Bong Joon-ho es, claramente, uno de los más interesantes cineastas surcoreanos del siglo XXI. Descubierto en Occidente a partir de la peculiar Crónica de un asesino en serie (2003), se consagró con The host (2006), curiosísima historia con monstruo del averno y gran sentido del humor. A partir de los años diez de este siglo vigésimo primero, ha hecho, ya con coproducción internacional, films notables e innovadores, como Snowpiercer (Rompenieves) (2013) y Okja (2017).
Mother (2009) pertenece todavía a su etapa exclusivamente surcoreana. Como suele ocurrir en el cine de Bong, sus historias (salvo, quizá, en el caso de Snowpiercer, que era muy seria) están pespunteadas de un humor burlón, como si el director se guaseara a modo de sus personajes y, sobre todo, de las instituciones que representan. La acción se desarrolla en nuestro tiempo, en una población surcoreana, donde una madre que tiene un hijo “con un plomazo dado”, como decimos en mi tierra (digamos de forma políticamente correcta que tiene una cierta discapacidad intelectual), tendrá que enfrentarse a todo y a todos para intentar salvar a ese vástago suyo que resulta ser el sospechoso número uno del asesinato de una jovencita. Pero las investigaciones de esta Madre Coraje de ojos rasgados le reportarán (y a nosotros...) sorpresas de todo tipo...
Bong carga contra la policía, según el film un dechado de desidia y molicie, rápida en cargarle el mochuelo al más tonto del lugar y a otra cosa, mariposa; a los estamentos judiciales, también infectados del virus de la deshonestidad y la indolencia; pero también a la propia gente de a pie, retratada aquí como personas venales, sin principios ni valores. Un retrato atroz de la condición humana, hecho con una serie de referencias temáticas y estéticas que recuerdan poderosamente el cine de Hitchcock; así, no sería difícil rastrear homenajes o tributos a films de sir Alfred como Falso culpable (quizá el más evidente), pero también otros en menor medida, como Sospecha o La sombra de una duda.
Irreprochablemente realizado por un Bong Joon-ho que es un consumado conocedor de los recursos del cine, admira el buen ritmo, sin un solo bache, el mantenimiento de la atención del espectador, la pintura de un abyecto género humano que, incluso en el caso de la protagonista, que pudiera ser el único de los especímenes de la Humanidad con entidad y decencia, también termina enseñando la patita abominable, aunque arguya sus razones; ya lo decía Jean Renoir: “lo malo de este mundo es que todo el mundo tiene sus razones”.
Estamos entonces ante un thriller irónico, con frecuencia sarcástico, en el que se denuncia la facilidad con la que las autoridades policiales y judiciales optan por el camino fácil, por tirar de chivos expiatorios en vez de hacer bien su trabajo; se fustiga también la invariable dureza con el débil, una característica de todo régimen, sea dictatorial o democrático, todo ello con un humor a veces surrealista que no deja títere con cabeza, haciendo especial hincapié en la estupidez de una policía que aquí, en contra de lo que suele suceder en el cine convencional, está pintada con una mezcla de estupidez y majadería.
Notable película, entonces, que junto a anteriores logros, como la mentada The host, desbrozaron el camino para que Bong haya podido hacer films de mayor envergadura, al menos económica, y con mercados más amplios a los que dirigirse. Afortunadamente en su caso se puede decir que los presupuestos holgados no se han “comido” al cineasta, al autor, al artista, como tan frecuentemente suele suceder.
Gran composición de la protagonista, Kim Hye-ja, una actriz ya madura pero de corta carrera, que está excelente como esta madre con pliegues, recovecos insospechados, que habrá de arrostrar todo tipo de peligros para salvar a su cachorro; este, interpretado por Won Bin, realiza un interesante trabajo, en un personaje que, precisamente por su minusvalía intelectual, se prestaba a excesos que el joven actor surcoreano sortea hábilmente.
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