Hay historias reales que son muy atractivas, pero cuya formulación cinematográfica deja mucho que desear: es el caso de la recientemente estrenada Una cuestión de género (2018), desperdiciada, a nuestro entender, por su directora Mimi Leder, en la que solo se salva a nuestro juicio la protagonista Felicity Jones, como siempre estupenda. Pero hay otras historias igualmente fascinantes que, gracias a una sensible, delicada puesta en escena, ganan aún más: es el caso, también a nuestro parecer, de esta espléndida ¿Podrás perdonarme algún día?, segundo largometraje (quién lo diría...) de la anteriormente solo actriz y ahora afortunadamente también directora, la californiana Marielle Heller, que despunta con este film como una más que interesante cineasta con una penetrante mirada sobre la condición humana.
Es cierto que de entrada ya contaba con una historia real más que peculiar, la de Lee Israel, una escritora cincuentona, misántropa, con escasa empatía con el resto del género humano, entrada en kilos, gatófila, cuyos últimos proyectos carecen, según su agente, de interés comercial alguno. Estamos en Nueva York en los años noventa, y la escritora se siente acosada económicamente por todos, con riesgo de perder la vivienda y sin poder tratar médicamente a su gato Jersey. En una de sus visitas a una biblioteca para documentarse sobre su nuevo libro sobre la artista Fanny Brice (el personaje que Barbra Streisand protagonizó en cine en Funny girl y su secuela Funny lady), encuentra dentro de un volumen, por casualidad, un par de cartas de la cantante que está biografiando; las hurta y consigue venderlas a buen precio; cuando se percata de que esa puede ser una buena fuente de ingresos, se va adentrando en una espiral de falsificaciones de cartas de gente de prestigio, fundamentalmente literatos: Noël Coward, Lillian Hellman, Dorothy Parker... Simultáneamente conoce a Jack Hock, un “homeless” gay con clase que sobrevive como puede en la Gran Manzana aparentando un estatus que, obviamente, no tiene, y con el que Lee hará buenas migas, a pesar de su misantropía. Claro que el camino delictual iniciado por la escritora, razonablemente, no podrá tener buen fin...
Sorprende en una cineasta todavía relativamente neófita como Marielle Heller la sobresaliente sensibilidad con la que pone en escena su película, una sensibilidad que no tiene que ver con gazmoñerías pero sí con la sutileza con la que afronta la vida de esta heterodoxa, de esta mujer al margen de modas y modos, lesbiana que tampoco en ese aspecto sabe relacionarse apropiadamente, demasiado celosa de su intimidad y de su persona. Su encuentro con otro heterodoxo, con otro raro como ella, le proporcionará lo más parecido a una amistad, a un ser próximo en el que confiar, aunque ello, finalmente, le reporte un grandísimo disgusto.
Gusta también esta hermosa, melancólica historia, por su sensible tratamiento, con una discreción que roza el pudor, de la atracción entre la protagonista y Anna, la dueña de una de las bibliotecas a las que vende su falsa mercancía: ambas saben que se gustan, ambas saben que les agradaría llegar más allá, pero ambas también son reas de sus desconfianzas, de sus miedos a descubrirse, a abrirse a la otra.
Con un guion muy bien trenzado por Nicole Holofcener (entre cuyos créditos como libretista hay series de culto como Sexo en Nueva York, A dos metros bajo tierra y Orange is the new black) y Jeff Whitty (que se estrena en la elaboración de un guion: eso es llegar y besar el santo...), Marielle Heller nos narra con gusto y buen ritmo esta historia pausada pero (siempre a nuestro entender) no aburrida, donde la empatía con un personaje tan atípico se produce casi instantáneamente, a pesar de que, ciertamente, se trate de un rol con el que difícilmente se puede congeniar: agria, desabrida, malencarada, con frecuencia grosera, sin embargo el retrato en sepia de esta mujer sola, con una soledad a la vez voluntaria y forzosa, resulta uno de los más hermosos y conmovedores que nos haya sido dado contemplar en los últimos tiempos.
Gran trabajo de Melissa McCarthy como la protagonista: sin ella la película no tendría la convicción que tiene, ella es Lee Israel, como hacen siempre los buenos intérpretes, fundiéndose con sus personajes hasta ser uno solo. Pero es que Richard E. Grant, como su único amigo, también está fantástico, en un personaje que podría perfectamente tener su propia película, porque es evidente que tiene mucho más recorrido del que aquí se nos ofrece. Mención especial para Dolly Wells (¿soy el único que le ve un parecido razonable con nuestra Malena Alterio?), que matiza con sobriedad y sencillez su papel de librera enamorada que no se atreve a dar el último paso descubriendo su amor.
Lee Israel fue, en efecto, una falsaria, una mujer que falsificó cartas supuestamente escritas por gente de prestigio. Pero, como ella misma dice en la película, esas cartas eran originales, en el sentido de que Lee las escribía “a la manera de” esos grandes, y haciéndolo, los prolongaba, los hacía vivir literariamente más allá de su muerte. Esas falsificaciones eran, entonces, obras de arte escritas por una literata que, aunque tocada por la musa, no lo fue por la diosa Fortuna, y tuvo que buscarse las habichuelas (bueno, allí serán los panqueques...) creando “ex nihilo” las cartas que, quien sabe, tal vez no llegaron a escribir Dorothy Parker o Noël Coward, pero que sin duda les hubiera gustado escribir...
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