“María de la O” transforma una popularísima canción en obra de teatro, primero, y en variantes cinematográficas, después. Son autores de la letra Salvador Valverde y Rafael de León y de la música Manuel Quiroga.
Esta segunda versión cinematográfica de María de la O fue producida por Suevia Films, la productora de Cesáreo González, en 1958. Con guión de Manuel Tamayo y música del maestro Juan Quintero, la dirigió Ramón Torrado. Fue uno de los títulos montados a mayor gloria de Lola Flores (obviamente interpretaba el personaje de María de la O) donde su marido en la vida real, Antonio González (El Pescaílla), le daba la replica en el papel de Miguel, el gitano, con quien está destinada a casarse siguiendo la tradición de la leyes gitanas, etnia a la que ambos pertenecen; actores clásicos del cine español, como Manuel Luna o Juan Arbó, se acomodarán a papeles gitanos “por exigencias del guión”; el mundo payo estará representado por el personaje de Luis, un rico hacendado andaluz, interpretado por Gustavo Rojo (hermano del también actor Rubén Rojo).
Luis, terrateniente andaluz, tras haber recibido un disparo, se encuentra moribundo en la carretera; el grupo de gitanos que lidera Sebastián, le salva la vida. Su romance con la gitana María de la O no se hace esperar; al tiempo, los celos de Miguel provocan situaciones comprometidas para todos. María viajará con Luis por las grandes capitales del mundo, aunque, cuando el enamoradizo señorito la lleve a sus dominios, tanto reales como sociales, se hará evidente que ambos son incompatibles. La genuina pureza de María de la O, dejándose llevar por el lujo, ha quedado en entredicho. No tendrá otra opción que dedicarse a cantar en tugurios de mala muerte. Allí la encontrará Miguel. Entre tanto, Sebastián, el abuelo, se encargó de ejercer la justicia por su cuenta frente a un rico hombre que arrastró a su nieta a sectores sociales que no le correspondían y a situaciones morales que rompían con las ancestrales costumbres de su grupo.
El gitano Miguel, jefe ahora de la tribu, recapacita, y, seguro de que su amor por María de la O es puro, perdona, por mano del guionista, cuanto tenga que perdonar a fin de que, ante el espectador, haya al menos un relativo final feliz. Como todos asistieron al enlace matrimonial de la prima en parajes granadinos y allí se marcaron las pautas de la boda gitana, ésta ya no tiene sentido en la narración.
Estamos muy lejos de aquella La niña de la venta que, en 1951, produjo Suevia, dirigió Torrado e interpretó la Flores junto a Caracol e incorporaba al mexicano Rubén Rojo. Sin escapar a su catalogación de pura españolada, aquí, el amor inteclasista unirá los corazones de gitana y payo, éste de origen desconocido pero legal en vida y conducta; por su parte, la troupe gitana, con adultos y churumbeles, acogerá al educado burgués que ha sido capaz de llegar al corazón de la dicharachera mozuela. Las situaciones dramáticas como las cómicas permiten construir una comedia musical donde las canciones, en solitario o a coro, con cantes o bailes, aportarán las dosis musicales suficientes para el mayor lucimiento de las dos figuras, Lola Flores y Manolo Caracol
Muy al contrario, esta nueva María de la O, de 1958, con pésimo guión de Tamayo y adocenada dirección de Torrado (que rompía su relación laboral con el productor González y ni siquiera asistiría al estreno madrileño, efectuado con posterioridad al de provincias) se servía de media docena de canciones que aspiraban, sin conseguirlo, al lucimiento de la cantaora/bailaora, sola o en grupo, ya fuera con “El cabrerillo”, “No te mires en el río” y “Dime que me quieres” o con “Lerele”, “Herencia gitana” y “Ya no te quiero gitano”. La canción que da título a la película se reserva para la “apoteosis final” en la que la singular “mozuela” (entrada en años para el papel) efectuará su particular acto de contrición y procurará lucirse como cantante antes que como actriz. La fotografía, en eastmancolor, poco aportaba a este fino ejemplar de “cine de barrio” aunque apto para insobornables devotos de la Faraona.
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