Contemplas Notting Hill y parece que estás asistiendo a uno de esos experimentos de laboratorio en el que el científico loco de turno mezcla en un matraz diversos componentes para obtener el resultado apetecido. Aquí parece que los sabios (es un decir...) chalados, el director Roger Michell y su guionista Richard Curtis, han combinado a través del alambique una buena ración de Cuatro bodas y un funeral, incluido el tartamudeo de Hugh Grant a un ritmo de uno por cada cinco segundos; otra buena dosis de una especie de biografía semicamuflada de la propia Julia Roberts (la actriz mejor pagada del mundo, no quiere enseñar nunca los pechos, cambia de novio como de zapatos... ¿es o no es ella misma?) y unas gotitas de comedia realista en clave Mike Leigh (el de Secretos y mentiras), con un zarrapastroso compañero de piso de Grant que justificaría, por sí solo, la política antisocial de Margaret Thatcher...
Para redondear la jugada, se busca un grupo de estrafalarios personajes secundarios alrededor de la parejita romántica en el que no falta la hermana que parece una gallina clueca, el amigo agente de bolsa que imita lastimosamente a Mr. Bean y el amante esposo y pésimo cocinero: todo demasiado prefabricado, sin perfiles ni rasgos realmente humanos.
Sería injusto no reconocer algunos momentos de emoción, como los proporcionados por Julia Roberts en su última visita a la librería de Grant (por cierto, tan patoso y lamentable como siempre), y algunos gags que incitan a la sonrisa, pero de eso a ver en esta sosa comedia poco menos que una nueva La fiera de mi niña, hay un abismo. El que media entre querer hacer pasar la bisutería (aunque sea fina...) por el oro puro.
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