Retrato de una mujer en llamas

Esta película está disponible en el catálogo de Rakuten, Plataforma de Vídeo bajo Demanda (VoD).

Céline Sciamma es una guionista y directora francesa, nacida en Pontoise en 1980, que se formó académicamente en la prestigiosa escuela artística La Fémis (uno de esos motivos de envidia que los españoles tenemos hacia los galos, como también la ENA, la escuela que forma políticos técnicamente competentes, o el Centre Pompidou, el ambicioso centro donde conviven todas las artes, todas las culturas). Sciamma no es una promesa del cine francés, es ya una realidad, cuando aún no ha cumplido los cuarenta años y tiene tras de sí una carrera más que interesante.

Como directora, Cèline ha rodado, además de varios cortometrajes, cuatro largos, todos ellos de interés: debutó con Naissance des pieuvres (2007), sobre el sensible despertar homoerótico de tres chicas adolescentes, prosiguió con Tomboy (2011), que trataba del sexo transgénero en la infancia, siendo su tercer film Girlhood (2014), sobre la rebeldía juvenil femenina, con intérpretes no profesionales. Sciamma trata generalmente temas relativos a la homosexualidad; ella misma es abiertamente lesbiana, con una relación estable con su actriz y musa Adèle Haenel.

La acción de Retrato de una mujer en llamas se ambienta en pleno siglo XVIII, en la Francia de los años previos a la Revolución; en ese contexto, Marianne es la hija de un pintor que, a su vez, pinta, aunque en ese aspecto está limitada por su condición de mujer, siéndole vedado, por ejemplo, pintar desnudos masculinos, aunque no femeninos. Marianne es requerida por una condesa para retratar a su hija, Héloïse, que acaba de salir de un convento para casarse con un noble milanés; pero para ello, como era habitual en la época en las clases pudientes, debe realizarse un retrato de la joven para que la familia del novio dé el visto bueno. Pero Héloïse, que tiene reticencias hacia el matrimonio y lo que ello supone de pérdida de su (relativa) libertad, no quiere posar para ello. Marianne, entonces, habrá de pintarla de memoria; ni siquiera la joven deberá saber que ella la retrata en secreto, para no espantarla, por lo que la pintora deberá ganarse su confianza...

Retrato de una mujer en llamas es una de esas películas que, ciertamente, sorprenden, y tan gratamente. Minimalista en su tratamiento, con mínimos mimbres interpretativos (cuatro actrices, prácticamente sin actores), acotados escenarios rodados en un castillo para los interiores y con los impresionantes paisajes de la Bretaña para los exteriores, Sciamma se las arregla para, con esos escasos recursos, ambientar su historia de (re)conocimiento entre las dos jóvenes, la futura esposa y la pintora, de iniciales reticencias, de progresiva confianza y amistad, de, finalmente, entregado amor entre dos mujeres que son conscientes de la fugacidad de su relación, de la caducidad inevitable del sexo, del roce de la piel contra la piel, de la libertad de expresarse sensualmente sin ataduras, hasta que llegue el momento en el que el destino de ambas, inexorable, se cumpla.

Determinista, fatalista, sobrecogedora en su sutilísima trama, plagada de momentos bellísimos, de diálogos inteligentes entre las jóvenes, pero también entre la pintora y la condesa, con una subtrama con la sirvienta que no quería tener el hijo que crecía en su interior, que enriquece la historia, Retrato de una mujer en llamas es una de las más hermosas películas que nos ha sido dado ver en los últimos tiempos, en la que pintura y sexo, (auto)represión y liberación, finalmente resignación ante la imposibilidad de cambiar el destino que la sociedad deparaba inevitablemente a las mujeres de su época, conforman el rico tejido, la exquisita textura de un film mínimo pero máximo, si vale el oxímoron: mínimo en lo que se nos cuenta, máximo en cómo y de qué forma se nos cuenta, en la que el detalle lo es todo, en la que las miradas nunca son inocentes, siempre son turbadoramente poliédricas.

Con un tramo final que entra de lleno en lo prodigioso, el film se cierra con un primer plano de tres minutos sobre el rostro de la joven finalmente casada y resignadamente entregada a su destino, un plano bellísimo, donde el movimiento Presto del concierto para violín y orquesta El verano, de las famosas Cuatro Estaciones de Vivaldi, con esa tormenta de verano que la pintora enseñó a su amante en los breves días en las que pudieron amarse, supone un colofón redondo, a la vez osadísimo (¡tres minutos enfocando indesmayablemente un rostro!) de una obra que tiene en el mito de Orfeo y Eurídice uno de sus principales referentes, si es que no es el principal.

Así, la historia legendaria de Orfeo, que se adentró en el Hades, en la catábasis por excelencia, a rescatar a su amada Eurídice, y la perdió definitivamente cuando, advertido de que no se girara hasta salir al mundo real, se volvió a mirarla, se perfila como el metafórico y verdadero tema del film, la evanescencia del amor, la (im)posibilidad de mantener el amor absoluto, la entrega total, la pasión devoradora. Escenificada la historia literaria, verbal, pictóricamente, incluso en forma de ectoplasma, la leyenda de Orfeo y Eurídice finalmente será la propia historia de Marianne y Héloïse, en la que el (la) amante no podrá rescatar del Hades (el matrimonio no deseado) a la amada: ambas lo sabrán desde el principio, ambas, entonces, abrazarán el “carpe diem” antes de que llegue el temido momento del “tempus fugit”.

Hermosa hasta decir basta, Retrato de una mujer en llamas es, desde luego, un delicado bocado para cinéfilos; absténgase fans de Avengers y similares, porque la película de Sciamma no tiene nada que ver con el cine de plástico sino con el Cine de verdad, con mayúsculas, con el arte, el deseo, la sutileza, lo etéreo.

Gran trabajo interpretativo, desde la interiorización, de las protagonistas, Noémie Merlant y Adèle Haenel, y en menor medida de las dos secundarias, sobre todo de la siempre estupenda Valeria Golino, pero también de la jovencísima Luàna Bajrami.
 
(20-10-2019)