traumática posible para los niños, a los que la ruptura conyugal de los padres ya zarandeó, y a los que esta mudanza con el que quizá sepan falaz señuelo de ir algún día a Disney, no hará sino incrementar la soledad, la apatía, la tentación por romper las reglas y desvertebrar el clan familiar. Film sin embargo esperanzado, algunas claves hacia su final nos hacen creer que, aun en los lugares más inesperados, es posible que la confianza en el ser humano y su capacidad para resarcir los errores nos permitan seguir creyendo en el Hombre.
Algunos objetos tendrán una importancia capital, como ese viejo radiocassette que será el artilugio donde la madre grabe las reglas y las lecciones de inglés que tienen que aprender los niños, pero también donde reproducen algunas anécdotas de la vida de la familia cuando vivían en México; de esa forma, el viejo radiocassette funcionará como vínculo del núcleo familiar con el pasado y como enlace hacia el futuro.
La película te gana por su rara capacidad para ponerse en los ojos de los niños y ofrecernos desde esa perspectiva su visión del mundo, que en su caso se reduce a los estrechos márgenes de la única ventana del apartamento o, en otras ocasiones, los limitados paisajes que pueden ver en los desplazamientos en los autobuses interurbanos con su madre. Ciertamente, era difícil mantener la atención del espectador con tan pocos mimbres, pero Kishi lo consigue, en una película conmovedora, que emociona sin esfuerzo, sin recurrir a las tramposerías típicas de los profesionales de la lágrima fácil; y es que esta Los lobos llega muy adentro solo con la sensible descripción detallista y amorosa, sin afectación, del cariño familiar, de los pequeños dramas cotidianos de la relación entre una madre y sus hijos pequeños, de la aventura de vivir en un país extraño, sin saber el idioma, sin un trabajo digno de tal nombre, teniendo que abandonar durante muchas horas a lo que más se ama.
No hay nada espectacular en la película, es la propia película la que es espectacular, sin estridencias ni aparatosidades. “We want to go Disney” (Queremos ir a Disney) es una de las frases que les hace aprender la mamá a los niños, como una de las cosas que han de cumplir para ir finalmente al popular parque de atracciones: ella sabía, quizá los niños en su fuero interno también, que nunca podrán ir a Disney, teniendo que conformarse con algún modesto sucedáneo; terrible metáfora, en el fondo: en el país más rico del mundo, en la primera potencia mundial, también hay niños de primera y niños de segunda, por no decir de cuarta...
La película ha sido merecidamente premiada en numerosos festivales, desde la Berlinale a La Habana, de Calgary a Miami, entre otros muchos.
(15-01-2021)
95'