Realmente es sorprendente el efecto que puede producir en la taquilla el hecho de que al frente del reparto esté una estrella como Tom Hanks. Si Náufrago hubiera sido interpretada por un actor secundario (probablemente tan bueno como Hanks, pero sin su popularidad ni, sobre todo, su "caché"), ahora estaríamos hablando de un "flop" (como denominan en USA a los fiascos comerciales), pues la película de Zemeckis dista mucho de ser un producto medianamente entretenido.
Larguísima, con dos horas y veinte minutos que parecen el doble, con una parte central (el meollo, realmente de la historia) en la que un tiranuelo empresarial pero en el fondo buena persona (ya se sabe, como Pinochet, que es un abuelete inofensivo...), resulta ser el único superviviente de un accidente de avión en pleno Pacífico, con la correspondiente historia ulterior: desesperación primero, intento de resignarse después, aclimatación a su nueva situación, en una especie de manual de supervivencia que recuerda poderosamente las habilidades descritas en el Robinson Crusoe; claro que la novela de Daniel Defoe era mucho más entretenida y amena que esta historia en la que casi no pasa nada, y en la que el guionista ha tenido incluso que meter de rondón un personaje inanimado con el que el protagonista pueda charlar y conseguir que los bostezos entre el público no sean demasiado evidentes.
Y lo peor es que Zemeckis y su guionista William Broyles desaprovechan algunas líneas argumentales muy jugosas, como la idolatría que profesa el personaje central por el tiempo, que tan bien podría haberse contrastado después cuando contara con toda la eternidad (o poco menos) por delante. La soledad, toscamente esbozada en las escenas con el personaje inanimado de Wilson, nunca trasciende más allá de la mera anécdota, aunque se ve que Hanks intenta insuflar alma a lo que no es más que una perorata con un balón de fútbol.
Sólo el final, en una pirueta inteligente (que recuerda otros estimables finales recientes de Zemeckis, como los de Contact o Lo que la verdad esconde), deja un cierto regusto de buen cine, con una elipsis evidente pero hermosa. Poco bagaje para tanto dinero gastado y tanto esfuerzo en engordar y adelgazar sucesivamente de Hanks, que pasa de parecer Oliver Hardy a Stan Laurel, el Gordo y el Flaco en una sola persona...
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