Algunas de las grandes matanzas que ha perpetrado la raza humana (que a ratos podría llamarse directamente la raza asesina...) en los últimos cien años tienen nombres de lugares geográficos, nombres que se han vuelto ominosos por los crudelísimos hechos que en ellos han tenido lugar: Guernica, en el País Vasco; Auschwitz, en Polonia; My Lai, en Vietnam; Sabra y Chatila, en Líbano; Srebrenica, en Bosnia y Herzegovina; Haditha, en Irak. En ellos, a veces decenas, otras cientos, incluso miles de personas, según los casos, todos civiles indefensos, fueron asesinados indiscriminadamente, sin más, por fuerzas enemigas, fuerzas regulares de estados que se suponía no ejercerían violencia sobre la ciudadanía desarmada.
Srebrenica es uno de esos casos sangrantes, y nunca mejor dicho. Enclave bosnio en suelo reivindicado por los serbios, el ejército de esta recién formada república desató en 1992 una guerra fratricida contra Bosnia y Herzegovina, hasta poco antes ambas repúblicas federadas en la Yugoslavia que se había mantenido unida gracias, sobre todo, a la mano de hierro del mariscal Tito, hombre fuerte del país durante casi 40 años. Tras su muerte y la posterior caída del Muro de Berlín, las antiguas repúblicas balcánicas fueron declarando su independencia una tras otra, con varias guerras por zonas y enclaves que los contendientes creían propias, o bien, como en el caso de la guerra de Serbia contra Bosnia y Herzegovina, con intenciones de realizar una limpieza étnica que les permitiera repoblar con su propia gente esas tierras.
Sobre la abyecta matanza de Srebrenica (más de 8.000 hombres asesinados a sangre fría por el mero hecho de ser a la vez bosnios y varones) se han realizado varios documentales, como el británico A cry from the grave (1999) y el noruego A town betrayed (2010), y algunas aproximaciones tangenciales ya en clave de ficción, a veces más bien surrealistas, como la de Los héroes nunca mueren (2019), a vueltas nada menos que con la reencarnación. Pero nos parece que esta Quo vadis, Aida? es la primera vez en la que el cine afronta de lleno la tremenda masacre ocurrida en julio de 1995, cuando miles de bosnios que acudieron al cuartel general de la ONU (la Dutchbat, la fuerza holandesa encargada de proteger a los civiles) fueron obligados por la fuerza a emigrar a tierras bosnias y, de entre ellos, todos los varones fueron apartados y asesinados a sangre fría.
Esa historia se nos cuenta a través de la mirada de Aida Selmanagic, traductora oficial de la ONU y, por ello, empleada de la Organización de Naciones Unidas, quien se encontrará con que su marido y sus dos hijos pueden estar también entre los que los serbio-bosnios pretenden deportar, aunque cunde la sospecha de que lo que pretendían era, efectivamente, asesinarlos sin más. La lucha de Aida por intentar salvar a los suyos, pero también la arrogancia chulesca del ejército de la República Sprska (las milicias serbio-bosnias), al mando del tristemente célebre general Mladic, que humillaron y vejaron tanto a la población civil bosnia musulmana como a los propios miembros de la fuerza de la ONU, constituirá la trama sobre la que gira la película, en un progresivo “crescendo” de tensión que se llega a tornar insoportable.
Jasmila Zbanic (Sarajevo, 1974) es una ya veterana cineasta bosnia con varios títulos de interés en su carrera, como Grbavica (2006), que logró el Oso de Oro en la Berlinale, y En el camino (2010); aquí afronta uno de los traumas fundacionales, quizá el trauma por excelencia de su país, Bosnia y Herzegovina, un baldón (otro más) sobre la conciencia de la Humanidad. Lo hace Zbanic con un estilo premeditadamente impersonal, que huye de los subrayados porque ya la carga dramática es tan intensa que no necesita que la directora haga hincapié en nada: utiliza la tragedia personal de Aida para alcanzar la tragedia universal de aquellas miles de familias que se vieron mermadas, de la noche a la mañana, de todos sus varones: sus padres, sus esposos, sus hermanos, sus hijos, todos murieron por ser hombres y bosnios, pésima combinación en Srebrenica en julio de 1995.
Además de la acre denuncia de la masacre perpetrada por los serbio-bosnios del Ejército de Sprska, Zbanic tampoco ahorra críticas a las fuerzas de la ONU, los cascos azules de la UNPROFOR, y a la desidia de la cadena de mando: todos parecieron mirar para otro lado cuando la evidencia era que las personas que tenían a su cargo iban a ser aniquiladas sumarísimamente; así, los que debieron proteger a los civiles terminaron entregándolos mansamente, quizá queriendo creerse que sus vidas serían, contra toda esperanza, respetadas.
Muy buena película esta Quo vadis, Aida?, la historia de una felonía sin nombre noblemente puesta en escena, con fuerza, con ganas, casi con las tripas, pero sin perder la cabeza, con un control absoluto en las escenas de masas (hablamos de miles de extras, circunstancia ciertamente complicada de manejar en un rodaje) y un creciente, implacable suspense en la concatenación de los hechos que llevará, irremisiblemente, a lo que ya se conoce en la Historia como la Matanza de Srebrenica.
Grandísimo el trabajo de la protagonista, una Jasna Djuricic que seguramente hace aquí el papel de su vida; la veterana actriz está sublime en este complejo papel en el que habrá de compaginar su trabajo como profesional intérprete con la defensa a ultranza de su familia.
La película, que ha recibido numerosos premios en diversos festivales (Rotterdam, Jerusalem, Miami, Gotemburgo, Anatolia...), estuvo nominada al Oscar a la Mejor Película Internacional.
(14-05-2021)
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