CRITICALIA CLÁSICOS
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[El lector interesado en la figura de Roman Polanski puede consultar también los dos artículos titulados genéricamente Roman Polanski: una vida entre zozobras, pulsando en los siguientes enlaces: I y II]
Pero nos atreveríamos a decir (para empezar) que quizás los espectadores, en algunas secuencias, no tanto, porque a un señor tan famoso y de prestigiosa carrera como el polaco hay que exigirle mucho más. En realidad Roman -registrado al nacer como Rajmund Roman Thierry Polanski- nació en París en 1933, de padres emigrantes polacos y de ascendencia judía, y siempre tuvo una doble nacionalidad franco/polaca, que nunca cambió en su azarosa y nómada existencia. Vivió gran parte de su juventud en Cracovia, y al comienzo de la Segunda Guerra Mundial salió de allí huyendo de los nazis, y haciéndose pasar por hijo católico de una familia de acogida. Terminada la guerra, y todavía muy joven, empezó a interesarse por el cine, hasta que en 1962 (tras varios cortos) consigue rodar y estrenar El cuchillo en el agua, inteligente mezcla de intimismo y denuncia política, aspirante al Oscar de película de habla no inglesa.
Ese puntazo lo llevó ya a un primer plano y propició su participación en Las más famosas estafas del mundo, una cinta de episodios donde se codeó con Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, Ugo Gregoretti o el veterano cineasta japonés Hiromichi Horikawa. Y empieza el vagabundeo de nuestro hombre que, pasando a Reino Unido, rueda ya en inglés, e inicia una colaboración con Gérard Brach, que será su coguionista en buena parte de toda su carrera. Allí filma Repulsión, una enfermiza historia de terror sicológico, con un impresionante trabajo de Catherine Deneuve.
También con sello británico hace Callejón sin salida (Cul-de-Sac) en 1966, Oso de Oro en Berlín, una claustrofóbica historia con Donald Pleasence y -curiosamente- con la hermana de Catherine Deneuve, la malograda Françoise Dorléac. Y ya famoso llega su gran salto a Estados Unidos, donde la Metro-Goldwyn-Mayer le produce la cinta que hoy nos ocupa (con interiores rodados en estudios británicos), obviamente con Gérard Brach como coguionista, y que supone su primer largometraje en color y gran presupuesto. Con un título en inglés un tanto diferente al español, The fearless vampire killers (Los intrépidos asesinos de vampiros), el director polaco busca un género nuevo, en un difícil equilibrio entre la comedia, el terror, la farsa, las cintas de vampiros y su toque de erotismo y humor.
En su gran desafío participa también como protagonista, y presentando un aspecto casi de adolescente (a pesar de sus 34 años entonces), figura como el ayudante del anciano profesor Abronsius en el viaje de ambos a Transilvania -a mediados del siglo XIX-, en pleno invierno, para investigar posibles casos recientes de chupasangres. Llegan a una aldea, cercana al castillo del conde Krolock, y se hospedan en una posada decrépita y llena de pasadizos, escaleras y trampas. Y ya empezamos a usar un tono chusco, con caídas, toboganes, mucho paisaje blanco de nieve (artificial), ataúdes que se usan más como deslizantes trineos que como tales... y conocemos a una chica muy bella, la hija de la posadera, Sarah, a la que le alegra mucho la llegada de los viajeros. Con un tono que recuerda la comicidad del slapstick del cine mudo (antes que al estilo serio de la Hammer británica de los años cincuenta), la película se va escorando hacia el humor fundamentalmente.
El reparto tampoco es para tirar cohetes, con actores como Jack MacGowran, Alfie Bass, Ferdy Mayne, Jessie Robins, Terry Downes... (que cumplen unos mejor que otros), en fín, todos conocidísimos por el gran público, salvo (a partir del film) Sharon Tate, luego esposa del director. Y a todo ello unimos una torpe caracterización, ¿acaso adrede?, con bigotes y pelucas que parecen de una representación de fin de curso en algún colegio... Lo positivo viene -eso sí- en los buenos decorados del castillo del Conde, al que acuden el profesor y su ayudante, donde comprueban que allí hay mucha gente que duermen en ataúdes por la noche. Y el hijo homosexual del Conde persigue al joven ayudante, con los colmillos ya a punto...
El tramo final, cuando llegamos a ese baile anual que celebran los vampiros (y que nos da el título español), la cosa se endereza en gran medida, con una narrativa más intencionada, con unos tétricos y excelentes maquillajes, y una multitudinaria danza que culmina con el famoso plano del espejo, donde sólo los tres protagonistas se reflejan... y al quedar al descubiertos son ferozmente perseguidos por la horda de muertos vivientes, y en la huida precipitada por los paisajes nevados, todavía tendremos sorpresa final. Cinta comercialmente exitosa, con grandes taquillas tanto en Estados Unidos como en Europa, le permitió a su autor rodar inmediatamente en USA la excelente La semilla del diablo, precedente casi inmediato al terrible asesinato de Sharon Tate (a sus 26 años, y embarazada de más de ocho meses), perpetrado por la secta de la Familia Manson.
Luego todo es ya historia. Y más de una voz ha dicho que este período de su vida fue el más feliz y afortunado para Polanski, que inicia un largo período trashumante, tras el impacto emocional de la pérdida de Sharon, y que le lleva a América y a Europa en distintos períodos. Pero siempre con un altísimo tono de calidad en sus trabajos, surgiendo así títulos como su versión del Macbeth de Shakespeare, la excelente Chinatown con Jack Nicholson, Faye Dunaway y John Huston, la exquisita Tess, con Nastassja Kinski, y siguiendo la novela de Thomas Hardy, y ya en 1988 un sugestivo e inquietante film policíaco, Frenético, con Harrison Ford, pero producción europea. Rodado en Francia, Polanski encuentra en la protagonista, Emmanuelle Seigner, una nueva compañera sentimental, que lo arraiga durante años en el país galo. Y en donde sea, siempre (no lo olvidemos) con Gérard Brach como su guionista de cabecera.
Pero al otro lado del Atlántico nuestro autor entra en desagradables temas judiciales, con acusaciones de violación a una menor, que le llevan a no volver a pisar USA, y estar por tierras europeas (Italia o Francia), mientras cosecha otro éxito con El pianista, lanzamiento y consagración de su actor Adrien Brody, Palma de Oro en Cannes, y tres Oscar, a director, actor y guión. Premio que, obviamente Polanski no puede recoger. Con otros títulos todavía, y una gran longevidad, su carrera va declinando, y acaso El oficial y el espía (sobre el caso Dreyfuss) sea su despedida, luego con una decepcionante The Palace como final.
Y nos vamos, volviendo a nuestros vampiros, aclarando al lector que -dudando entre las dos o tres estrellas- prevalecieron éstas, más que nada por sus secuencias finales, que nos hacen olvidar otros factores del film más medianos o fallidos...
(09-02-2025)
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