Pelicula:

CINE EN SALAS

En 1979 se estrenó una película, que en España llevó el título de Alien, el octavo pasajero (por influencia del título en francés, que era el equivalente en la bella lengua gala), que cambió, y de qué manera, el género de fantaterror, como híbrido de la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Desde entonces no hay extraterrestre “malo” (no hablamos, entonces, del monstruito de E.T, el extraterrestre, que dan ganas de adoptarlo…) que no parezca un primo carnal por parte de madre de este “xenomorfo”, de este alien que se hizo popularísimo en aquella película de Ridley Scott.

Desde entonces, cada equis tiempo, se han ido sucediendo las secuelas, que a veces lo eran y en otras ocasiones se trataba de precuelas, conformando un abigarrado universo artístico y con directores a los mandos que les confirieron su particular mirada artística, en títulos como Aliens, el regreso (1986), de James Cameron, Alien 3 (1992), de David Fincher, y Alien Resurrección (1997), del francés Jean-Pierre Jeunet. Tras ese cuarto título hubo un parón de década y media hasta que el propio Ridley Scott retomó la serie con Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017), que pugnaron por ampliar el microcosmos alienígena. Entre tanto, otras muchas propuestas, ya de gente ajena al grupo creativo liderado por el director y productor Ridley Scott, aprovecharon el filón, generalmente con poca enjundia artística pero buenos resultados en taquilla, como la saga iniciada con Alien vs Predator (2004) y series televisivas como Alien Nation. De hecho, hasta blockbusters como Independence Day se inspiraron clarísimamente en el “xenomorfo” diseñado por H.R. Giger para su monstruo extraterrestre.

Ahora, con buen criterio, Scott, que además tiene ya una edad (va para los 87 años, a pesar de lo cual mantiene un nivel de actividad que parece que tiene 30…), ha cedido los trastos a un nuevo valor cinematográfico, además hispanoamericano, el uruguayo Fede Álvarez, que llamó la atención con algunos cortos tan escasos de presupuesto como largos en imaginación, como el titulado (ejem…) El cojonudo (2005) y también con Ataque de pánico (2009), que le sirvieron de tarjeta de presentación para que Sam Raimi, el “enfant terrible” del cine de terror de los años ochenta, lo fichara para hacer un “reboot” más serio de su Posesión infernal (2013). Después de eso, Álvarez ya es uno más de los cineastas jolivudenses, con títulos dentro de la industria como la ciertamente sugestiva No respires (que ya tiene hasta una segunda parte) y la nueva adaptación de la saga Millennium, titulada Lo que no te mata te hace más fuerte (2018), continuación, ya sin el novelista Stieg Larsson, de la famosa saga policíaca.

La película se inicia, según indica un rótulo inicial, en algún lugar del universo, en una explotación minera en la que trabajan en régimen de práctica esclavitud muchos seres humanos, al servicio de una arbitraria y todopoderosa compañía a la que han de pagar una especie de hipoteca en horas de trabajo, una hipoteca que no se acaba nunca. La fecha es 2142, dos décadas después de los hechos ocurridos en la seminal Alien, el octavo pasajero. Conocemos a Rain (sí, “lluvia”), una jovencita de veintipocos años, que tiene a su cargo (aunque la protección teórica se supone que es al revés) a un sintético (androide) llamado Andy, que está defectuoso y actúa como una persona que estuviera aquejada de alguna deficiencia intelectual, pero Rain lo quiere como el hermano mayor que no tiene. Rain se presenta en las oficinas de la compañía ya con los deberes teóricamente hechos, con todas las horas pagadas, pero cuando va a saldar su deuda y marchar a otro planeta para empezar una vida libre, le dicen que el crédito se ha ampliado y todavía le quedan muchos años para poder hacerlo. Desesperada, recibe una llamada de unos amigos que le proponen ir a una nave inactiva que ha aparecido en la órbita del planeta, dotada de cápsulas criogénicas que les pueden permitir a todos marcharse al planeta Yvaga, que para ellos es algo así como el Edén… Pero ya en la nave abandonada, el grupo se encuentra con unos seres terroríficos…

Es interesante que Álvarez haya contado para este nuevo capítulo (el séptimo) de la saga Alien con su guionista de siempre, su compatriota Rodo Sayagues, porque eso, lógicamente, ha redundado en refrescar la franquicia y sacarla de los esquemas habituales, con la perspectiva aportada por dos hombres de cine nacidos prácticamente al tiempo que se estrenaba en cines la primera peli de la serie cinematográfica, y además procedentes de un país hispanohablante, de una cultura, por tanto, ajena a la anglosajona. Sin embargo, como intentaremos explicar, finalmente se ha caído en la (seguramente inevitable) tentación de hacer otra réplica, cada vez más aparatosa, del capítulo original. Porque la película de Fede nos parece que tiene un planteamiento y una primera parte del nudo ciertamente sugestiva, con la presentación de un mundo, o mejor, un universo (ya no se puede hablar de la Tierra, sino de las correspondientes colonias espaciales que pueblan otros sistemas solares) en el que la esclavitud, esa abyecta lacra, ha vuelto por sus fueros, ahora bajo el férreo control de una compañía mercantil (ya dice el cínico aforismo que “las sociedades anónimas carecen de alma”), que detenta ahora el poder político “de facto”, y cuyos obreros se deben absolutamente a esa compañía literalmente desalmada, que busca el beneficio a toda costa, en lo que podría ser una metáfora sobre el actual ultraliberalismo (Milei, el presidente argentino, es vecino de Fede Álvarez, el uruguayo guionista y director…) y a lo que podría conducir si no se ponen los adecuados frenos y contrapesos. Pero no se quedan ahí las novedades de la nueva peli de la saga, ese mundo que parece un infierno propicio para el surgimiento de un Karl Marx 3.0, sino que Álvarez y Sayagues juegan otras bazas también interesantes, como la relación literalmente fraterna entre la protagonista y su sintético, Andy, una relación que va más allá de casi todo lo que hemos visto en ese aspecto en cine: aquí ambos son literalmente hermanos, como tales se tratan y se quieren, como tales se protegen, aunque haya de ser más Rain la que lo haga con Andy, aquejado éste de una disfunción que lo convierte en lo más parecido a un humano con discapacidad cognitiva. Ahí tenemos entonces sabrosas preguntas de compleja respuesta: ¿es posible que carne y chips de silicio se puedan hermanar? ¿Es el cariño exclusivo de seres humanos con otros seres humanos, o de estos con animales, sus mascotas, o también podría extenderse ese sentimiento tan puro a otros seres sintientes cuya base fisiológica no sea el carbono, como nos sucede a los seres de vida orgánica?

