Confieso que no soy lo que se dice un fan de Agatha Christie. Sus novelas de crímenes supuestamente imposibles que resolvía el detective de turno (mayormente el belga Hercule Poirot o Miss Marple, aunque hubo otros menos notorios) me han parecido siempre brillantes artificios sin alma, huecos artefactos en los que desde el investigador a los sospechosos, el culpable e incluso el muerto, son todos más falsos que Judas. En este sentido, prefiero el Sherlock de Conan Doyle, el Maigret de Simenon, o incluso el Padre Brown de Chesterton, en cualquiera de cuyas historias hay más vida que en todas las novelas juntas de Christie.
De la novela Murder on the Orient Express, publicada por Agatha en 1934, se han realizado hasta ahora tres versiones. La primera, titulada en España con el mismo título de la novela en nuestro país, Asesinato en el Orient Express, fue rodada en 1974 por Sidney Lumet, con Albert Finney en el papel del detective belga, en una película cargada de estrellas que podía presumir de reunir en su elenco actoral leyendas del calibre de Ingrid Bergman, Lauren Bacall, Sean Connery, John Gielgud, Anthony Perkins, Richard Widmark y Vanessa Redgrave, entre otros, un reparto por el que más de un director mataría. En 2001, con igual título, se perpetró una olvidable TV-movie, dirigida por el cineasta alemán, afincado en Hollywood, Carl Schenkel, con Alfred Molina componiendo un melifluo Poirot. Esta tercera versión que hoy comentamos tiene a los mandos (y no sólo como director, también participa en la producción) a Kenneth Branagh, que hace tiempo dejó su cuasi monotemática dedicación a la puesta en escena en la gran pantalla de los textos de Shakespeare en los que es perito (Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet, Trabajos de amor perdidos, Como gustéis), para convertirse en ecléctico realizador de toda laya (cuentos”aggiornados” como Cenicienta, thrillers como Jack Ryan: Operación Sombra, “fantastiques” marvelianos como Thor, prescindibles “remakes” como La huella).
Turquía, a mediados de los años treinta. En el lujoso tren Orient Express, con destino a Europa, viaja un variopinto pasaje en el que destaca el famoso detective Hercule Poirot; un norteamericano de baja estofa, millonario y marrullero, le propone que sea su protector, al temer por su vida; el detective se niega, y el millonetis es asesinado esa misma noche de varias puñaladas. Poirot es encargado por el director del tren, a la sazón su amigo, para descubrir quién es el asesino, pero el crimen pronto se revela intrincado: la inmensa mayoría de los viajeros del vagón donde murió el interfecto parecen tener alguna razón para desear la muerte del felón…
El problema de Asesinato… es, aparte de que su trama es archiconocida, por lo que el factor sorpresa (fundamental en una novela policíaca o en un thriller comercial al uso, como es el caso) se pierde, es que esa trama es tan artificial, tan alambicada, tan pillada por los pelos, y además los elementos deductivos poirotianos son tan febles, que el seguimiento de la trama se hace aburrido y pesado. Los distintos sospechosos que van apareciendo, todos con su alma en su armario, nos parecen igualmente culpables que inocentes; por decir mejor, nos importa un pito si lo son o no. Así las cosas, las tres primeras cuartas partes del film se desarrollan con la desesperada intención de Branagh, desde la realización, de hacer una puesta en escena brillante, atractiva (llamativas tomas cenitales en plano-secuencia, efectistas pero hueras “performances” del protagonista descubriendo las pequeñas falacias de sus compañeros de viaje), para, en el último tramo, dar un bandazo y pasarse por el forro el final de Christie: afortunadamente, habrá que decir, porque es entonces cuando aparece el director serio, el autor, con todas las de la ley, y hace que lo que era un juguete, un pasatiempo hueco y vacío, se llene con humanidad, con auténtica emoción, donde la férrea justicia de ascendencia divina deja lugar a la piedad, a la misericordia del ser humano. El hombre que hacía de la armonía el eje de su vida se tambaleará ante el peso del dilema atroz: ley o justicia, que pueden parecer lo mismo pero no lo es. Ley o justicia, entonces, Dios tonante u Hombre pío, cubrirse los ojos para aplicar el “dura lex, sed lex”, o destapárselos para compadecerse del sufrimiento más absoluto. Y ahí, en ese cambio quizá inesperado en el final del film, es donde Asesinato… y Poirot ganan, crecen, se hacen humanos, reales, creíbles: con un halo cuasi shakespeareano (es Branagh, qué puñetas), esa decisión final tiene reminiscencias del bardo de Stratford-upon-Avon, se hace trágica sin alharacas, grande sin ceder al fácil melodrama.
Se suele utilizar, despectivamente, el famoso “traduttore, traditore”, traductor, traidor, para mofarse de los humildes (quizá no tanto: Fray Luis de León magnificando con su traducción el Beatus Ille de Horacio; Cortázar haciendo lo propio con los Cuentos de Poe…) traductores. Podemos hacer una clara analogía con los adaptadores que llevan al cine obras literarias. En este caso, Michael Green, el guionista (el mismo de Blade Runner 2049, por cierto…), y sobre todo, Kenneth Branagh, como director, productor y protagonista, nos proponen traicionar, para mejorarlo, el texto agathiano: lo consiguen, aunque sea sólo en ese último cuarto del metraje de esta, por lo demás, brillante, efectista, superficial versión, que sólo se aparta de la elementalidad cuando, justamente, traiciona al original: bendita traición…
Kenneth como el detective Poirot resulta, como era de prever, soberbio, arrogante, un pelín pedante, como describía la propia Christie a su personaje; su composición es correcta, ayudado por unos mostachos que, quizá, sean algo excesivos para el rol, más propios de un general carlista, un Zumalacárregui, que de un madero belga. Del resto del reparto me quedo con una Judi Dench que, como siempre, está excelsa, haga de criada o de reina; aquí es una princesa zarista que reparte a partes iguales su elegancia y su desprecio por el resto de la humanidad. Los demás, cortitos con sifón, quizá no creyéndose demasiado sus personajes; en todo caso destacaríamos a una Michelle Pfeiffer que parecer vivir una segunda juventud, ya en su dorada madurez, con facetas interpretativas que no le conocíamos, como en este caso o en la reciente madre! (2017); por cierto, Johnny Depp parece en todo momento querer sacar a pasear a su rol de Jack Sparrow de la franquicia Piratas del Caribe, aunque, a duras penas, consigue contenerlo…
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