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Kenneth Branagh completa con esta Misterio en Venecia su trilogía sobre Agatha Christie, tras Asesinato en el Orient Express (2017) y Muerte en el Nilo (2022). Lo cierto es que, si bien la primera de esas adaptaciones agathianas se saldó con un más que apreciable éxito comercial (55 millones de dólares de presupuesto, recaudación mundial 352 millones), la segunda no se puede decir que fuera precisamente boyante (100 millones y 137 millones, respectivamente), así que no se entiende esta rápida producción de un tercer título de la misma autora, cuando el segundo había caído en picado en taquilla (fuente datos: IMDb).
Cuestiones comerciales al margen, habrá que decir que la nueva adaptación de Branagh lo es de una de las últimas novelas escritas por Agatha Christie, Hallowe’en party, publicada en Londres por Collins Crime Club en 1969; en España se publicó con el (más bien amorfo) título de Las manzanas. No es de las novelas más apreciadas de Christie; de hecho, cuando se publicó se habló de que la famosa autora ya estaba un tanto gagá y que la trama era más bien insustancial y con cabos sueltos por todos lados, aunque cierta crítica reciente (ese revisionismo siempre al acecho…) parece encontrarle su encanto. Desde luego no es de las novelas más conocidas ni de las más versionadas en el audiovisual; de hecho, según nuestros datos, solo Francia, en la serie Les petits meurtres d’Agatha Christie la había llevado a la pequeña pantalla, allá por 2014.
Ahora Branagh culmina su trilogía (ya veremos si se convierte en tetralogía…) con esta adaptación en la que, desde luego, el belfiano (que así se llaman los naturales de Belfast) se ha tomado muchas, muchas libertades… la primera, trasladar el lugar de los hechos, del brumoso Reino Unido a la luminosa (aunque aquí no lo sea tanto) Venecia, aparte de trufar la trama, que era ligeramente misteriosa, de muchos elementos que la hacen emparentar más bien con el terror, con fantasmas, espectros y sustos varios, más propios de una adaptación de Edgar Allan Poe (al que, de hecho, se hace mención expresa en un momento de la trama, a través del libro que lee el niño coprotagonista) que la atildada, intrigante pero generalmente poco terrorífica mrs. Christie.
Hay otros muchos cambios más, desde personajes que desaparecen en esta versión a la gran pantalla a otros que se incluyen y no estaban en el original literario, además de que Hallowe’en party era una novela en la que el protagonismo era bastante paritario entre el comisario Poirot y su amiga la escritora Ariadne Oliver, mientras que en el film el detective belga, como era de prever, resulta ser el protagonista absoluto y Oliver tiene un papel secundario, similar al del resto del reparto coral.
Se ha celebrado bastante por parte de la crítica esta tercera entrega agathachristieana con la firma del sublime Kenneth, pero no somos tan entusiastas: no es que la peli esté mal, porque Branagh es un fino estilista y es difícil que eso ocurra, pero tampoco nos parece como para tirar cohetes; es cierto que su incrementado tono próximo al terror le aporta un aire distinto a las (más bien) banales intrigas de la célebre escritora británica, y que el “whodonit”, el “quién-lo-hizo”, que es consustancial a las novelas de Agatha, está tramado con maña y cierto tino, pero tampoco nos parece que sea el no va más; amena, por supuesto, entretenida, agradable de ver, pero poco más. De hecho, puestos a escoger, nos gustó más la segunda entrega, Muerte en el Nilo, donde Poirot mostraba su lado más humano, él, que es el campeón de la fatuidad, tan contento siempre de haberse conocido. Esa humanización de Poirot aquí no la vemos por lado alguno, y la primera parte de la película, cuando se establecen los hechos que después el detective belga habrá de desentrañar con su inteligencia superior, nos ha resultado un tanto pesada y enrevesada, como si Michael Green, el guionista también de los dos anteriores capítulos de la saga Agatha/Branagh, se hiciera eco del famoso dicho sarcástico: “ya que no somos profundos, al menos seamos oscuros…”.
En cualquier caso, un entretenimiento adulto y agradable este Misterio en Venecia, en el que, por cierto, vemos que la tónica antigua de cargar de estrellas las pelis sobre las novelas de Christie ha caído en desuso; incluso en la trilogía branaghniana se puede apreciar la evolución que decimos y cómo ha descendido el brillo de las estrellas en las hasta ahora tres entregas: véase, por ejemplo, que en Asesinato en el Orient Express estaban, entre otros, Johnny Depp, Michelle Pfeiffer, Judi Dench, Willem Dafoe y Penélope Cruz, en Muerte en el Nilo la cosa se reducía a Gal Gadot, Annette Bening y, estirándonos mucho, Armie Hammer, y aquí, en este nuevo film, la única estrella es el propio Branagh, bien para que no le hagan sombra, bien para no incrementar demasiado el coste de producción (o las dos cosas...).
Aceptable trabajo interpretativo del elenco, que ya decimos que no es precisamente de primera fila; si la máxima estrella, aparte del rutilante Kenneth, es Jamie Dorman, el protagonista de Cincuenta sombras de Grey, ya está todo dicho. Por cierto que uno de los personajes que se inventa Branagh y su guionista es el de un niño como de 9 años, con pinta de repelente niño Vicente, que tendrá un papel determinante en la trama y en su resolución; ese niño es, por cierto, Jude Hill, que interpretó al propio Kenneth en su autobiográfica Belfast, así que el actor y cineasta belfiano está claro que cree que el pequeño actor tiene porvenir (no seremos nosotros los que le desmentiremos, desde luego…).
(20-09-2023)
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