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CINE EN SALAS

Nos perdonarán la autocita, pero a veces no hay más remedio; con ocasión de la primera parte del díptico de la franquicia Misión: Imposible que se completa ahora con esta Sentencia final, decíamos en nuestra crítica sobre aquella llamada Sentencia mortal lo siguiente: “... nos parece que esta primera parte de la séptima entrega de la serie cinematográfica adolece de un problema que cada vez se está viendo más en los últimos tiempos, la falta de medida en las escenas de acción. Todo en esta vida debe durar lo justo y necesario, no más (ni menos, claro...); todo lo que exceda de esto, será superfluo. Pues en esta que podríamos llamar coloquial y cinéfilamente “Misión Imposible 7 y Medio” nos parece que las escenas de acción están estiradas “ad nauseam”, hasta conseguir justamente el efecto contrario al pretendido, que tanta adrenalina generada en el espectador termine por amortiguarse, por perderse, al tensarse demasiado la cuerda que requeriría una mensura más razonable.

Pues ese mismo párrafo sirve perfectamente para esta segunda parte en la que, curiosamente, al final han decido cambiar ligeramente el título, distinguiéndose de la primera en el adjetivo que acompaña a “Sentencia”, que en la uno era “Mortal” y ahora en la dos es “Final” (¡las contorsiones que hay que hacer para que no parezca que una segunda parte es eso, una segunda parte!), cuando en puridad es una única historia de casi seis horas de duración en total. 

La historia, como decimos, retoma la ya contada en la primera parte que ahora no quieren que sea una primera parte... Vemos al prota, Ethan Hunt, que tiene que resolver, junto a su equipo de la Fuerza Misión Imposible, el intrincado caso de recuperar la bicrucífera llave maestra que permitiría acceder al código fuente de la Entidad (esa Inteligencia Artificial que ha evolucionado hasta convertirse en un ser omnisciente y casi omnipotente) y destruirlo, o al menos desactivarlo para que no cause un apocalipsis nuclear, ni tampoco se lo agencie cualquiera de las grandes potencias del mundo (USA incluida) que, obviamente, la utilizaría para convertirse en el estado hegemónico que podría tiranizar al resto del orbe. 

Las escenas de acción se suceden, y ciertamente son de lo más vistosas y originales. Esta vez ya no tenemos la típica y tópica de la lucha encima de los vagones del tren, como en la primera parte (que se supone no es primera parte...), siendo bastante más originales, como la que tiene lugar nada menos que a lomos de avionetas analógicas, de las de hace ochenta años o así (todo ello para evitar que la Entidad se haga con los mandos, claro...), en la que veremos a nuestro sexagenario héroe saltando de una avioneta a otra como si en vez de a miles de metros de altura y a velocidades superiores a los doscientos por hora, lo hiciera en el suelo y con los aeroplanos parados... esta escena, seguramente la más espectacular de todas (hasta el punto de que aparece en el cartel de la peli en España), incurre precisamente en lo que indicamos en el primer párrafo de este texto, en el que denunciamos hasta qué punto forzar en exceso la duración de una escena, y no digamos su credibilidad (lo del sesentón saltimbanqui entre avionetas supera a cualquier funambulismo de los mejores trapecistas del Circo del Sol...), conspira directamente contra la confiabilidad de la película, al hacer que al espectador, por muchas ganas que tenga de creerse lo que le echen, le resulte intragable la imposibilidad cuasi metafísica de una escena de ese tipo. 

Y es que encima, por muy espectacular que sea (que lo es...), tanto esa escena como la que sitúa a nuestro prota en el fondo marino, a más de ciento cincuenta metros de profundidad, vestido apenas con un escueto bañador sin que implosione por la enorme presión marina (incurriendo con ello también en el colmo de lo inverosímil), están rodadas de forma llamativamente desaliñadas, con un montaje no demasiado afortunado que escamotea planos (o a lo mejor es que no se filmaron...), y con resoluciones de esas escenas que resultan aún más increíbles.

Claro, dirán, por eso se llama “Misión imposible”. Sí, mi arma, pero permitidme que les cuente una cosa: había una empresa (un tanto “fantasma”, como verán...) que tenía un eslogan que venía a decir algo así como “lo imposible lo hacemos sobre la marcha; los milagros tardamos un poco más”... Pues eso, estos son ya milagros, no imposibles...

Por supuesto, la película tiene un acabado de producción (al margen del montaje manga por hombro de esas dos escenas de acción) como corresponde a un film que ha costado... ¡400 millones de dólares!, una auténtica brutalidad que ya veremos si amortizan y (más difícil todavía...) si rentabilizan. Es cierto que, en general, la película mantiene bien el interés, sin baches narrativos apreciables, y que se sigue con cierto agrado, mayormente por los envites imposibles a los que se ve compelido nuestro prota; pero también que, como hemos dicho, con cierta frecuencia se fuerza en exceso la cuerda de la tensión y ello desarma el suspense y la intriga que tanto esfuerzo cuesta montar.

Queda un espectáculo vistoso, kilométrico, muy fantasioso, muy imposible (sí, casi milagroso...), que cierra (según dicen...) la franquicia, entre otras cosas porque a este paso la próxima peli de Cruise de la saga podría ser algo así como “Misión imposible en el Imserso”... Claro que cabría la posibilidad de darle continuidad con otro (mejor “otra”) protagonista, más joven... y con Tom en plan maestro Yoda, por poner un ejemplo. Estamos pensando en la coprotagonista del film, Hayley Atwell, a la que es evidente que la cámara quiere, y que ha demostrado tener capacidades de saltimbanqui como el “boss” Cruise... Ahí queda la sugerencia...

Tom Cruise tiene el personaje de Ethan Hunt más que interiorizado; aquí su más bien escaso arco dramático vendrá dado por el complejo de culpa que le atormentará por, de forma involuntaria, haber dado lugar a que la Entidad se convierta en la deidad cuasi omnipotente que resulta ser, un ente todopoderoso que está a un clic de desencadenar el fin del mundo. Pero lo cierto es que ya tiene una edad y, aunque se conserva estupendamente (bisturíes y toda la parafernalia “anti-age” mediante), ya parece evidente que en los próximos años debería virar hacia papeles más dramáticos y menos movidos. Del resto, además de Atwell, de la que ya hemos hablado, nos gusta especialmente Pom Klementieff, la potente villana que se pasa a los buenos, así como Esai Morales, que resulta un malo de lo más lucido (y lúcido...), y Angela Bassett, que con este hace ya su segunda presidenta de los Estados Unidos (también hizo ese papel, igualmente de forma muy solvente, en la serie Día Cero): ¡cuánto mejor lo harías tú, Angela, que el mentecato que tienen ahora en el Despacho Oval!

 (28-05-2025)


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169'

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Misión: Imposible. Sentencia final - by , May 28, 2025
2 / 5 stars
Imposible no, milagrosa...