Generalmente, la tentación de revisitar, continuar, recrear, revisionar (sigan poniendo infinitivos del mismo jaez…) títulos míticos del cine suele saldarse con importantes fiascos, tanto artísticos como comerciales. Véase el caso de Lo que el viento se llevó (1939), la legendaria cinta de Victor Fleming (y unos pocos de directores más, no acreditados…), cuya continuación en la serie televisiva Scarlett (1994) pasó sin pena ni gloria, como cabía esperar. De igual modo, sobre la romántica, inolvidable Casablanca (1942), de Michael Curtiz, ha habido al menos dos intentos de beneficiarse de una historia similar: Caboblanco (1980), de J. Lee Thompson, y Habana (1990), de Sydney Pollack, ambos sin éxito (sobre todo el primero, con un imposible Charles Bronson en lugar de Bogart, qué risa…). No digamos nada, entonces, de la memorable Psicosis (1959), la película por excelencia de Hitchcock, y el lamentabilísimo error de Gus Van Sant de rehacerla en modo fotocopia en color en su Psycho (1998), o de 2001. Una Odisea del Espacio (1968), seguramente la obra maestra (y hay donde escoger…) de Stanley Kubrick, y su muy endeble y elemental continuación de 2010. Odisea Dos (1984), de Peter Hyams.
Claro que, muy raramente, una continuación puede ser muy estimulante; véase uno de las escasas ocasiones en que ello ocurre: a la mítica El Padrino (1972), de Francis Ford Coppola, la siguió El Padrino: Parte II (1974), del mismo autor, que estuvo a la altura del original e incluso se suele reputar como superior a éste; una tercera entrega, El Padrino: Parte III (1990), del mismo Coppola, que suele considerarse inferior, me parece una continuación plausible y valiosa.
El clásico Blade Runner (1982), de Ridley Scott, ha tenido la fortuna de estar en este último grupo, escasísimo, de filmes míticos que tienen una continuidad que, si no llega a la altura del original, al menos sí puede decirse, con todas las de la ley, que es una más que digna sucesora de aquella. Es el caso, en nuestra opinión. Así, Blade Runner 2049 (2017) se ambienta treinta años después de la fecha en la que se situaba la primera, la original, en 2019 (dentro de dos años cuando se escriben estas líneas, por cierto…). En ese lapso de tiempo, los replicantes, ante el peligro creciente que suponían para la Humanidad por la asunción de su propia inteligencia sin ataduras a los amos que los crearon, tuvieron que ser neutralizados hasta eliminar a la mayoría de ellos; un grupo de nuevos replicantes especializados, adiestrados digitalmente en la obediencia ciega, fueron dispuestos para la caza y captura, do quiera que estuvieran, de los escasos fugados. Uno de esos nuevos replicantes localiza a uno y lo destruye, pero en ese contexto hace un hallazgo que lo hace temblar, algo que le retrotrae a uno de sus recuerdos de infancia, que sabe artificialmente implantados para darle una mayor estabilidad emocional: y si ese recuerdo resulta que no es implantado, ¿qué presupone ello?
Cabía pensar que la nueva Blade Runner 2049 cayera en el casi inevitable error de ser una fastuosa continuación con los mejores efectos especiales, una suntuosa puesta en escena pero con una historia más bien superficial, o mirando descaradamente a la galería. Por el contrario, el tema del nuevo film tiene enjundia, está evidentemente emparentado con su predecesor en su búsqueda de las razones de la existencia del ser humano, de su capacidad de crear, y de que su criatura no humana, a su vez, pudiera tener la posibilidad de reproducirse, de procrear. En un momento del film se dice que cuando los seres nacen, adquieren el alma de las que los no nacidos carecen: estamos entonces en un punto en el que filosofía y teología se dan la mano con la mejor ciencia ficción, la que se pregunta por el sentido de la existencia del Ser Humano, por la existencia, o no, de Dios, incluso de la posibilidad de que Hombre y Dios puedan ser una sola cosa. Amor o precisión aritmética, aducen, para establecer la dicotomía humana o mecánica, la oxitocina o el algoritmo que conducirían a la perpetuación de la especie.