Algunas pinceladas como la de los canarios en las jaulas de los mineros que entran a excavar, evidentemente tomadas de las explotaciones mineras de antaño, cuando estos pajaritos servían de aviso del grisú indetectable al olfato pero mortal de necesidad, dan idea del tono detallista y creativo de estos talentosos uruguayos. También es interesante la recuperación del personaje de Ash, el androide de la nave Nostromo (aquí casi literalmente resucitado -Ian Holm, el actor, murió en 2020- por las maravillas del CGI), que actúa como nexo de unión con aquella primera y fatídica aventura alienígena. Mola también, y mucho, la fascinante presentación en pantalla del cinturón de asteroides, a la manera de los anillos de Saturno, contra el que la nave donde se desarrollan los hechos se estrellará indefectiblemente, una representación icónica bellísima, quizá la primera vez en la que el cine comercial lo ha mostrado desde una distancia tan corta, a ras mismo de esos asteroides del cinturón.

Pero (siempre tiene que haber un pero, mecachis…) parece que, como a mitad de metraje, Álvarez como director y productor ejecutivo, quizá espoleado por el dueño de la franquicia, Ridley Scott, se hubiera puesto nervioso y toda esa última hora se dedica de forma cuasi monográfica a continuos enfrentamientos con los mil y un especímenes alienígenas que pueblan la nave, con carreras por toda la nave, caídas, puertas estancas que se cierran y hay que pasar antes que lo hagan las criaturas extraterrestres que se los quieren merendar; no se nos ahorrará ni la balacera correspondiente, tan catártica, que deja hechos unos zorros a un buen puñado de estos seres. Por supuesto, todo eso es perfectamente legítimo, y de hecho hubiera sido difícil que, con 80 millones de presupuesto (con el retorno de taquilla que ello precisa para no naufragar comercialmente) se hubiera podido hacer una versión minimalista, casi indie. Pero nos parece que se abusa de ello, y la última hora es un auténtico carrusel de huidas de todo tipo, a la carrera, en ascensores, dentro y fuera, enfrentamientos a cara de perro con los bichos, etcétera.

Hay, además, o así nos lo parece, como a ráfagas, una llamativa falta de continuidad en el montaje que resulta tanto más extraña por cuanto estamos hablando de un producto de primera línea, en una industria que ha alcanzado un altísimo nivel de calidad; pues aquí, lamentablemente, esa última parte, en especial la última media hora, resulta con frecuencia incoherente, con planos que se nota que faltan, con saltos como si estuvieran haciendo elipsis, cosa que desde luego no es el caso (Álvarez no es Bresson, qué diantres, ni seguramente lo pretende...). Hay, entonces, un sorprendente fallo en el montaje que no está claro si se debe a la necesidad de no prolongar la peli más de dos horas, o bien (lo que sería desde luego escasamente profesional…) no se han rodado esos planos que faltan, que también pudiera ser. Recuérdese aquel cínico aforismo del montador que viene a decir algo así como “no busques en la sala de edición las escenas que no se rodaron…”.

Entonces tenemos un planteamiento y una primera parte ciertamente sugestiva, que nos hace esperar una película notable, pero que resulta estropeada por una marrullera hora final en la que todo se va en frenéticas escenas de acción, y encima con frecuencia mal montadas. Es cierto que durante esa última hora se consiguen apreciables dosis de tensión y abundante generación de adrenalina en el espectador, pero es que con tanto monstruo rondando a nuestros héroes era difícil no conseguirlo.

Así que una de cal y otra de arena. Lástima, porque esa primera hora nos hizo suscitar la esperanza de que la saga, una vez que Ridley parece evidente que no tendrá mucho más fuelle del actual, podía caer en buenas manos. Habrá que ver, de todas formas, qué tal se comporta en taquilla para calibrar la posibilidad de una secuela, para la que el propio Álvarez ya ha dicho que tiene algunas ideas.

La única estrella actoral del film es la cada vez más lanzada Cailee Spaeny, que nosotros vemos un poco sosa, pero que, a lo tonto, a lo tonto, se está convirtiendo en una de las actrices más exitosas de su joven generación. En los demás intérpretes han gastado menos que en tabaco, porque, aparte de David Jonsson, que interpreta al sintético Andy, a los demás no los conocen ni en su casa a la hora de comer…

(22-08-2024)


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Duración

118'

Año de producción

Trailer

Alien: Romulus - by , Aug 22, 2024
2 / 5 stars
Sugestiva pero finalmente marrullera