Pelicula:

Martin Sulík es un cineasta eslovaco (Zilina, 1962) de larga trayectoria. Se ha desempeñado también como actor y guionista, entre otras actividades cinematográficas. Actualmente ostenta la cátedra de dirección de cine y televisión en la Universidad de Bratislava. Su obra como director está compuesta, hasta el momento de escribir estas líneas, por un total de once largometrajes, además de un buen número de cortos, series televisivas, etcétera. Sulík es un cineasta bragado, por tanto, aunque es cierto que no resulta ser especialmente personal.

En Sin olvido, Sulík afronta el tema del Holocausto desde una perspectiva distinta, y esa es su mayor baza. La historia se inicia en nuestro tiempo, cuando Ali Ungár, un intérprete eslovaco de etnia judía y de 80 años de edad, llega a Viena, en Austria. Llama a una puerta y le abre un hombre mayor, como de 70 años, Georg Graubner; el judío busca al padre de este, pero le dicen que ya ha muerto. Hay una sorda antipatía inicial evidente entre ambos; sabremos que Ungár es hijo de un matrimonio judío asesinado en Eslovaquia, junto a otros muchos hebreos, por orden del padre de Graubner, que era oficial de las SS destinado en la zona. Tras vencer las reticencias iniciales, el austríaco convence a Ungár para que visiten las zonas donde trabajó su padre para conocer “in situ” la verdad sobre lo que pasó, a lo que el judío cede, bajo sus estrictas condiciones...     

Sin olvido, como hemos dicho, busca un enfoque distinto del Holocausto, al que asistiremos no de forma directa, sino a través de cómo ha influido en las vidas y en los sentimientos de los hijos de los verdugos y las víctimas. Así, Graubner, el hijo del nazi, decidió hace tiempo olvidar los crímenes del padre y hacer como si no hubieran existido; dice que él no se siente culpable por las atrocidades que cometió otra persona, aunque fuera su padre; Ungár, por su parte, ha de conciliar una compleja maraña de sentimientos: es judío e hijo de asesinados por el nazismo en la llamada Solución Final, pero también es, como dice su hija, “ateo, marxista y cosmopolita”, lo que parece compadecerse mal con la religión del judaísmo, o con cualquier otra.

Ambos emprenden esta búsqueda, en una “road movie” de libro, a lo largo de Austria y Eslovaquia, con rígidas posturas preconcebidas que irán flexibilizándose, desde la inicial indiferencia y pasotismo del hijo del asesino (en una postura que intentaba salvaguardar su propia salud mental, para no perderla, junto con la vida, como le ocurrió a su hermana, según relata a Ungár), hasta una dolorosa toma de conciencia de la barbarie cometida por un régimen oprobioso y por su padre en concreto, aunque es evidente que aquí se tira por elevación: no es culpa de un individuo en particular, sino de un sistema, de una maquinaria letal que puso a los judíos en la diana de su iracundia; y desde la sorda antipatía que Ungár profesa hacia Graubner, por ser este hijo del asesino de sus padres, y por intuir, quizá íntimamente desear (para así tener un enemigo con vida al que hacer blanco de su venganza), que sus ideas no son demasiado distintas de las del antiguo oficial de las SS que le dio la vida, hasta entender que, efectivamente, las culpas son personales e intransferibles, y llegar a tener con Graubner algo parecido a una fraterna amistad.

Pero Sin olvido funciona mucho mejor en sus intenciones que en su puesta en escena; con un libreto que juega con demasiada frecuencia con los giros de guion pillados por los pelos, al arbitrio de lo que interese a los guionistas antes que a esa “rara avis” que es hoy día la lógica interna, la película avanza un poco a trompicones, a veces incluyendo escenas (cfr. las dos chicas eslovacas que recogen en el coche los dos vejestorios) que poco aportan a la trama, más allá de conferirle un metraje estándar.  

