Estreno en Disney+.
Kenneth Branagh, en su faceta de director, viene desarrollando desde la segunda década de este siglo XXI una labor que se aleja un tanto de sus anteriores empeños en la realización cinematográfica. Así, si desde su debut en la dirección con Enrique V (1989) han menudeado en sus films sobre todo las adaptaciones shakespearianas o, en todo caso, de clásicos de la literatura (Frankenstein de Mary Shelley) o de la ópera (La flauta mágica), a partir de los años diez se ha trocado en una aproximación a clásicos populares, ya sea de estirpe tradicional (Cenicienta), procedentes del cómic (Thor), adaptaciones de best sellers (Jack Ryan: Operación Sombra) y, en los últimos años, versiones al cine de novelas de Agatha Christie (Asesinato en el Orient Express, ahora este Muerte en el Nilo).
Pero, claro está, esos clásicos populares (aunque en el caso del Jack Ryan de Tom Clancy nos tememos que puede ser lo segundo pero no lo primero...), en manos de Branagh, no son meros productos comerciales sin más, aunque aspiren a serlo también y, de hecho, en varios casos lo han sido (Thor, 450 millones de dólares de recaudación; Cenicienta, 545 millones de dólares; Asesinato en el Orient Express, 353 millones de dólares. Fuente: IMDb). Los films de raíz popular de Branagh están, como cabría esperarse, transidos de temas más graves, con frecuencia incluso de aliento shakespeariano.
La historia de la película sigue, en general, la trama urdida por Agatha Christie para este exótico “whodonit” (“quién lo hizo”), subgénero de la novela policíaca en el que la escritora británica se especializó. Así, veremos como el célebre detective belga Hercule Poirot conoce a la apasionada pareja formada por Jacqueline de Bellefort y Simon Doyle, en un club londinense donde la cantante negra Salome canta hermosas melodías de “blues”. La llegada de la multimillonaria Linnet Ridgeway cambiará las cosas; así, a los tres meses, Linnet y Simon se han casado, mientras que Jacqueline, presa de una rabia sorda por esa traición, sigue a los nuevos esposos por todo el mundo. Poirot, invitado por la pareja, se embarca en un crucero por el Nilo; la celosa Jacqueline aparece de forma imprevista y la atmósfera se enrarece; poco después, alguien aparece asesinado, y la mayor parte de los personajes presentes, de una u otra forma, pudieran tener razones para ser los asesinos...
Nos parece claro que a Branagh lo que le ha interesado en esta nueva versión de Muerte en el Nilo no es otra cosa que humanizar el personaje de Poirot. Así, el cineasta norirlandés introduce un prólogo y un epílogo, inexistentes en la novela, que apuntan efectivamente hacia un hecho inimaginable en Christie: dentro del pecho del famoso, pomposo y engreído Hercule Poirot late un corazón.... quién lo diría... Efectivamente, el personaje en las novelas de Agatha es, literalmente, un cretino, un tipo pagado de sí mismo, soberbio, petulante... pero, eso sí, con una inteligencia descomunal, con una capacidad de observación fuera de la norma, con una excepcional facultad para la deducción, aplicada al desentrañamiento de tramas criminales. Pero, parece preguntarse Kenneth, ¿y si Poirot, en el fondo, como cualquier hijo de vecino, también tuviera sentimientos, también se sintiera implicado emocionalmente, también pudiera ser devastado absolutamente por el amor? Ese nos parece que es el planteamiento esencial de este Muerte en el Nilo, y lo que ha movido a Branagh a reincidir en la adaptación de una novela agathachristiana, dando varios pasos más en la humanización del personaje que ya apuntaba en su versión de Asesinato en el Orient Express. En ese sentido, el prólogo y el epílogo mencionados, en los que conoceremos la supuesta génesis del famoso y presuntuoso mostacho poirotiano, abonarán la tesis de que, efectivamente, el detective, en las manos de Kenneth, es lo más parecido a un tipo corriente, con su corazón, sus implicaciones emocionales, su humanidad.
El caso es que nos parece esa la novedad más interesante; también es relevante el hecho de que la adaptación incluya cuestiones que no estaban en la novela, mayormente por ser inimaginables en la época en la que Christie la publicó, en 1937; así, algunos de los personajes femeninos se han retocado para convertirlos en una pareja lésbica, otros han cambiado de profesión para facilitar la comentada humanización de Poirot, y, conforme a los tiempos que corren, hay también una visión multirracial de los personajes, con alguno de etnia hindú y otros de raza negra.
Estos son, sin embargo, detalles quizá menores en una intriga en la que ya vemos lo que ha interesado mayormente al director. En cualquier caso, ese interés especial parece que no ha sido el mejor de los ingredientes para que la película tenga la regularidad que debe pedírsele a todo producto audiovisual, sea comercial o artístico, o ambas cosas, como aspira a ser esta Muerte en el Nilo. Porque, y ese es un error de difícil justificación, lo cierto es que la primera de las dos horas de la peli resulta ser más bien aburrida, con la prolija presentación de los distintos personajes y las posibles razones que tuvieran cada uno de ellos a la hora de pasaportar al otro barrio a la víctima en cuestión (y las sucesivas, que no se queda la cosa en una...). Es como si esa primera hora, que hay que dar para que el público se entere, más o menos, de quién es quién y pueda jugar junto al propio detective a intentar identificar al criminal, a Branagh le importara más bien un pimiento, y la pone en escena con rutina y vulgaridad, lo que, para un exquisito como él, es casi un pecado mortal.
Así las cosas, tenemos un film claramente desequilibrado, con una primera hora tirando a bostezante y una segunda parte bastante más entonada; el carácter “humanizante” de la figura de Poirot se convierte entonces en la “pièce de résistance”, la almendra, la perla sobre la que todo gira, con independencia de que, como bien sabemos, el sagaz sabueso finalmente descubrirá quién o quiénes fueron los asesinos.
Por supuesto, el envoltorio es de primera clase: la fotografía del chipriota Haris Zambarloukos, el operador habitual de Branagh desde hace tres lustros, es una maravilla, con hermosos reflejos dorados de un Nilo envuelto en embriagadores tonos ocres; la música de Patrick Doyle pone un toque elegantemente inquietante para apoyar la intriga; los intérpretes, en general, bien, con la peculiaridad de que en este caso Branagh, quizá por problemas presupuestarios, no ha contado con estrellas del calibre de las que tuvo bajo su mando en Asesinato en el Orient Express (Penélope, Depp, Pfeiffer, Dafoe, Dench) y se ha tenido que conformar, como mucho, con Gal Gadot, la prota de Wonder Woman, que ciertamente no es moco de pavo; además de él mismo, claro, en puridad la estrella del film, que compone un Poirot, como decimos, mucho más humano que el original literario, y por supuesto que el encarnado por Peter Ustinov en la anterior versión de la novela, también titulada Muerte en el Nilo (1978), con dirección de John Guillermin. Pero el elenco, siendo más humilde, funciona con corrección y resulta adecuado a sus personajes.
En resumidas cuentas: Branagh ya tiene otra muesca en su revisión de clásicos populares, los espectadores apreciarán esta nueva versión de un texto popular, aunque durante la primera hora tengan que pelearse con la tentación del cabezazo, y, en general, habremos dado un paso más en una nueva visión sobre los textos de Agatha Christie que, sin duda, albergan todavía muchas posibilidades, más allá de poner de manifiesto las extraordinarias dotes deductivas del detective más contento de haberse conocido del mundo.
(21-02-2022)
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