Esta película se proyecta en la sección Las Nuevas Olas, dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’20).
Sin ánimo de generalizar, lo cierto es que, por lo que conocemos, el cine húngaro suele tener, como decimos en mi tierra, un plomazo dado. No hablamos del cine húngaro clásico, del de Miklós Jancsó, Márta Mészáros o István Szabó, ni siquiera del pesadísimo de Béla Tarr, sino de los modernos (o “modelnos”, que quizá los defina mejor) de las últimas generaciones, como Kornél Mundruczó (aunque este ha mejorado a ojos vistas en sus últimas pelis), Szabolcs Hajdu o Roland Vranik. Salvaremos a László Nemes (jo, cuantas tildes se gastan estos magiares...), mayormente por su estupenda El hijo de Saul. Pero el resto de los cineastas que nos llegan del país de Béla Bartók parece que les han pegado un cantazo de chico...
La acción se desarrolla con un prólogo, filmado en blanco y negro, en el que vemos a una clase de niños de 9 años asistiendo a la proyección de un concierto de música clásica, precisamente de Bartók. La profesora, Gertrúd, se abraza al final, ya en la calle, con una niña que le dice que está temblando y le pide ese abrazo. 10 años después, mientras Gertrúd ensaya con un coro a orillas de un rio, una chica sale del agua (sí, como la Venus de Botticelli...) y la profesora cae fulminada al suelo, fascinada por la chica. De vuelta a casa, ahora con la chica, esta dice no tener nombre, así que como parece tener cierta ascendencia albana, la nombran así, Albana. La chica y Gertrúd comienzan a tener una relación íntima que descoloca a los dos miembros restantes de la familia, el padre, un mediocre gordezuelo, y su hijo, un adolescente que gusta de hacer vídeos con una peculiar animación con su “smartphone”...
Seven small coincidences (todavía estamos dándole vueltas a qué “siete pequeñas coincidencias” se refiere el título internacional, fiel reflejo del original húngaro, según el traductor de Google...) es una de esas pedanterías que de vez en cuando se ven en cine, una película sin nada que contar, más allá de parecer que ha sido concebida bajo los efectos de la (mala) digestión del visionado de Teorema (1968), de Pasolini. Por supuesto, cualquier parecido con la obra maestra del cineasta boloñés es pura coincidencia (vaya, ya hemos encontrado una de las siete...), pero la cáscara está ahí, con un elemento ajeno a la unidad familiar que llega a esta y actúa como catalizador para que cada uno sea como realmente le gustaría ser. Hasta ahí el parecido; a partir de ahí, lo que hay es un batiburrillo de diálogos majaderos que intentan parecer elevados, con movimientos de cámara alambicados y estrafalarios que no aportan nada, con un gusto digno de mejor causa por las angulaciones extrañas, las imágenes estrafalarias y los encuadres extravagantes.
En el contenido resulta excéntrica, no se centra en nada en concreto, resulta desvaída y dispersa, preguntándonos constantemente cuál es su tema. Con diálogos de besugos, que buscan, sin mucho éxito, cierto humor del absurdo o surrealista, recurre incluso al humor físico y al que cree que de los personajes estrafalarios surge necesariamente la comicidad. Con decir que a ratos parecen imitar a Tip y Coll (a los que obviamente no conocen...), queda todo dicho. Con digresiones estúpidas, como de borrachos, con diálogos ahítos de sinsorgadas, se permite incluso algún homenaje cinéfilo más o menos críptico, como uno en el que recuerda libremente la escena de la estanquera de Amarcord, aunque sin llegar (loados sean los cielos...) a los extremos de Fellini
Péter Gothár (Pecs, 1947) es un veteranísimo director que, sin embargo, por el tipo de cine que hace parece de la misma camada que los Mundruczó, Hajdu o Vranik citados al comienzo de este texto: sí, tiene el mismo plomazo dado... Su filmografía, sumamente extensa, permanece inédita (loados sean los cielos otra vez...) fuera de su país. Verborragia, cine abstracto o majadero, paja mental, son algunos de los conceptos que nos vienen a las mientes viendo esta Seven small coincidences; lo único positivo que nos ha deparado su visión ha sido poder citar el universo Cernuda en el titulillo de la crítica y hacer un chistecito “ad hoc”: menos da una piedra...
(09-11-2020)
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