Esta película forma parte de la Sección Memoria Histórica del ATLÁNTIDA MALLORCA FILM FEST’2023. Disponible en Filmin por tiempo limitado.
José Miguel Ribeiro (Amadora, 1966) es un guionista, productor y director de cine portugués, especializado en animación. Se formó en la Escola Superior de Belas Artes do Lisboa, y perfeccionó sus estudios en Oporto y en Rennes, Francia. Desde mediados de los años noventa del siglo pasado viene realizando una fecunda labor como cineasta de “cartoons”, siendo formalmente muy ecléctico, lo que le ha llevado a experimentar con distintas técnicas, desde el “stop motion” con marionetas al dibujo animado en dos dimensiones, y dentro de ésta, con muy diversos estilos, desde imágenes inspiradas en el Teatro Negro de Praga hasta dibujos de corte naif, muy ingenuo, buscando la inocencia del trazo infantil.
Temáticamente Ribeiro es muy ecléctico, aunque en los últimos años parece estar desarrollando (nos parece que con toda la razón del mundo...) una evidente preocupación por la guerra y sus terribles consecuencias, como ya hizo en sus anteriores cortos, Estilhaços (2016) y Fragmentos (2016). Ahora acomete su primer largometraje de animación, para lo que ha sido necesario el concurso de cuatro nacionalidades, dado lo ambicioso del proyecto, una mirada entre lírica y social sobre las sucesivas guerras que tuvieron lugar en Angola, la antigua colonia portuguesa, que asolaron al país y a sus ciudadanos, con distintos nombres y diversos motivos, entre 1975 y 2002. En ese contexto, iremos conociendo a tres mujeres: Lelena es la abuela, Nayola su hija, y Yara la hija de ésta. Lelena ha sufrido lo indecible en las guerras sucesivas, habiendo perdido a su marido y a su yerno, y posteriormente a su hija Nayola, que abandonó a su pequeña con la esperanza de encontrar vivo al marido, vagando desde entonces sin dar señales de vida; Yara, por su parte, es una adolescente rebelde que escribe y canta reivindicativos raps que son perseguidos por las autoridades del país, poco proclives a estas libertades. La historia se ambienta en dos momentos concretos: hacia 1995, a punto de terminar una de las guerras civiles, quizá la más cruenta de ellas (aunque poco después se inició otra...), tiempo en el que vemos a Nayola indagando en diversos destacamentos militares por su marido; y hacia 2011, cuando la guerra ya es un mal recuerdo, pero la represión del gobierno marxista del MPLA hacia todo lo que no sea la ortodoxia comunista hace que Yara se posicione fieramente en contra, para horror de su abuela, con la que vive desde que Nayola desapareció, motivo por el que la chica le guarda un sordo rencor...
Busca Ribeiro con su película, o al menos eso nos ha parecido, una mirada en femenino sobre la atroz guerra que asoló en varias fases al torturado país atlántico africano, una mirada con tres protagonistas que son, a su vez, otros tantos posibles arquetipos de la mujer ante el conflicto bélico: la abuela, el miedo hacia la conflagración, a la que teme, y con razón, habiendo perdido a varios de sus seres queridos, actuando ahora como Madre Tierra, como la Hera griega, la protectora de su especie, alegórico útero al que siempre poder volver; Nayola, enloquecida por la pérdida del amado, al que buscará sin rumbo ni esperanza, perdiendo en el camino la propia identidad, quizá la propia razón; Yara, la nueva generación que apenas ha conocido la guerra, que quiere ser libre y se muestra tan desafiantemente rebelde como (por qué no decirlo) terriblemente egoísta.
Tomando como base para el guion el drama teatral A caixa preta, de los escritores africanos lusohablantes José Eduardo Agualusa y Mia Couto, y con esas tres figuras femeninas, con esos tres arquetipos, Ribeiro nos ofrece una sugestiva taracea de la Angola de los últimos treinta años, de la muerte en la guerra a la represión en la paz, pero sobre todo, nos ofrece el conflicto interno de esta familia (a su manera, todas las familias angoleñas) a la que los sucesivos enfrentamientos militares condicionaron absolutamente sus vidas.
Con un tono que, sobre todo en los pasajes relativos a Nayola, está preñado de un vehemente lirismo, con bellísimas imágenes simbólicas, como ese arquero lanzando hacia la luna una flecha con una serpiente enroscada, o la hermosa alegoría inicial, la del hombre negro desnudo que corre por la jungla hasta ser alcanzado por las armas de los hombres blancos, brotando del cuerpo exánime una enorme, babélica higuera africana, la película, a nuestro juicio, tiene sus mejores bazas precisamente en la belleza de su planteamiento estético, en la sugestiva riqueza de sus imágenes, de sus símbolos, de sus metáforas visuales, con un dibujo que huye de la perfección, siendo más bien de corte impresionista, con frecuencia de trazo naif, de figuras generalmente estilizadas, muy longilíneas, que no buscan el antropomorfismo perfecto sino aproximado, artístico, un poco a la manera de un Kiraz que se dedicara a asuntos más graves de los que solía tocar el exquisito caricaturista francés.
La paleta cromática, como el propio continente africano, es muy rica, con profusión de los colores puros, sobre todo en las frecuentes escenas en la selva: los ríos azulados, la arboleda verde, los pájaros blancos, la tierra enrojecida, no solo por su propia condición geológica, sino, sobre todo, por la sangre de la guerra que la empapa.
Juega en ocasiones Ribeiro, como el buen indagador de caminos que es, con imágenes reales documentales de los sucesivos conflictos, en blanco y negro, tratadas digitalmente para hacerlas parecer fantasmagóricas, imágenes de la vida diaria en un país en permanente guerra, acercándose de esta forma, de una manera artística, a una mirada realista, documental, sobre la existencia de Angola de las últimas décadas.
Especialmente impactante serán todas las secuencias en las que Nayola, quizá definitivamente perdido el seso en su indagación sobre el marido (en una libérrima variante de la búsqueda de Kurtz por parte de Willard en la conradiana El corazón de las tinieblas), se interna en una superficie ondulada y amarilla, una bellísima a fuer se simplicísima quintaesencia del desierto, dos figuras minúsculas avanzando penosamente por esa superficie amarilla bajo un sol de justicia, dos figuras mínimas, esquemáticas, la propia protagonista y el chacal que será su único amigo, fundiéndose finalmente con ella como parte de su esencia, en un viaje de no retorno en su cualidad de ser humano que le convertirá en medio mujer, medio chacal, la única manera de sobrevivir al entorno hostil, pero también a la galopante locura.
Las hermosas canciones del folclore popular angoleño, cantadas siempre por voces femeninas, pespuntean la historia, aportando una belleza surreal, como telúrica, a este relato que, sin embargo, argumentalmente nos parece inferior, en una historia que se va tornando progresivamente más abstracta, con ello más confusa, hasta alcanzar un final preñado de un críptico simbolismo difícil de desentrañar.
Película melancólica, quizá por la evidente impresión de que tres generaciones de angoleños (y, sobre todo, de angoleñas...) han visto cercenadas sus aspiraciones vitales por una guerra inacabable, Nayola llega mejor en la forma que en el fondo, aunque la historia es interesante y sugestiva; visualmente es muy original, arriesgada, atractiva en su premeditada ingenuidad, mientras que la trama es compleja y con frecuencia confusa y, aunque vinculada a la guerra y a las mujeres, no termina de llegar claramente el mensaje de que éstas son las primeras víctimas de todo conflicto bélico…
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