Está bien el retrato de los dos viejos, ambos con caracteres opuestos: el austríaco, exprofesor, es jovial, bromista, mujeriego y con tendencia a darle al frasco más de la cuenta; el eslovaco, por su parte, es un hombre adusto, serio hasta el aburrimiento, estricto, no acepta la debilidad humana. Entre ambos, sin embargo, a lo largo del viaje, donde irán encontrando testimonios estremecedores, irá naciendo ese raro (cuando es de verdad...) sentimiento al que llamamos amistad, surgido desde posturas distintas y caracteres tan variopintos.

La lectura por parte de Ungár de las cartas escritas por el felón nazi a su mujer, la correspondencia de un hombre normal que se preocupaba por su familia, llena de detalles humanos, mientras en Eslovaquia ejecutaba judíos en masa, le descubrirá al eslovaco que, como dijo Hannah Arendt del matarife Adolph Eichmann, también el padre de Graubner estaba transido de eso que la periodista llamó “la banalidad del mal”, asesinar u ordenar asesinar sin entenderlo como algo atroz sino como un trabajo más, una tarea que hacer sin ningún tipo de consideración moral, sin relación con conceptos éticos básicos como el Bien y el Mal.

Estamos entonces ante un film que plantea el Holocausto desde una perspectiva distinta, la de aquella inaudita hecatombe vista a través de los ojos de los hijos de las víctimas y de los verdugos. Se pregunta la película, y lo deja en el aire, ¿quién se siente peor, el hijo del asesino, o el de la víctima? Plantea también el film, y en ello quizá esté su mayor baza, la cuestión de la reconciliación entre los herederos de unos y de otros: ¿es posible la tolerancia, incluso la franca amistad, entre los hijos de una generación que fueron enemigos a muerte, y en la que unos fueron los matarifes de los otros? La respuesta de Sulík, el director, y sus guionistas, es afirmativa.

Lástima que el film, que tiene un tema potente y ciertamente atractivo, no haya tenido a los mandos a un cineasta de más personalidad que Sulík, que ciertamente será catedrático de dirección de cine en su tierra, pero no parece que sea precisamente Bergman. Un giro de guion final, aún más pillado por los pelos que el resto, aunque sea congruente con la evolución del personaje de Graubner, da al traste con una historia que podría haber sido mucho más interesante.

Sería curioso elucubrar qué hubiera sucedido si, en vez de Sulík, el director hubiera sido Jirí Menzel, que aquí interviene como actor (en el papel del judío Ungár), un cineasta que tiene en su haber varias películas más que interesantes, desde la paleolítica Trenes rigurosamente vigilados (1966) hasta la divertida comedia histórica Yo serví al rey de Inglaterra (2006), pasando con pequeñas joyas como Los hombres de la manivela (1979) o Mi dulce pueblecito (1985). Claro que Menzel, en la fecha de rodaje de este film, ya estaba aquejado de una grave enfermedad que finalmente le venció en 2020. Menzel, como actor, está muy bien, dotando a su personaje del poso, del peso de alguien que lleva haciendo cine, como director, como actor, como guionista, desde principios de los años sesenta. El coprotagonista, Peter Simonischeck, que alcanzó la fama ya a edad talludita con su papel en la comedia Toni Erdmann (2016), da bien el papel del austríaco que tomó conciencia de la abyección de su padre y encontró un inopinado amigo nuevo cuando ya la única nueva amistad que se espera es la de una tal Parca.

La banda sonora original del eslovaco Vladimír Godár resulta elegante pero finalmente más bien insulsa y machacona, poco inspirada. Como curiosidad, entre la música incidental hay dos temas relacionados con España, por un lado una versión en alemán del popular tema Los pajaritos, de María Jesús y su acordeón, y por otro unos acordes (que no se sabe muy bien a qué vienen) de un aria de la ópera Carmen, en concreto L'amour est un oiseau rebelle, aunque en versión teutona también.

(23-09-2020)
 


 


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Sin olvido - by , Sep 23, 2020
2 / 5 stars
Los hijos de las víctimas y de sus verdugos