Claro que, en una producción con un presupuesto de 185 millones de dólares, esto no se puede hacer con el lenguaje adusto, sobrio, preñado de simbologías de un Bergman, por poner un ejemplo: sería suicida. Blade Runner 2049, como cabía esperar, es una fantástica película de impresionante aspecto, un film de ritmo impecable, que te mantiene sin aliento durante las dos horas y media largas que dura, y a la que solo cabría reprochar cierta endeblez en la línea argumental que lidera el personaje de Jared Leto, quizá lo más frágil de esta, por lo demás, muy entonada película.
Pero el conjunto es muy sólido: embriaga la bellísima fotografía de Roger Deakins, recreando esa Tierra en la que las ciudades ya son megaurbes, casi ciudades-estado a la manera de las polis griegas, donde el Exterior, la zona supuestamente devastada por la contaminación, es un erial polvoriento de tonos ocres, de gigantescas, semidestruidas estatuas que recuerdan la estatura del Ser Humano cuando fue grande y a la vez creyó que podría dominar el mundo desde la razón y no desde la violencia; emborracha la impactante música de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch, que no hacen añorar la mítica de Vangelis Papathanassiou para la película original.
El canadiense Denis Villeneuve, el autor de filmes dispares como Prisioneros (2013), Sicario (2015) y La llegada (2016), ha sido el encargado de poner en imágenes éste que se preveía regalo envenenado, y el resultado ha sido, para nuestra opinión, su mejor película, donde mejor se ensamblan acción y pensamiento, mística y cinética, cine comercial y artístico. Habrá que dar el mérito también, fundamentalmente, a los dos guionistas, sobre todo a un Hampton Fancher que, habiendo estado también en la elaboración del libreto original de Blade Runner, ahora confiere la necesaria cohesión a esta celebrable continuación, pero también a Michael Green, el nuevo coguionista, que refresca la historia con sangre nueva, distinta y joven. Sobre todos ellos, el productor Ridley Scott, que se encargó de la dirección en el film original, ahora, con casi ochenta años cumplidos cuando se escriben estas líneas, entendemos ha hecho bien en ceder la batuta a Villeneuve, mucho más joven, un cineasta pujante y en ascenso cuya elección se ha demostrado un acierto.
En el capítulo de intérpretes, Ryan Gosling compone muy correctamente el personaje principal, ese K, o Joe, que habrá de buscar “el milagro” al que alude el renuente replicante al que inicialmente ha de “retirar” (según la jerga al uso en la historia), pero también a preguntarse sobre sí mismo y sobre el futuro de la especie humana y de la nueva e incipiente raza de androides que comienza a poblar el mundo, quizá no tardando mucho el universo. Un lógicamente avejentado Harrison Ford le da la réplica, un hombre que ya solo aspira a que su obra genética no sufra daño, y la hispano-cubana Ana de Armas hace de su personaje toda una creación, nada menos que un holograma que pudiera corporeizarse, un ectoplasma electrónico con capacidad para amar, para enamorarse: sin duda uno de los hallazgos del film. Tampoco es manca la holandesa Sylvia Hoeks, cuyo personaje de replicante de última generación, de obediencia perruna a su jefe, sin asomo de piedad y con una inteligencia inimaginable, es otro de los aciertos de la película. Menos entonado, como queda dicho, Jared Leto, al que no conseguimos ver como el Mad Doctor que está dispuesto a todo para hacerse con el poder a través de sus replicantes mejorados, como los llama él. Robin Wright vuelve a confirmar que los años le están sentando estupendamente, y que la madurez la ha convertido en una de las mejores actrices de su generación.
Una gozada, entonces, Blade Runner 2049. No digo que llegue a la altura del original, entre otras cosas porque estas películas míticas tienen una aureola como de inalcanzables, de insuperables, de irrepetibles, su propia aura como feérica les protege de cualquier intento de ser asaltadas. Ésta, desde la modestia de quien no quiere ganar a nadie, se constituye en una estupenda continuación, consiguiendo la rara dualidad de entretener y hacer pensar al espectador, sin engañarlo ni intentar aturullarlo, sólo dándole cine, esa rareza cada vez menos frecuente…
(08-10-2017)
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