CINE EN SALAS
En 2002 saltó a la palestra un caso que supuso la primera vez en la que un político español fue condenado por acoso sexual hacia una persona jerárquicamente a su cargo. El político era el alcalde de Ponferrada (localidad de unos 60.000 habitantes de la provincia de León), Ismael Álvarez, y la víctima la joven concejal delegada de Hacienda y Comercio del Ayuntamiento, Nevenka Fernández. Aquella historia, que se anticipó en casi tres décadas al movimiento #MeToo que surgió en Estados Unidos (en el seno de la industria audiovisual, en concreto) a mediados de los años diez de este siglo XXI, supuso un aldabonazo sobre las conciencias y una visibilización de conductas execrables que (quiero creer...) hoy día son mucho menos frecuentes y, por supuesto, se sabe que se pueden denunciar porque pueden llegar a buen puerto y con ello poner en su sitio (el escarnio público, tal vez la cárcel) a los sujetos que incurren en semejantes prácticas.
Solo unos años antes, en 1997, el alevoso asesinato de la granadina Ana Orantes, que había denunciado pocos días antes en un programa de televisión el maltrato continuado al que la sometía su marido, supuso también, por primera vez, una toma de conciencia por parte de la sociedad española sobre el terrorismo doméstico que suponía (y, ¡ay!, sigue suponiendo...) la violencia machista, o de pareja, o como se la quiera llamar.
Sobre el caso de Nevenka se grabó en 2021 una miniserie documental de tres episodios titulada precisamente Nevenka, con dirección de Maribel Sánchez-Maroto y producción de Newtral, la productora de Antonio García Ferreras y Ana Pastor (disponible en Netflix). Ahora es la ficción la que retoma el tema, casi un cuarto de siglo después, para poner en pantalla la (re)presentación de aquella sórdida historia que, no lo olvidemos, en un principio fue vista por la opinión pública (los muy machistas mass media no fueron ajenos a ello, por supuesto...) como un caso en el que la mujer intentaba medrar en su propio beneficio, cuando no que ejerció cual buscona o incluso ninfómana. Fueron desoladoras las desaforadas y masivas manifestaciones que en Ponferrada se montaron para apoyar al alcalde felón y violador. Afortunadamente, los tiempos ha cambiado, y ahora la opinión pública es muy distinta.
Icíar Bollaín, que tiene una carrera interesante como directora (en su juventud fue también actriz), gusta de hablarnos de temas sociales, y lo suele hacer bien; recordemos sus (para nosotros) dos mejores películas, Te doy mis ojos (2004), una auténtica pionera en la denuncia del maltrato doméstico, pero también un film cinematográficamente formidable; y Maixabel (2021), sobre el dolor, y el perdón, y la vergüenza, hecho también en estado de gracia. Ha tenido otros títulos no tan afortunados, como También la lluvia (2010) y La boda de Rosa (2020), más obvios, menos sutiles, pero con Soy Nevenka, sin llegar a la cima de sus dos pelis cumbres, se puede decir que vuelve por sus fueros y nos presenta una obra más que entonada.
Y eso que el comienzo nos hizo temer lo peor; la historia se cuenta en buena parte en flashback, desde la escena en la que Nevenka, por primera vez, visita en Madrid al abogado que llevará su caso y le va contando su peripecia, su calvario, mientras el profesional evalúa las posibilidades que tiene el tema de prosperar judicialmente, que es lo que a él, en principio, le competía. Esa primera parte, cuando vamos conociendo los primeros tiempos de Nevenka en el ayuntamiento de Ponferrada, con los halagos del alcalde y sus corifeos, nos parece un tanto vulgar, sin relieve, podría formar parte de una de esas TV-movies con las que sesteamos en la sobremesa. Pero desde el momento en que empieza el acoso del primer edil cabrón contra su subordinada, la película de Bollaín comienza a ganar en intensidad, a engrosarse en su interés, buscando (y consiguiendo) que el ánimo del espectador se vaya encogiendo conforme asistimos a las maniobras manipuladoras del canalla, quien, tras una primera etapa de relaciones supuestamente consentidas (aunque en realidad fueron abusivamente impuestas por el alcalde), al cortar Nevenka con él, optará por una táctica de acoso y derribo que incluirá, entre otras lindezas, el desprecio, el ninguneo, la presentación en público de una supuesta incompetencia que no era tal.
A partir de ahí el film toma velocidad de crucero y ya va como una flecha: asistiremos al desmoronamiento psíquico y moral de la joven, que no entiende cómo le puede estar pasando tal cosa, y también cómo nadie la cree ni la apoya, salvo un amigo de Madrid; incluso sus padres, al enterarse, parecen echarle la culpa a ella y no al verdadero responsable. Ese tramo está muy bien dado por Bollaín, un auténtico “descensus ad inferos” al que será sometida la joven concejal, hasta que tome la determinación que, finalmente, le salvo la vida, de forma casi literal: denunciar, denunciar contra el consejo de quienes le decían que se iba a arruinar la existencia. Con alguna escena que te deja, literalmente, pegado a la butaca, como la masturbación/violación a la que obliga el miserable a la protagonista, filmada exclusivamente sobre el rostro espantado de Nevenka, Bollaín consigue que la espiral de acoso generada por el abyecto alcalde se convierta, también para el espectador, en una situación insoportable para la que no parece haber salida.
Hay un valor cinematográfico en Soy Nevenka, por supuesto, un film muy estimable, que sabe contar la historia y, sobre todo, nos hace compartir, aunque sea virtualmente, la angustia de una mujer que no tenía por qué pasar por un calvario atroz. Tiene entonces la película valores fílmicos, pero también didácticos, porque la verdad es siempre didáctica, nos enseña a ser mejores, y esta película lo hace. El cine no tiene por qué ser ejemplarizante, pero en este caso lo es: lo que hizo Nevenka Fernández fue de un valor inaudito, desafiar a todo el mundo para hacer lo correcto. Y además tiene más valor por cuanto, por las grabaciones de la época (vistas en el documental comentado, y también en el reciente programa Objetivo de Ana Pastor de la Sexta), se aprecia que Nevenka no era precisamente un dechado de fortaleza mental; que alguien así fuera capaz de dar los pasos necesarios para defender su dignidad (palabra que la protagonista, recreando los audios originales, repite insistentemente) es ya para quitarse el sombrero. Quizá la fortaleza fuera interior, quizá estuviera siempre ahí aunque no se apreciara; o quizá, simplemente, Nevenka se vio obligada a hacer lo único que podía salvar (literalmente) su vida.
Bollaín narra con fuerza la historia de esta concejal que, sin pretenderlo, se convirtió en una adalid de la contestación ante los abusadores, ante los acosadores que se prevalen de su posición de superioridad jerárquica para sojuzgar y mangonear sexualmente a otros, mayormente a otras. Su film destila verdad, porque Bollaín siempre la busca en sus historias, busca que nos creamos lo que nos está contando, no con artimañas de cineasta tramposa, sino con emoción, con sinceridad, con garra.
Gran trabajo de la protagonista, Mireia Oriol, a la que recordamos en un papel secundario en El pacto (2018), de David Victori, con Belén Rueda; lo cierto es que la joven actriz catalana ha crecido como artista de forma notable. Buen trabajo también de su antagonista, un Urko Olazabal que hace odioso (como corresponde) a su personaje, el alcalde felón.
(02-10-2024)
112'