Mina Mileva y Vesela Kazakova son dos guionistas, productoras y directoras de origen búlgaro que también han trabajado fuera de su país, especialmente en el Reino Unido. Siempre ruedan en comandita, y hasta ahora solo se habían dedicado al documental, con algunos títulos que han llamado la atención, como Uncle Tony, Three Fools and the Secret Service (2014) y The beast is still alive (2016), con los que tuvieron problemas en su país, ambos audiovisuales de fuerte contenido político, en los que denunciaban las atrocidades del régimen comunista que, bajo la férula de la URSS, gobernó Bulgaria con mano de hierro durante décadas, pero también cómo ese régimen se enrocó, bajo ropajes supuestamente democráticos, tras la caída del Muro de Berlín, para perpetuarse en el poder. Ahora saltan al largometraje de ficción, aunque es cierto que a ratos aparece la patita documental, imbricada dentro de la trama.
La película se ambienta en nuestros días en Londres, en Peckham Street, calle situada en el Suroeste de la ciudad, en un barrio modesto ocupado en buena medida por inmigrantes. En esa ubicación conoceremos a Irina, arquitecta búlgara que intenta abrirse paso en su profesión en el Reino Unido, con escasa suerte; vive en un humilde piso con su hijo de corta edad y con su hermano, que no es que sea medio imbécil, sino imbécil entero... El vecindario es surtido, multicultural, con algunos elementos lamentables, como el niñato con perrazo que se cree mejor que nadie y mira por encima del hombro al resto de los mortales. El edificio está siendo sometido a un proceso de reformas por parte del ayuntamiento, dueño de buena parte de las viviendas, para proceder después a su venta, dentro de ese fenómeno que la modernidad conoce como gentrificación. A Irina, como a otros modestos propietarios, les van a pasar, velis nolis, las facturas de los arreglos de sus casas, porque supuestamente eso mejorará su valor de mercado, pero muchos no pueden permitirse afrontar esos costes. Por otra parte, Irina se encuentra en la escalera con un gato abandonado, que sabe es de la familia del niñato con perro que da miedo; tras alguna duda, decide quedárselo, aunque procura que los vecinos no lo vean para que no lo reclamen...
Mileva y Kazakova tienen un componente ideológico muy claro: son fervientes neoliberales, así que su protagonista, Irina, también lo es, y de forma superlativa. Ello quiere decir que la película, por boca de su protagonista, presenta una inequívoca mirada anti-pública, denunciando las ayudas y subvenciones sociales que las distintas administraciones conceden a los más desfavorecidos. Curiosamente, lo de estar contra las ayudas es hasta que la prota decide dejar su infra-trabajo poniendo copas en un bar, para quedarse en casa pintando (y sin vender una escoba, como dice el proverbio español, ni lo que es peor, tampoco un cuadro...), momento en el que, obviamente, tendrá que “enchufarse” a las tan denostadas ayudas, la “paguita”, como decían en España los furibundos enemigos del establecimiento de un mínimo vital para familias sin recursos.
Las directoras no parecen especialmente estilosas, estando rodada la peli con cierto desaliño formal. De ritmo anda regular, resultando ser finalmente reiterativa, morosa, avanzando a duras penas la trama, lastrada además por los fragmentos documentales o de reportaje que se insertan, como los trabajos de arrancar las ventanas del edificio, que se nos dan enteritos, o las reuniones de los afectados, que son como las de las pelis de Ken Loach, pero de derechas... Busca cierta lírica urbana, sin mucho éxito, en un film lento y aburrido, en el que el planteamiento resulta demasiado largo, para después resolverlo en un pispás, en apenas una secuencia. Con tono enfáticamente realista, que no naturalista, y un cierto toque de comedia, sutil (quizá demasiado...), la peli de Milena y Kazakova aporta la mirada del extranjero afincado en uno de los “paraísos” occidentales, si bien esa mirada no resulta especialmente interesante, resultando confusa en sus intenciones, con contradicciones tales como estar de acuerdo con el proceso de gentrificación (que paradójicamente los expulsará de donde viven), al ser un producto del sacrosanto (para el pensamiento neoliberal) libre mercado, pero a la vez estar en contra porque su coste es inasumible para los pobres diablos que han de padecerlo.
Queda un endeble retrato de los bajos estratos de la sociedad londinense, que viven una horrible realidad diaria (aunque a buen seguro mejor que la de sus países de origen); queda también el episodio del gato en la pared (véase el título original...), larguísimo y pesadísimo, a pesar de lo cual es lo más sustancioso, o quizá lo menos aburrido de la trama, resuelto con una de esas mezquinas venganzas que lamentablemente solo se dan entre desheredados de la fortuna, uno de esos pequeños pero insufribles rencores entre pobres, entre los olvidados por el sistema.
Finalmente Pequeños milagros en Peckham Street resulta ser un pastiche más bien indigesto: comedia, drama, documental, denuncia de la actuación gubernamental, gentrificación, clases bajas, subsidios, rastreras venganzas entre pobres diablos... Y es una pena, porque el film comienza bien, con buen ritmo y planteando la vida no precisamente entre algodones de la prota, que dice haber emigrado de “Bulgaristán” (sic...) huyendo de las mafias y lameculos.
Los protagonistas son prácticamente debutantes ante la cámara, y lo cierto es que resuelven sus papeles con solvencia. Lástima que la peli no dé más de sí... Por cierto, acotación al margen, ¿a qué viene el título español? ¿Dónde están los milagros, ni pequeños ni grandes, en Peckham Street? Se supone que serán milagros metafóricos, pero tan sutiles que, ciertamente, no terminamos de enterarnos cuáles son. El original, Cat in the wall, “El gato en el muro”, no es ninguna maravilla, pero al menos no le cuenta milongas al espectador...
(11-08-2021)
92'