Películas sobre el tráfico de droga de los países sudamericanos a sus vecinos del norte o a Europa hay muchas, pero hasta ahora ninguna de ellas había incriminado y denunciado a la Agencia Central de Inteligencia norteamericana de haber colaborado con los narcos. Matar al mensajero sí se ha atrevido a ello al contar la vida de Gary Webb, pudiéndola situar en la línea de producciones de corte periodístico como Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula, o Los tres días del Cóndor (1975), de Sydney Pollack.
El sólido guion de Peter Landesman está basado en los libros Kill the messenger, de Nick Schou, y Dark Alliance, de Gary Webb; el film toma el título del primero pero lo que cuenta es la historia real del periodista ganador del premio Pulitzer, Gary Webb, que fue quien destapó las conexiones de la CIA con el mundo del narcotráfico.
La acción de este intenso thriller transcurre en los años noventa, durante los mandatos de Nixon y Reagan, cuando el periodista escribe una serie de reportajes en el pequeño periódico de provincias, San José Mercury News, sobre la acción de la CIA en la importación de cocaína a los Estados Unidos para hacer dinero con el que financiar las armas para las operaciones sucias de la Agencia contra las guerrillas centroamericanas.
Todo comienza cuando Coral Baca, la novia de Rafael Cornejo, un importante traficante de cocaína, le da una transcripción del Gran Jurado que revela un vínculo entre los servicios de espionaje americanos y el contrabando de droga centroamericano, en los que estaba implicado otro narco, Danilo Blandon. Webb no sólo escribía por su deber profesional como periodista sino porque estaba convencido de que el ciudadano, en general, tenía derecho a conocer estos hechos delictivos llevados a cabo por organismos del Estado sobre los que había que hacer justicia, sin miedo a las represalias y a sus consecuencias.
Toda la primera parte de la cinta se centra en la investigación realizada por Gary Webb, lo que constituye una narración complicada con tantos contactos, lugares visitados y personajes entrevistados para asegurar que los hechos no tuvieran ningún resquicio por los que pudieran cogerlo en una renuncia, hechos que posteriormente siempre eran negados y los propios testigos obligados a cambiar sus declaraciones, como suele suceder en estos casos. El protagonista va tirando del hilo, en su búsqueda de la verdad, de los turbios orígenes de los causantes de la epidemia del crack en las calles norteamericanas, y acaba acusando a la CIA de colaborar con los narcotraficantes que introdujeron la cocaína en el país y que destinaban los beneficios a armar a la Contra nicaragüense.
A pesar de las presiones de los capos de la droga y de los agentes de la CIA para que pusiera fin a la investigación, Webb siguió empeñado en destapar el complot con declaraciones explosivas y finalmente no contó con el apoyo de sus superiores en el periódico. Sus viajes le llevaron desde las cárceles de California hasta las pequeñas aldeas nicaragüenses, pasando por los más altos círculos del poder en Washington, lo que le situó en el punto de mira de los que amenazaban no sólo con acabar con su carrera, sino también con su familia y con su vida.
Esta segunda parte de la película es más personal y familiar siendo falsamente acusado de denigrar a la comunidad afroamericana, le sacaron trapos sucios de su vida privada anterior que pudieron romper su unidad familiar y de estar paranoico. Varios años después, según figura tras los créditos finales, Webb "aparentemente se suicidó" de dos tiros en la cabeza, lo que le convirtió en un mártir americano de la búsqueda de la verdad.
Jeremy Renner asume el protagonismo en uno de sus mejores papeles, al mismo tiempo que es productor del film, destacando en el reparto Barry Pepper, que hace una labor notable como el fiscal, y colaboraciones más o menos extensas de conocidos nombres como los de la española Paz Vega, Andy García, Michael Sheen o Ray Liotta.
El director neoyorquino Michael Cuesta (L.I.E., El fin de la inocencia) hace una diestra puesta en escena en íntima colaboración con el director de fotografía Sean Bobbitt para darle agilidad a las escenas y lograr una cinta amena y entretenida en todo momento que se sigue con interés.
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