Sigue la buena racha de la animación digital, bien por la vía Dreamworks (Spielberg "et alii"), con títulos como Hormigaz o Shrek, bien, como en este caso, por la vía Pixar (John Lasseter & Co.), auxiliada por Disney, con el díptico de Toy Story o Bichos. Monstruos, S.A. (por cierto, el angélico crítico de un periódico madrileño, al que da mucho asquito el capitalismo, la llama sólo Monstruos; ya lo dijo el clásico: "mentecatos de todo el mundo, uníos...") está en esa misma línea, revisando a fondo el bestiario de los cuentos infantiles y proponiendo nuevas lecturas en positivo de algunos de los pérfidos bichejos que pueblan los sueños infantiles y a los que recurren intemporalmente los padres para que sus cachorros se porten bien.
Aquí se imagina una ciudad habitada exclusivamente por esos monstruos infantiles, y en su seno una empresa dedicada a captar la energía que sirve para el normal desenvolvimiento de la urbe, energía a obtener del grito de los críos cuando son asustados de noche por los bichos de rigor. Pero cuando una de esas niñas cruza el umbral en sentido contrario, todo se pondrá patas arriba en Monstruópolis.
Aunque tarda un poco en entrar en materia, el director Peter Docter pronto nos familiariza con la pareja protagonista, una suerte de Gordo y Flaco en versión digital: uno es una bola de ojo único, como un Polifemo de tamaño balón de reglamento, y el otro una especie de dragón peludo y azulado de instintos incongruentemente paternales.
A su alrededor pulula la enamorada del cíclope esférico, una romántica Medusa de cabellos cómicamente serpenteantes, y sobre todo los malos, un centauro mitad araña, mitad extraterrestre, y el villano por antonomasia, un desalmado saurio capaz de hacerse invisible.
Con esta pintoresca fauna, los autores consiguen una fábula (nunca mejor dicho) simpática y divertida, que nos reconcilia con el temido Sacamantecas de nuestra infancia, y además se permite hasta un mensaje filosófico sobre la libre empresa: no todo vale en el cuasi sagrado fin de conseguir beneficios, hay ciertos principios que no pueden ser conculcados.
Además, a partir de ahora, ningún niño que haya visto la película mirará con miedo esa puerta cerrada de su cuarto que, con la luz apagada, adquiere extraños y tenebrosos perfiles; lo más que puede ocurrir es que aparezca un amable Coco y lo acune amorosamente...
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